La Bienal desde el suelo. La Bienal de Pensamiento es la que me trae hasta aquí, en Barcelona. La ciudad se muestra, en parte, tomada por el encuentro: hay fiestas, reuniones, seminarios, discusiones, conferencias, desparramadas por todo el centro. Me causa cierta gracia que, la primera foto que llama mi atención, en la primera mañana, apenas llego desde el aeropuerto, es la de una miríada de libros, deshauciados, abandonados, sucios, peleando por su lugar en una esquina, entre botes de basura. Pareciera que el mensaje es un poco ése, no el que proclama la Bienal, sino el que gritan, desde la calle, los libros. El aprendizaje a través de los libros parece que se termina (volveré después sobre esto); las viejas ideas yo no pesan, no porque no digan lo cierto, sino por el momento temprano en que lo dijeron; el presente se impone a empellones, aunque no tenga mucho que decir. Con cultura y con compromiso, Margaret Mead parece llorar desde el cemento.
Celebrities de la academia. El evento reunió a cantidad de celebridades académicas, que se suman a las que ya andaban por la zona. De los que me interesan, están Jennifer Mansbridge, Chantal Mouffe, Philip Pettit, Adam Przeworski. Me encuentro y disfruto estar con casi todos ellos (con Mouffe me disgusté mucho, hace algunos años, cuando salí en férrea defensa de mi querido John Rawls, ante sus injustísimos ataques, que querían avanzar impunes y severos, aprovechando la falta de control del público). Por supuesto, no es que todas estas celebrities se quieren o se llevan bien entre sí: están los celos, los viejos enojos, las comidillas. Mouffe va a escucharlo a Przeworski, Przeworski no parece interesado en escuchar a Mansbridge (tenemos una larga conversación sobre el trabajo de la última, y al final concede que hay cosas que están muy bien), Przeworski aprecia que Pettit ande por aquí, mientras que Pettit quiere pero no tiene tiempo de ir a verlo a Adam. Yo (se me aplican, a mí también, “las generales de la ley”, que vaya a saber cuáles son), voy a escuchar a los amigos: Jenny, Adam y Philip.
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El arte de escuchar. Mansbridge habla, el martes, en un simposio sobre un libro que su discípulo, el colombiano Felipe R., acaba de editar en castellano, compilando sus textos. El jueves, mientras tanto, da una conferencia sobre “el arte de escuchar”. Sabía del suyo -de su propio arte- que el martes, al menos, puso en práctica conmigo: yo comentaba, algo críticamente, sus escritos sobre la representación política, y ella me respondió, y luego siguió respondiendo otras preguntas, mientras seguía mirándome atenta. Pero interrumpió de pronto sus respuestas para mirarme y decirme “quisiera saber qué pensás sobre mi respuesta, me interesa saber cómo es que responderías a lo que dije”. Al final de sus comentarios, entonces, se hizo un tiempo, volvió a mirarme, y me pidió que hable. Qué única que es.
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Escepticismo explicativo. Mis queridos y admirados Przeworski y Jon Elster han pasado, ambos, del trabajo con las grandes teorías, que pretendían explicarlo todo –típicamente, el marxismo- a un escepticismo explicativo radical, que casi duele. Elster, maestro de los estudios sobre racionalidad y rational choice, se convirtió en pionero de los estudios sobre la irracionalidad y la “subversión de la racionalidad” (Alguna vez escribió que volvía a algo así como una “infancia explicativa”. Alguna vez escribí y le dije que, como Woody Allen, él aparecía cada vez más interesado en entender el papel de los accidentes y la suerte, en la forja de nuestro destino. Él sonrió y asintió con la cabeza). Lo de Przeworski es igual, pero es distinto. Adam no dice una palabra de más, no completa una frase que no esté debidamente respaldada o argumentada (no por nada él fue el fundador, con Elster, del “marxismo analítico” o -como él lo denominara- el non bulshit marxism). Sin embargo, o por eso, desde hace tiempo me es imposible leerlo o escucharlo sin que me deje con una sensación de angustia, de abstinencia explicativa. Típicamente, concluye cada una de sus reflexiones sosteniendo que, a pesar de lo que parece, las evidencias están divididas, que hay buenos estudios desde lados diferentes y que, para peor, muchos de esos estudios contribuyen a confundir la situación, por estar basados en meros criterios ideológicos, y por ser producidos, no para testear una hipótesis, o buscar una respuesta posible, sino para afirmar lo que ya quería decirse desde un principio. Yo, en cambio, quisiera que él, aunque sea, me mintiera: necesito que afirme algo de modo concluyente! Para decirlo de otro modo, necesito que me ilusione, o al menos no me lleve a perder todas las ilusiones.
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