1) La Procuración General de la Nación se comprometió a luchar de modo prioritario contra el lavado de dinero
2) Lázaro Báez es uno de los principales contratistas de obra pública del gobierno, habiendo recibido en dicho carácter cientos de millones de dólares de parte de los gobiernos de los Kirchner.
3) Hoy volvió a hacerse público que Báez trasladó de modo oculto, al exterior, millones de dólares, presumiblemente como forma de lavar dinero.
4) La presidenta CFK mantuvo numerosos negocios privados durante su presidencia -todos los cuales crecieron en su paso por el poder- incluyendo la administración de hoteles de lujo en el sur patagónico
5) Báez tiene una relación comercial con la presidenta CFK, reconocida por la propia agencia fiscal AFIP
6) Báez giró cifras millonarias a los hoteles de propiedad de la presidenta...DURANTE la presidencia de CFK que lo benefició millonariamente como contratista
Conclusión: la Procuración toma este caso obvio de lavado, que involucra directa y abiertamente a las máximas autoridades de la república, como bandera fundamental de su -orgullosamente proclamada- lucha contra el lavado de dinero?
No, por el contrario, archiva o inmoviliza las causas que involucren a esa relación comercial y de lavado, y persigue a los fiscales que investigan dichas causas. El gobierno llama golpistas a los fiscales y jueces que toman decisiones adversas a él en esta materia
27 feb 2015
Que lo citen ahora
De Izquierda Diario, acá. Reportaje al padre de Darío Santillán
Si bien Aníbal Fernández nunca se fue del gobierno, hace poco volvió al centro de la escena cuando lo nombraron secretario general de la Presidencia. Y ahora sube un escalón más, volviendo a ser Jefe de Gabinete ¿Qué opinás?
Cualquier opinión que tenga sobre Aníbal Fernández nunca va a ser buena ni positiva. Hay que tener en cuenta sus antecedentes, desde cuando en los 90 lo buscaba la policía y él se había fugado, cosas que quedan en el pasado y la gente se olvida.
En lo que hace al asesinato de mi hijo, a él le cabe la misma responsabilidad que al resto de los funcionarios de aquel gobierno. Es uno de los tantos personajes sueltos que son culpables de las muertes de Darío y Maxi y siguen enquistados en el poder.
El pensamiento que tengo sobre él es el mismo que tengo sobre este gobierno. Yo estuve reunido con Néstor Kirchner, que se comprometió a investigar y no lo hizo. Así que en ese sentido este gobierno ha sido cómplice del asesino Duhalde.
Es otra de las tantas vergüenzas de este gobierno. Uno se pregunta cómo carajo pueden mantener a personajes como Boudou como vicepresidente. Y esa soberbia que no les permite reconocer el más mínimo error frente a tantas cagadas que se mandan.
Aníbal Fernández no sólo no tendría que estar ahí, ocupando ese puesto, sino que debería, cuanto menos, estar siendo investigado por la responsabilidad que le cabe en la Masacre de Avellaneda.
En lo que hace al asesinato de mi hijo, a él le cabe la misma responsabilidad que al resto de los funcionarios de aquel gobierno. Es uno de los tantos personajes sueltos que son culpables de las muertes de Darío y Maxi y siguen enquistados en el poder.
El pensamiento que tengo sobre él es el mismo que tengo sobre este gobierno. Yo estuve reunido con Néstor Kirchner, que se comprometió a investigar y no lo hizo. Así que en ese sentido este gobierno ha sido cómplice del asesino Duhalde.
Es otra de las tantas vergüenzas de este gobierno. Uno se pregunta cómo carajo pueden mantener a personajes como Boudou como vicepresidente. Y esa soberbia que no les permite reconocer el más mínimo error frente a tantas cagadas que se mandan.
Aníbal Fernández no sólo no tendría que estar ahí, ocupando ese puesto, sino que debería, cuanto menos, estar siendo investigado por la responsabilidad que le cabe en la Masacre de Avellaneda.
Muchos de los responsables políticos de esa masacre, como Duhalde, Solá, Juanjo Álvarez, Atanasof y Aníbal Fernández hoy están enfrentados unos con otros. Pero a la hora de cubrirse las espaldas por aquellos asesinatos están todos juntos.
