Después de 30 años de democracia,
seguimos pensando y haciendo mal todo lo que tiene que ver con la criminalidad
y el derecho penal. Ello, a pesar de la energía cívica y política que hemos
dedicado a estas cuestiones. Desde el caso Cabezas a la muerte de María
Soledad; desde el caso Blumberg a la muerte de Kostecki, Santillán o Mariano
Ferreyra, no hemos parado de indignarnos, movilizarnos y exigir justicia. Y sin
embargo, todo está mal: una mayoría de crímenes siguen impunes; son muchos los
que viven con miedo; las cárceles siguen siendo un territorio hospitalario para
la tortura diaria; y hasta el Código Penal se ha convertido en un objeto
deforme, que además es cotidianamente aplicado e interpretado por ojos tuertos.
Arriesgo una hipótesis posible para explicar estos fracasos: a pesar de la
vocinglería, a pesar de los gritos de justificado dolor, a pesar de la cantidad
de voces que se incorporan en la batalla que son nuestros intercambios
políticos de hoy, no conversamos, no nos sentamos a escuchar al que piensa
diferente, no estamos dispuestos a cambiar un ápice nuestras posturas aún si
vemos que el de enfrente tiene algo bueno para decirnos: por algo está
enfrente. En síntesis, no nos detenemos a pensar un poco, para ocupamos por un
instante de mirar el horror sobre el que estamos parados, y tratamos de
entender qué resultado viene de dónde y por qué.
Es un hecho que nuestras políticas
penales –como en tantos lados- siguen siendo el producto de un penoso vaivén
entre decisiones populistas y decisiones tomadas por cuerpos de expertos. Con
una curiosa coincidencia que une a ambos casos: a pesar de las retóricas
diferentes, las políticas que se toman siguen siendo ajenas al pueblo y a la
discusión colectiva. En ocasiones (y el caso Blumberg ha simbolizado esta
situación como pocas otras) las reformas que se introducen en las normas
penales, resultan del apresurado oportunismo de la clase política, que invoca
al pueblo y actúa en su nombre, pero no dialoga con él, lo mantiene bien lejos
(conviene no olvidarlo: el kirchnerismo prohijó estas reformas amorfas y
represivas sin dejar de sonreírle nunca al “garantismo”). En otras ocasiones (y
tal vez sea lo que ocurre en la actualidad), los cambios que se impulsan en
materia penal son el producto de las reuniones de comités de expertos,
compuestos de nombres, propuestas y resultados repetidos: siempre los mismos
hombres. Finalmente, en uno y otro caso, lo que se genera como producto son
políticas diseñadas por elites, que a veces apelan a la voluntad de un pueblo que no convocan; y otras apelan a los intereses de un pueblo al que no
consultan.
Como era previsible -y como es propio de
lo que ocurre cada vez que el derecho (penal en este caso) es escrito, aplicado
e interpretado por una elite privilegiada- el legado que sedimentan estas
acciones tiene que ver con una práctica sesgada, que favorece a unos pocos y
castiga siempre a los mismos. Cuál es la sorpresa, entonces, de encontrarse con
que en sociedades heterogéneas como las nuestras, las cárceles sigan teniendo
–como lo han tenido históricamente- una composición homogénea (siempre la misma
gente, las mismas edades, los mismos rostros morochos)? Cuál es la sorpresa de
saber que los peores crímenes quedan impunes; que los delitos de los
privilegiados se escurren como arena en las manos; que la política siempre se
las arregla para protegerse a sí misma? Cuál es la sorpresa de encontrarse,
hacia el final del día, que las personas que seleccionamos para el encierro,
que separamos de sus vínculos afectivos, que maltratamos, vejamos y rodeamos de
los peores modos, luego reincide en conductas que repudiamos? La sorpresa sería
si la reincidencia y el empeoramiento no ocurrieran: sería rarísimo, cuando
hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para producir los peores resultados.
