(publicado hoy, acá)
Fue notable el modo en que, luego de los
saqueos de diciembre, el oficialismo se obsesionó repitiendo que lo ocurrido no
tenía nada que ver con los sucesos del 2001. La desesperada insistencia en que
“esto no fue un estallido social” también resultó llamativa (“dime qué niegas
obsesivamente, y te diré qué afirmas”). Una oleada de saqueos que culmina con
una quincena de muertos, miles de hogares particulares asaltados, centenares de
negocios vaciados o destruidos, puede ser promovida por quien sea, pero representa
una tragedia social, más allá de cómo se la defina. Síntoma de época: la disputa
por la definición de los hechos pretende reemplazar a la valoración de los
hechos mismos.
Lo cierto es que, como frente a cualquier
fenómeno sociológico, importa menos saber quién promueve qué, que reconocer la
capacidad de difusión y arraigo del fenómeno de que se trata (más allá de la
necesidad de hacer responsables a quienes promueven hechos criminales). Si un
grupo de policías golpistas promocionara un suicidio masivo, como forma de evidenciar
la presencia de una crisis, la convocatoria resultaría, seguramente, un fracaso. Lo que importa, entonces, más allá
de quién promovió qué, es preguntarse qué condiciones sociales hicieron posible
que mucha gente pusiera en juego sus vidas (14 muertos) en el saqueo a
comercios, respondiendo a una invitación enloquecida. Así, el hecho de que un
policía de civil rompa la puerta de un comercio no explica la decisión de una familia
de arriesgar su vida para robar un colchón o un par de zapatillas. El gobierno esconde
estas preguntas hablando de conspiración. Pero otra vez, importa menos saber
qué es lo que aglutinó a unos cuántos, que saber qué es lo que pudo separarlos.
Hasta qué punto se han deteriorado los lazos sociales, para que algunos puedan festejar
entre risas, a través de las redes sociales, el grave daño que acaban de
cometer sobre los cuerpos o los bienes de los demás? Y también, por qué es que se
percibe al Estado como “enemigo”, al punto de que alguien sienta vía libre y
justificación plena para destruir bienes que son de todos, de modo celebratorio?
Qué es lo que explica que el mismo Estado que, justificadamente, asigna planes
sociales o extiende jubilaciones, no sea considerado como un “amigo”, sino como
objeto de destrucción y desprecio, apenas aparece la oportunidad de
manifestarlo?
Como es regla decir en estos casos, las
explicaciones son complejas. Arriesgo de todos modos un par de respuestas. En
primer lugar, acompañaría al oficialismo en la idea de que la situación actual
no es similar a la del 2001. En algún sentido, agregaría, es peor que aquella.
Hoy aparece un entretejido entre policía, política, delito y narcotráfico que
ni se vislumbraba entonces, y que confirma que no estamos frente a un fenómeno
de bronca social pasajero. Por el contrario, nos encontramos frente a una
re-estructuración de nuestras bases sociales, que augura problemas graves mucho
más allá del fin de año. Tan malo como esto es la negación de lo ocurrido. Doy
sólo un ejemplo: la justicia probó hace unos años que el recaudador de campaña
del Frente para la Victoria –nada menos- pertenecía a la “mafia de los
medicamentos”, pero el oficialismo actúa ignorando el significado del hecho.
Mientras la moral política dominante sea compatible con este tipo de
negaciones, no tiene sentido seguir escuchando discursos sobre el tema: no hay
salida.
La segunda cuestión que mencionaría es la
siguiente. El oficialismo eligió al dinero como medio para relacionarse con las
distintas clases sociales: a los pobres les da planes sociales, a la clase
media la subsidia, y con los ricos hace y se reparte negocios. El gobierno se
asombra de no recibir agradecimiento eterno por ello. Pero es sabido: el dinero
genera mayores demandas de dinero. Es el buen trato –el respeto al otro como un
ser moralmente digno- lo que genera agradecimiento. La concepción patrimonial
de la relación Estado-sociedad, que el gobierno ha puesto en juego, resultó,
por lo dicho, socialmente muy dañina: el gobierno se muestra perplejo por no
recibir los aplausos que cree que merece, mientras deja que el tejido social se
deshilache por el peso enorme de consistentes maltratos. Maltrato cada vez que se
toma un tren, cuando falta el gas en invierno y la luz en verano, cuando llueve
y la ciudad se inunda, cuando los gobernantes se enriquecen en sus contratos con
empresarios y hablan de “negocios entre privados.” Maltratos coronados, para
peor, con una impunidad manifiesta. El gobierno no lo admitirá nunca, pero hace
tiempo que la impunidad y el maltrato distinguen a la educación social que se
promueve desde el Estado: nos alimentamos con ello. Sin
asumir nunca la existencia de causas
únicas, no dudaría en decir que la violencia social que hoy circula se
encuentra, en buena medida, en diálogo estrecho con el maltrato que recibimos
desde el Estado. Sin necesidad de caer en reduccionismos, sostendría que la
legitimidad que los violentos sienten para sus estragos, se afirma en la
impunidad que el poder se arroga para sus propios actos.
7 comentarios:
excelente definición
Suscribo cada palabra que decís, RG. Felicitaciones por el artículo.
El Imparcial del Norte
Antes de leer el artículo porque ya salgo les dejo la propuesta de Carta Abierta sobre declarar el estado de sitio http://www.lapoliticaonline.com/nota/77289-carta-abierta-pidio-el-estado-de-sitio-para-frenar-los-saqueos/
Esta gente está muy desesperada y no tiene retorno. Belisario
Fenómeno, que decreten el estado de sitio y que les otorguen a Forster, a Horacio González y a María Pía López la opción de salir del país. No vuelvan másssssssssss!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Mensaje de Carta abierta: http://www.genteba.com.ar/index.php/component/k2/item/64843-carta-abierta-resulta-imprescindible-una-pronta-reestructuraci%C3%B3n-y-depuraci%C3%B3n-de-las-polic%C3%ADas-provinciales
El pueblo tiene más o menos claro que el gobierno, este gobierno, es el verdadero enemigo. Pero como se oculta detrás de formas ambiguas y de un relato vaporoso, además de la identificación fáctica que hay entre el gobierno y el Estado, éste pasa a ser su corporización visible y concreta. Y por eso se le confiere el papel de enemigo, y por eso se lo ataca.
El pueblo no tiene nada claro, el pueblo los votó hace nada.
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