Siempre lo hemos dicho. Nosotros sabemos que hacia fuera aparecen enfrentados o con distintas ideas, pero hacia adentro siempre se arreglan. Las complicidades de unos y otros son las mismas.
Duhalde, por ejemplo, ya casi no está. ¿Pero por qué Reutemann ahora vuelve a aparecer, con todas las responsabilidades que le caben por lo del 19 y 20 de diciembre de 2001 y por las inundaciones en Santa Fe? Con tanta gente inocente que murió. Y sin embargo vuelve a estar enroscado con el resto. Esta política les permite eso, decir una cosa y hacer otra.
Duhalde, por ejemplo, ya casi no está. ¿Pero por qué Reutemann ahora vuelve a aparecer, con todas las responsabilidades que le caben por lo del 19 y 20 de diciembre de 2001 y por las inundaciones en Santa Fe? Con tanta gente inocente que murió. Y sin embargo vuelve a estar enroscado con el resto. Esta política les permite eso, decir una cosa y hacer otra.
En septiembre del año pasado se desarchivó la causa que investiga las responsabilidades intelectuales y políticas de la denominada Masacre de Avellaneda, donde están imputados desde Duhalde hasta Aníbal Fernández. ¿En qué estado está esa causa?
Si bien logramos que se desarchive, en realidad la causa prácticamente no se ha movido. En todo este trayecto lo único que hubo fue un entorpecimiento de las cosas y una falta de voluntad política y de la Justicia.
El papel que cumplió en su momento el fiscal (Miguel Ángel) Osorio, que ahora está ascendido, tuvo el objetivo de entorpecer las investigaciones. Lo mismo le cabe al juez Ariel Lijo, con quien tuve una charla y me reconoció que archivó la causa por pedido del fiscal sin siquiera haberla leído. Una causa con una enorme cantidad de irregularidades, brutalidades e hijaputeses, con pruebas que desaparecieron, conversaciones de la SIDE perdidas y tantas otras cosas. Yo no soy un letrado pero cuando vi todo eso me dí cuenta de cómo no fueron capaces de investigar y llegar hasta donde tenían que llegar.
Además está el hecho de que la acusación que tuvieron Fanchioti y Acosta (los policías condenados por apretar los gatillos, NdR) no es la misma que hay para Ruckauf, Duhalde y compañía. En el caso de los policías es “homicidio agravado por alevosía”, lo que permitió que los condenaran a perpetua. En cambio la carátula contra los políticos es “homicidio simple”. Y también está el tiempo que corre y puede terminar haciendo que la causa prescriba.
Nosotros estamos tratando de que, primero, cambie la carátula. Y en segundo lugar que quede determinado como un delito de lesa humanidad, porque el mismo Estado que supuestamente te tiene que proteger es el que te mata. Esta causa no tiene que prescribir y por eso seguimos luchando.
El papel que cumplió en su momento el fiscal (Miguel Ángel) Osorio, que ahora está ascendido, tuvo el objetivo de entorpecer las investigaciones. Lo mismo le cabe al juez Ariel Lijo, con quien tuve una charla y me reconoció que archivó la causa por pedido del fiscal sin siquiera haberla leído. Una causa con una enorme cantidad de irregularidades, brutalidades e hijaputeses, con pruebas que desaparecieron, conversaciones de la SIDE perdidas y tantas otras cosas. Yo no soy un letrado pero cuando vi todo eso me dí cuenta de cómo no fueron capaces de investigar y llegar hasta donde tenían que llegar.
Además está el hecho de que la acusación que tuvieron Fanchioti y Acosta (los policías condenados por apretar los gatillos, NdR) no es la misma que hay para Ruckauf, Duhalde y compañía. En el caso de los policías es “homicidio agravado por alevosía”, lo que permitió que los condenaran a perpetua. En cambio la carátula contra los políticos es “homicidio simple”. Y también está el tiempo que corre y puede terminar haciendo que la causa prescriba.
Nosotros estamos tratando de que, primero, cambie la carátula. Y en segundo lugar que quede determinado como un delito de lesa humanidad, porque el mismo Estado que supuestamente te tiene que proteger es el que te mata. Esta causa no tiene que prescribir y por eso seguimos luchando.