Entonces, tal vez, de lo que se trate es
de dejar la hipocresía de lado, de sentarse a conversar con cifras en la mano,
de dejar la demagogia y el oportunismo por un rato (la política habla en estos
días de la “ley del derribo”, pero supo ganar elecciones gracias al dinero del
narcotráfico). Tal vez sea hora de que los penalistas dejen de tenerle pánico a
la democracia (que nada tiene que ver con plebiscitar el resultado de un
crimen), al menos en reconocimiento humilde frente a los propios horrores. Tal
vez, finalmente, haya llegado el tiempo de dejar de mentir por un rato, tiempo
de comenzar a tratar los problemas sociales con remedios sociales, sin apurarse
por recurrir a las herramientas torpes, ineficaces, y sobre todo inmorales de
la violencia penal.
4 comentarios:
Dejo un link con una entrevista a César González (alias Camilo Blajaquis), quien estuvo preso desde los 16 a los 20 años.
Y dejo una cita para complejizar tu visión:
"Ese poema es una trompada tras otra, pero lo escribí en otro momento. Eso fue hace tres años, cuando pensaba que la política eran los políticos, pero ahora sé que es una herramienta. Si los políticos en nombre de la política hicieron desastres, la palabra no tiene la culpa. Hay optimismo en el escenario político argentino y hasta noto cierta alegría. La naturaleza de los barrios bajos es el peronismo obrero. No puedo desconocer eso; y con más facilidad me doy cuenta de que este gobierno se corresponde con esa naturaleza, que este gobierno está relacionado directamente con los intereses populares y me siento identificado. Yo viví en una casa de material y chapa toda la vida. Hoy tenemos una casa digna con calefón, cocina y agua caliente. Pero tampoco me encierro en una etiqueta ideológica. Soy peronista, pero lo que menos me gusta del peronismo es Perón. Para mí el peronismo es una esencia colectiva; por eso me siento identificado con esa subjetividad colectiva que resistió 18 años. Soy eso, pero también marxista y me gusta la filosofía, el rock y el reggae. Decir “soy esto” es autolimitarse, autoexcluirse. Yo quiero seguir creciendo y seguir siendo cada vez más cosas".
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-19641-2010-10-18.html
Robrrto, lo que veo confundido en tu texto son dos procesos diferentes, el de hacer la ley y el de aplicarla. Fenómeno, promovemos mayor horizontalidad en el proceso de formación de la ley pero si su aplicación va a quedar en manos de los de siempre, ese proceso inclusivo de formación caerà en saco roto. Tal vez yo entendí mal pero del texto no emergía esa diferencia entre formación y aplicación.
Desocupado, puede ser posible que todo lo reconduzcas al binomino kirchnerismo/antikirchnerismo? Son muy insoportables, loco. Roberto estaba hablando de otra cosa. Vos no, zas, sacas de la manga un extracto para que Néstor y Cristina queden exculpados. No se puede así.
hay dos elementos importantes que yo agregaria ..
abogados que entregan sus conocimientos al servicio de los miles de casos de gatillo facil abuso de autoridad y "suicidios" de presos y que terminan con causas en su contra ya que los unicos testimonios con los que cuentan son los de sus propios compañeros de celda .. o los que ocasionalmente compartieron ese encierro en esa comisaria o destacamento ..
2 la policia en si misma .. como institucion al servicio del poder .. asquerosamente funcionales a un sistema legal y judicial re contra descompuesto y que les permite deliberadamente deshacerse (en todas sus acepciones) de los pibes que caen en sus manos ..
hoy la realidad que no vemos, lamentablemente esta en manos de quienes son parte de esa gran transa y nos muestran la publicidad que genera ese sentido comun hipocrita con el que es imposible dialogar ..
otra cosita .. camilo blajaquis NO representa a los pibes de los barrios .. como Susana Trimarco NO representa la lucha contra la trata .. cada uno con su respectiva idiosincracia y principios estan donde quieren estar ..
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