27 oct 2022

Italia conmoción

 TORINO

Italia conmoción. 

Sabía que iba a pasarme. 

Aunque quería negarlo, lo sabía. 

Es que, no se trata de que Italia me guste, la valore, o me interese. 

Italia me conmociona, me derrumba, me revoluciona la sangre, me atraviesa.

Italia me saca de mi, me emociona hasta dejarme sin fuerzas. 

Italia en su desorden, el caos, aún sus mentiras. 

Italia que está perdida. 

Italia, que es mala con quien considera extraños

Italia, que puede ser altanera y agresiva. 

Italia, que en ocasiones repudio, lamento o con la mano en alto enfrento. 

Italia, que me embronca, que me indigna. 

Sí, todo eso. 

Pero a Italia la amo hasta no saberlo, hasta pedirle disculpas por amarla tanto. 

Por mi infancia, por mi familia, por los recuerdos. Por su historia, que llega al principio y va hasta al final de los días. Por su historia, que de prestado es la mía. 

Italia, de amor y dolor, me sacude, me enternece. 

Italia, hasta los cimientos, que ahora son arrasados, que ahora dejo que cedan. 

Italia, hasta no poder llorar más, hasta decirle basta -basta ya, por favor- me sobrecoge, me desgarra, me conmueve.


Menefreguismo radical. Aunque me jacto de ser buen sociólogo, y he andado por acá más de una vez, no alcanzo a comprender bien a cierta parte de la juventud italiana. Jóvenes que, por un lado, se muestran menefreguistas (“che me ne frega”, “me ne frega un catzo”), que están hartos de todo, y a los que parece darles lo mismo mucho de lo que les pasa alrededor. Y jóvenes que, a la vez, y por otro lado, son radicales en algunas de sus opciones -políticas, sexuales, de consumo de drogas. Posiblemente, más que las dos caras de la misma moneda, se trate de la misma cara, que todavía no distingo con suficiente claridad. Será el radicalismo de quien piensa que nada -siquiera la propia vida- tiene mucho sentido: todo es una gran merda. Por ahí, tal vez, se encuentra alguna de las puntas del hilo: la fase superior del connsumo, la de quien ya consumió lo más alto, y vio que tampoco servía, y aún así, y por eso, apuesta a ir todavía más allá. Acepta asumir -antes que lucha por conseguir-la opción radical.

Amor y anarquía. Lo que sugiero en el párrafo anterior es algo que se reconoce muy bien en el libro “Amor y anarquía,” de Caparrós (para mí, que no lo he leído todo de él, el libro que más disfruté de los que escribió, junto con “El interior”). “Amor y anarquía” trata de una historia completamente real, que Caparrós documenta bien: la de Soledad Rosas, una joven argentina de 23 años, de Barrio Norte (ocupación: paseadora de perros), que viajó a Italia en junio de 1997, para suicidarse seis meses después (luego del suicidio de su pareja). Eso, mientras cumplía arresto domiciliario, acusada de liderar una banda armada de subversivos ecoterroristas. En seis meses! Seis meses, luego de trabar vínculo con un grupo de okupas y activistas, en Torino. El libro vale al menos ser visto, en su tapa y contratapa. De un lado, Soledad, la paseadora de perros, aparece vestida como colegiala de un Colegio inglés de Barrio Norte. Del otro, la Soledad de apenas seis meses después: rapada, esposada, arrastrada por la policía, haciéndole el gesto de fuck you a los fotógrafos que pretendían retratarla.

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