Ustedes fueron víctimas, tanto con el crimen de Maxi y Darío como en la impunidad que le siguió, de un ataque conjunto de todos los poderes del Estado. ¿Qué opinás de la polarización que se plantea hoy entre el Poder Judicial y el gobierno?
La complicidad entre la política, la policía y la Justicia es lo que permitió llevar adelante la Masacre de Avellaneda. No hay que olvidarse que mientras asesinaban a Darío y a Maxi salieron a los pocos minutos a decir que había sido un enfrentamiento entre piqueteros y se habían matado entre ellos. Ese mismo 26 de junio el hijo de puta de Solá recibe a Fanchioti y lo felicita por su labor, prometiéndole un cargo más alto.
Si no hubiese sido por las fotos que sacaron “Pepe” Mateos y Sergio Kovalevsky, que se las dieron a Página/12 porque tenían miedo que nunca salieran a la luz, todo se hubiera cajoneado y hubiese quedado como un enfrentamiento entre piqueteros.
Por eso la complicidad entre la Justicia, la política y la policía existe siempre.
Si no hubiese sido por las fotos que sacaron “Pepe” Mateos y Sergio Kovalevsky, que se las dieron a Página/12 porque tenían miedo que nunca salieran a la luz, todo se hubiera cajoneado y hubiese quedado como un enfrentamiento entre piqueteros.
Por eso la complicidad entre la Justicia, la política y la policía existe siempre.
A fines de 2003, cuando tuvieron esa reunión con Néstor Kirchner, ¿hablaron de la culpabilidad de Aníbal Fernández en la Masacre de Avellanera? Recordemos que entonces era su ministro del Interior.
Efectivamente Fernández dio un salto directo del gobierno de Duhalde al de Kirchner. Puntualmente ese día no hablamos de él. En realidad Kirchner conmigo no quiso hablar nunca. Pero como en ese momento estaba la cosa tensa con todo el tema de los desocupados, el movimiento Aníbal Verón (que era compacto y no se había dividido todavía) logró entrevistarse con él y, gracias a los compañeros, yo pude meterme en la reunión. Y ahí le planteamos directamente el tema de la Masacre de Avellaneda, aunque sin hablar puntualmente de Aníbal Fernández.
En ese momento las palabras de Kirchner fueron que él se comprometía a llegar hasta las últimas consecuencias. A mí me pasó la mano por el hombro y me dijo “Santillán, quédese tranquilo, que a mí no me importa el político de que se trate pero si es responsable de la muerte de su hijo y de Maximiliano, lo vamos a condenar”. Una gran mentira.
En ese momento las palabras de Kirchner fueron que él se comprometía a llegar hasta las últimas consecuencias. A mí me pasó la mano por el hombro y me dijo “Santillán, quédese tranquilo, que a mí no me importa el político de que se trate pero si es responsable de la muerte de su hijo y de Maximiliano, lo vamos a condenar”. Una gran mentira.
Algo más que quieras agregar
Les agradezco a ustedes. Para mí es importante que tengamos este espacio, porque sabemos que en esta prensa que hacen ustedes y en la que nace de los lugares genuinos es donde se dice la verdad. No en los grandes diarios donde todo tiene su precio.
26 feb 2015
Mexico no Birdman
En estos tiempos mexicanos, y a la luz del Oscar otorgado a Birdman (muy lejos de su gran antecedente, Elvis), un breve repaso del mucho y renovado cine que muestra este país:
La jaula de oro, del español nacionalizado mexicano Diego Quemada Díez. Muy impresionante, sobre la ultra-explotación a los migrantes (muchos guatemaltecos) cruzando territorio mexicano con la ilusión de llegar a USA.
Flores en el desierto: Breve e impresionante documental sobre una comunidad Wixarika (Huichol), en Jalisco, fuerte consumidora de peyote (que da título al film, de José Alvarez).
Los insólitos peces gato, de Claudia Sainte-Luce: insólita, muy bien.
Alamar, de Pedro González Rubio: ya la comentamos, libertaria, hermosa.
