PARIS
Viaje hippie, día uno: la conversación inifinita. Llego de Londres a París, a través del túnel, por debajo del Canal, en poco más de dos horas. Llevo una felicidad escondida, dentro, porque es el primer día de mi viaje por libre, del viaje hippie. En lugar de estallar el día, sin embargo, decido pasar todo el resto en compañía de mi amigo Carlos. Carlos H. es un personaje fascinante, socialista convencido y activo, profesor de derecho, culto y galante, que se aparece hoy, como tantas veces, con un pañuelo de seda atado al cuello, y otro que sobresale del bolsillo delantero del saco. Pasamos varias juntos, cenamos, y mantenemos una conversación sobre nuestros mundos enteros. Hablamos esta noche de todo, y sólo algo de todo eso enumero. Hablamos de la crisis en Francia y en Europa, y del cambio de gobierno que se produjo hoy en Inglaterra. Hablamos de Macron. Hablamos de la academia conservadora en Francia. Hablamos de Napoleón y de Bolívar (Napoleón, figura resistida antes que venerada, como pensamos desde la Argentina, y apropiada aquí sólo por la derecha -de allí la sorpresa, me cuenta Carlos, de cuando los Kirchner llegaron a Francia y pidieron ver la tumba en donde el pequeño corso yace). Hablamos de mujeres, de matrimonios y divorcios. Hablamos de Ríver y Racing, nuestros respectivos cuadros. Hablamos de cine, de la película1985, y de los Juicios. Hablamos de teatro, de Tolcachir y, sobre todo, de nuestro favorito Spregelburd. Hablamos de literatura, y de cómo nos aplasta Borges. Hablamos de Aira, de Piglia, de Saer, de J.L.Ortiz, de Caparrós, de Cabezón Cámara, de Almada. Hablamos del socialismo, del anarquismo, del trotskismo, de Nahuel Moreno. Hablamos de su amigo, mi admirado D.Dreizik, y de su fascinnante tiempo en Los Melli. Hablamos de afectos, de amigos, de enojos, de desencuentros. Hablamos de inversiones, y de nuestro descuido -la desatención- algo irresponsable en torno al dinero. Hablamos del valor de la amistad y de los encuentros. Hablamos de nuestro futuro, y de nuestros días no tan futuros como jubilados. Hablamos de mi viaje hippie, y de cómo piensso ordenarlo. Hablamos de Lyon y Marsella (que él comparó con Córdoba y Rosario). Pagamos la cena (me invita él), y él decide acompañarme al metro, para seguir charlando. Y como la conversación sigue animada, baja el metro conmigo, y como la conversación no termina, se sube a mi carro, aunque lo lleva en la dirección contraria. Finalmente, nos separamos cuando llego a destino: es que mañana tengo que levantarme temprano. Alabada sea la conversación infinita! Que valga la pena vivir por ella.
En chambre de seis, sin dormir. Tratando de no agotar en pocos días el acotado presupuesto que llevo, decidí esta noche dormir en una estancia para seis. No es la primera vez que lo hago, y caigo siempre en la trampa -busco un hotel económico, de precio bajo pero, una vez más, me resulta de costo alto. Es mi primera noche de hippie, pero no consigo dormirme. Me duermo tarde (dada mi conversación infinita de ayer), en la calle hay mucho ruido de autos, pero también hay un grupo de jóvenes que hablan en voz alta, entre botellas que caen y botellas que se arrojan. Voy a mi habitación: una entra a la misma hora que yo, otro llega una hora después, otro a las dos horas, otro a las tres. Es imposible. Además de todo, estoy preocupado, porque el hostel no ofrece un buen lugar en donde guardar pasaportes y pertenencias, y la gente va y viene del cuarto, como del mercado, como yo mismo, a cada rato. Es imposible. Además de todo, estoy preocupado, porque el hostel no ofrece un buen lugar en donde guardar pasaportes y pertenencias, y la gente entra y sale -como yo mismo- de mi cuarto, a cada rato. A las 4 y 40 decido que ya está, que me levanto. Tengo ganas de escribir, estoy motivado por todo lo que quiero hacer en el día, pero me molesta terminar sin dormir esta primera noche. Luego me digo: pero si, después de todo, el viaje en hippie es esto! Levantarse o acostarse a la hora que venga en ganas, sin plan, sin plano, sin mapas, sin dirección precisa. Muy bien, entonces, bievenido el día.
***
Samuel, el de Eritrea. Voy a abandonar París sin haberla recorrido ni apenas. Mi idea es la de seguir hacia pueblos menores, escondidos o de frontera. De este brevísimo París, uno de los mejores recuerdos que me llevo es el de Samuel, el recepcionista del hostel en donde me quedo. Samuel estaba aquí cuando llegué, bien por la noche, y está aquí cuando me levanto, apenas después de las 4. Me llama la atención que no hable perfecto francés, y al rato me doy cuenta de que, en parte como yo, él es un recién llegado. Me cae bien. A la madrugada, entonces, hablamos. Yo estaba solo, en la sala de desayuno, después de las 4, y él iba y venía, hacía que anotaba algo en su escritorio, y volvía a dar vueltas por acá: quería hablar. Entonces, hablamos. Samuel parece orgulloso de dónde está, de lo que hace, de lo que ha hecho hasta ahora. Intuyo que por lo que vivió, intuyo que por dónde viene: por cómo llegó. Y es así. Me cuenta que es de Eirtrea. Me cuenta que vino a Europa en un bote inflable, con otros 350. Me cuenta que alguno murió en el camino, y yo siento que se me hiela el cuerpo mientras él me habla. Me cuenta que vivió sus primeros cinco años en Italia. Me cuenta que por toda Europa se escurrieron sus antiguos compañeros. Me cuenta que habla -habla mal- cantidad de idiomas: árabe, marroquí, inglés, francés, italiano (como decía García Márquez, el idioma más extendido en el mundo es el inglés mal hablado). Quisiera abrazarlo y decirle "ya está, ya está, ya está Samuel, ya estás a salvo," pero me contengo. Samuel se preocupa porque coma bien, cuando ve que voy a retirarme sin desayuno. Me trae, casi en secreto, algunos croissantes, que no puedo: me falta el hambre a estas horas de la madrugada. Le pregunto de sus días aquí, y de su pasaporte, francés. Samuel, el sobreviviente, me relata su aventura con discreto orgullo: sabe que ellos, los ilegales, son los héroes anónimos de nuestro tiempo.
Foto con Samuel, el de Eritrea
No hay comentarios.:
Publicar un comentario