Carlinhos
debe estar jubilado ya, o jubilándose. Trabaja en una disquería que se
encuentra dentro de un local que la trasciende largamente. La disquería es
apenas un apéndice de un cuerpo mucho mayor, y allí la función de Carlinhos es
indeterminada. No es el cobra, no es el que cuida, no es el que ordena.
Carlinhos es un entusiasta de la música, que ama lo que hace y se apasiona
recomendando discos. Ya lo había conocido en viajes anteriores: él no me
recuerda pero yo lo recuerdo perfectamente. Me ve, como cliente nuevo, y viene
hacia mí ansioso cuando me ve curioseando con interés. Le brillan los ojos,
entonces, cuando me pregunta (sabiendo la respuesta): “Te gusta la música
brasileña?” Enseguida, se lanza a revolver discos, haciéndome escuchar trozos
de aquí y de allá, definiendo sus gustos (es un tradicionalista de la vieja
guardia), diciéndome que éste y aquel son simplemente imperdibles. Siempre
termino haciéndole caso, y llevándome varias compras. Es curioso, pero nadie
registra nada: él no va a porcentaje, no saca rédito económico del entusuasmo que con su sola presencia genera. Su función se limita a transmitir el amor
por la música que le brilla en los ojos.
8 nov 2018
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