Ya hablamos, también, muchas veces, de la conmovedora El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo.
La ley de Herodes, de Luis Estrada: tremenda, sobre el patético encierro político mexicano. Graciosa y trágica.
Amat Escalante, catalán en México, ha hecho varias películas, realistas y durísimas, mezclando pobreza y narco: Sangre, Los bastardos, y sobre todo Heli.
Fernando Eimbcke: Viene en declinación desde arriba: Temporada de patos (2004), Lake Tahoe (2008), y El club del sándwich (2013), pero lejos de dar verguenza, su filmografía sigue generando genuino interés. Cine jovial, atrevido y disonante todavía.
Carlos Reygadas: Irregular, provocador y efectista, dan ganas de seguir mirándolo -es mi caso- aún: Post-Tenebras Lux, Japón, Batalla en el cielo y Silent Light.
El libro de la vida, de Guillermo del Toro. Bien como casi siempre el gran del Toro (El laberinto del Fauno o Cronos), y metiéndose de forma bien interesante con la historia y las tradiciones locales.
Preludio, de Eduardo Lucatero: brevísima, muy cool y muy burguesa, pero también muy bien actuada y con gracia. Otro cine mexicano es posible.
Miss bala, de Gerardo Naranjo: no llego a engancharme. Acompaña a una larguísima y en general lamentable sucesión de películas sobre la cuestión narco.
Presunto culpable, de Hernández y Smith, documental para los interesados en el derecho, y el tremendo funcionamiento del sistema judicial-carcelario mexicano.
Besos de azúcar, de Carlos Cuarón (ya conocemos de su hermano, Alfonso Cuarón, la interesante Y tu mamá también). Es el mismo director de Rudo y Cursi, y sin embargo, esta película, sobre los márgenes empobrecidos y ultra-comercializados de México, vale la pena.
(foto: perros prehispánicos en el museo Dolores Olmedo. Otra muestra del surrealismo local: perros inimaginables, y además indistinguibles de la estatua a la que, de manera casi inmóvil y permanente, rodean)
24 feb 2015
Sotirios Barber: duramente anti-originalista
Se desarrolló en la UNAM de México, en estos días, un notable seminario sobre interpretación constitucional, bajo el paraguas del debate "originalismo vs. living constitutionalism." Ello, a la luz del último libro (por publicarse) de James Fleming, sobre el tema. En el seminario (bien organizado por Imer F. -gracias Imer¡) presentaron trabajos varios de los "pesos-pesado" en el área, incluyendo al autor del libro (Fleming), Lawrence Solum; Lawrence Sager; Rirchard Fallon; Linda McClain y Sotirios Barber.
En un momento, me enredé con algunos en la discusión acerca e la supervivencia de esta discusión, y en particular del originalismo, luego de las decenas de años en los que ha sido objetado, y el vigor de las críticas que ha recibido. Entiendo que el originalismo sigue siendo, para muchos (flojos) jueces (incluyendo a Thomas y a Scalia en los Estados Unidos, y a una mayoría de los nuestros), el "punto de reposo" de su conservador enfoque interpretativo. Pero: seguir sosteniendo dicha postura en un ámbito académico crítico? Cómo hacerlo? Cómo puede ser? Qué lo explica?
Sotirios Barber me escribió una larga carta tratando de dar cuenta de un fenómeno para él inexplicable, en la que incluyó consideraciones tan duras como las siguientes:
"El debate debió haber terminado (dentro de la academia)" en los años 80 al menos. Sin embargo, "sobrevive no sólo en la academia sino en ámbitos partidarios". Ello es así, en parte "por el dinero que llega desde las fundaciones de derecha". Y "la explicación de por qué ocurre esto es compleja". En parte, ello se debe a que el originalismo les da a los jueces una "excusa para no argumentar"; lo cual es ayudado por el modo en que el público venera la Constitución; y la extensión que todavía tienen ciertos argumentos "social-darwinistas" conservadores (los que se utilizaron, por caso, contra el Obamacare) dentro de ciertos sectores del poder. "La derecha norteamericana" favorece esta línea interpretativa, porque "ve al público como adicto al Estado de Bienestar" y por tanto poco dispuesta a aceptar la argumentación conservadora.
Pero la supervivencia del originalismo se debe a algunas razones adicionales. La postura crítica del originalismo suele favorecer el "departamentalismo" (la interpretación difuminada entre las diversas ramas de gobierno), antes que el monopolio judicial de la interpretación; dicha postura reserva a la ciudadanía un lugar más predominante en la interpretación (y así, en general, en la gestión de sus propios asuntos); a lo que debe agregarse un cierto aristocratismo judicial; el predominio de concepciones restringidas de la democracia (tensión entre grupos de interés, más que deliberación colectiva); la preferencia por una política basada en el liderazgo (que es político, tanto como militar y económico); y la resistencia a emprender una reforma estructural de la Constitución. Para empezar a conversar, después de más de doscientos años de debate sobre la interpretación constitucional (y un horrible estado de la cuestión, en nuestra academia y práctica jurídicas)
23 feb 2015
Izquierda Diario
Más allá de que hayamos tenido desacuerdos sobre cómo pensar la marcha del 18f, me parece fantástica la respuesta que dan los miembros de Izquierda Diario a la manipulación de la que fueron objeto de parte de periodistas de Página 12 y de otros oficialistas, que pretendieron utilizar sus análisis para defenestrar a la marcha y proteger al oficialismo. No dejan marioneta con cabeza. Bien otra vez
http://www.laizquierdadiario.com/Partido-Judicial-bajo-el-paraguas-del-kirchnerismo
http://www.laizquierdadiario.com/Partido-Judicial-bajo-el-paraguas-del-kirchnerismo
21 feb 2015
No los votaría
En la entrevista a HV por María OD, aparece no sé por qué la pregunta acerca de a quién votaría (yo¡), habiendo apoyado la marcha. Claramente, ni a Macri, ni a Massa, ni al kirchnerismo, porque no voto a la derecha. (En todo caso, es una contradicción de parte de HV decir que sólo habla a partir de hechos y datos, y luego decir, sin ningún apoyo empírico, ninguna encuesta que lo respalde, ninguna indagación seria, que fue la marcha del partido de la derecha).
19 feb 2015
Boudou: no es el principal responsable, sino el más desprolijo.
La Cámara Federal, cercana al gobierno, confirmó el procesamiento del vice presidente, por coimas y negociaciones incompatibles con la función pública en el caso Ciccone (un crimen brutal en el que quedó embarrado el Congreso -la misma operatoria que con el inconstitucional acuerdo con Irán). Debe quedar claro, de todos modos, que el vice no se involucró en este delito por propia voluntad, dándose a sí mismo la orden de hacerlo. Se trata de un imberbe que no es el principal responsable, sino el más desprolijo. La orden -obviamente- vino de arriba (NK). Lo quieran admitir o no: lamentablemente, una banda de ladrones.
18f
En sus “Lecturas sobre la Historia de la
Filosofía Política,” el filósofo igualitario John Rawls comenta, casi al pasar,
cuál es su “clave de lectura” cuando estudia a los autores que repasa en el
libro -desde Spinoza y Hume a Hegel o Marx- casi todos filósofos frente a
quienes tiene innúmeras diferencias. Nos dice que él procura leer a cada uno de
ellos “a su mejor luz,” tratando de entender qué es lo mejor que tienen para
decirle, qué es lo que pueden enseñarle (en lugar de leerlos como una excusa
para afirmar lo que uno ya afirmaba antes de haberlos leído). Pero lo mejor es
esto: cuando encuentra un punto de crítica fuerte, en lugar de hacer como
tantos –descalificar a Hegel o a Marx, diciendo “estos no entienden nada”- se
pregunta: “qué es lo que no estoy entendiendo yo, de lo importante que ellos me
quieren decir?” Sería bueno que en esta época de enojos cruzados, asumiéramos
una actitud semejante. Es la que yo le pediría a quienes se opusieron a la
marcha del 18f, y es lo que, según entiendo, nos podrían pedir a muchos de
nosotros, que apoyamos la marcha.
Partiendo de dicha “clave de lectura”, tiene
sentido entonces hablar, frente a una masiva marcha convocada en democracia, en
silencio –y como lo han hecho artistas e intelectuales oficialistas- de un “golpe
de estado” (un golpe de estado hoy? En la Argentina? Luego de todo lo que
vivimos durante la dictadura?). Tiene sentido pensar, que si alguien marcha, es
porque quiere imponer, en verdad, un ajuste neoliberal sangriento? (otro ajuste
neoliberal, hoy? Frente a políticas que serían de justicia?). O se trata de una
cómoda forma de mantenerse felizmente abrazados a los propios prejuicios (“si
alguien se opone al gobierno, debe ser un enemigo de la patria, o un bobo que
sirve, sin siquiera darse cuenta, a los enemigos de la patria”)? No es un acto
de ingenuidad inmenso pensar que el pasado puede repetirse en cualquier
momento, de cualquier modo, como si todo diera lo mismo, como si no
aprendiéramos nada nunca, como si todo hubiera ocurrido en vano, como si cualquier
país fuera igual que otro, como si la Argentina no tuviera niveles de
movilización y resistencia populares capaces de frenar la repetición del
horror; como si no existiera la historia?
Tiene sentido decir, como ha dicho el respetado ex Juez José Massoni, que la marcha es la “pus” del pueblo, que marchan “las peores escorias de la sociedad”? Tiene sentido pensar de ese modo de nuestros pares, como si los miles que marcharon fueran ingenuos o perversos, agentes de la CIA, cómplices de poderes oscuros, idiotas útiles? Tiene sentido considerar que todos los colegas que marchan representan al poder judicial degradado, el que no entiende, el corrupto, el que no ha cumplido con su labor –a diferencia de uno? No resulta ese razonamiento demasiado cándido y complaciente, en relación con los pares que comparten lo que uno piensa, sobre uno mismo? No se alimenta de ese modo una dicotomía que, en este caso como en tantos, está rebasada de pluralidad, de gente que piensa distinto, de gente que está cansada, de gente que simplemente disiente, de gente dispuesta a mostrar comprometidamente su descontento? No se trata, de ningún modo, de asumir la pintura opuesta: los honestos están de este lado, los corruptos de aquel. Se trata, ante todo, de asumir la diversidad, de reconocer que muchísimos de los que marcharon no son zombies, ni candorosos, ni marionetas operadas por los grandes medios, los servicios de inteligencia locales o el Mossad. Se trata de pensar que no hay sólo dos veredas, y que mucha gente piensa diferente que uno, a partir de compromisos profundamente políticos y patriotas.
Tiene sentido decir, como ha dicho el respetado ex Juez José Massoni, que la marcha es la “pus” del pueblo, que marchan “las peores escorias de la sociedad”? Tiene sentido pensar de ese modo de nuestros pares, como si los miles que marcharon fueran ingenuos o perversos, agentes de la CIA, cómplices de poderes oscuros, idiotas útiles? Tiene sentido considerar que todos los colegas que marchan representan al poder judicial degradado, el que no entiende, el corrupto, el que no ha cumplido con su labor –a diferencia de uno? No resulta ese razonamiento demasiado cándido y complaciente, en relación con los pares que comparten lo que uno piensa, sobre uno mismo? No se alimenta de ese modo una dicotomía que, en este caso como en tantos, está rebasada de pluralidad, de gente que piensa distinto, de gente que está cansada, de gente que simplemente disiente, de gente dispuesta a mostrar comprometidamente su descontento? No se trata, de ningún modo, de asumir la pintura opuesta: los honestos están de este lado, los corruptos de aquel. Se trata, ante todo, de asumir la diversidad, de reconocer que muchísimos de los que marcharon no son zombies, ni candorosos, ni marionetas operadas por los grandes medios, los servicios de inteligencia locales o el Mossad. Se trata de pensar que no hay sólo dos veredas, y que mucha gente piensa diferente que uno, a partir de compromisos profundamente políticos y patriotas.
Ésa es mi propuesta, la “clave de
lectura” que propongo frente a la marcha del 18f y tantos otros ejercicios de
disidencia cívica, de resistencia frente al poder, ocurridos y por venir.
Propongo pensar en los miles que tienen algo importante que decirnos, diferente
de lo que pensamos. Pensar en lo importante y lo mejor que tengan ellos para
decirnos, pensar en lo que tenemos que aprender de ellos, en lugar de reírme de
ellos, mirarlos “de arriba” o tratarlos como “la escoria de la sociedad”.
Propongo pensar que, en este caso también, hubo miles y miles que se
manifestaron para decirnos que están cansados de la impunidad en la que vivimos,
de la impunidad que el poder hoy asegura; miles que no quieren que la justicia
sea vigilada y seguida por cámaras de inteligencia; miles que no quieren
enfrentarse, otra vez, a un crimen de estado no esclarecido sino ocultado por
el poder; miles que jamás aceptarían un golpe de estado, que marcharían contra
toda muerte y todo plan de ajuste; miles que sienten profundo disgusto frente a
un Estado que miente todas las cifras, que por vergüenza se niega a mostrar en
público los acuerdos que firma, que proclama una justicia social que impide en
la práctica.
No se trata de negar absolutamente nada, como si todos los opositores de hoy fueran virtuosos y angelicales; como si todos los defensores del gobierno, o los que no marcharon, fueran corruptos o enemigos del pueblo. Nada de eso, nunca. Se trata de abrir los ojos y reconocer que frente a uno hay miles de personas conmocionadas por una muerte, conscientemente indignadas, señalando errores y horrores abominables, imperdonables, que marcan a este tiempo, y que es necesario, urgentemente, remediar errores que implican (antes que “metidas de pata”, como dice el oficialista) crímenes graves que no pagan, infantes que mueren desnutridos, comunidades despojadas. Se trata de pensar que, frente a los discursos del oficialismo, hay también personas políticamente comprometidas, dispuestas a ponerse de pie, pensando en sus conciudadanos y en su país, personas con principios y convicciones que hoy silenciosamente dicen basta, buenos compatriotas que gritan: impunidad nunca más¡
No se trata de negar absolutamente nada, como si todos los opositores de hoy fueran virtuosos y angelicales; como si todos los defensores del gobierno, o los que no marcharon, fueran corruptos o enemigos del pueblo. Nada de eso, nunca. Se trata de abrir los ojos y reconocer que frente a uno hay miles de personas conmocionadas por una muerte, conscientemente indignadas, señalando errores y horrores abominables, imperdonables, que marcan a este tiempo, y que es necesario, urgentemente, remediar errores que implican (antes que “metidas de pata”, como dice el oficialista) crímenes graves que no pagan, infantes que mueren desnutridos, comunidades despojadas. Se trata de pensar que, frente a los discursos del oficialismo, hay también personas políticamente comprometidas, dispuestas a ponerse de pie, pensando en sus conciudadanos y en su país, personas con principios y convicciones que hoy silenciosamente dicen basta, buenos compatriotas que gritan: impunidad nunca más¡
Aprendieron? No hubo golpe: hay más democracia
Los viejos conservadores kirchneristas nos quisieron hacer tragar el cuento del golpe de estado. En cambio acá estamos, la gente explotando vida en cada plaza, en silencio, con enorme dolor y con quejas fuertes, pero en paz, con la democracia más fuerte que nunca. El derecho a la protesta, el primer derecho.
18 feb 2015
17 feb 2015
Las razones de la marcha
(publicado hoy en La Nación acá)
Como todo acontecimiento público de
importancia, la marcha convocada para el 18f ayuda a revelar el estado de
situación de la vida colectiva en el país. En un país definido por sus niveles
de movilización política –un país que puede enorgullecerse por los modos
frecuentes y vigorosos de la protesta social- se escuchan hoy, sin embargo,
voces que critican la convocatoria alegando razones que cuesta tomar en cuenta como
objeciones de buena fe. Pero haremos el intento.
“La marcha es política”, sostienen
algunos, como si alguna marcha pudiera no serlo y, lo que es peor, como si
dicha afirmación descalificara a la marcha, en lugar de calificarla en lo que
tiene de digno: hace décadas que aprendimos a no desautorizar a una marcha
desde el embustero lugar de la no-política. Agregan otros: “Es insólito que los
fiscales marchen: los fiscales son parte de la Justicia, tienen que dar
respuestas en lugar de hacer reclamos”. La queja es pobremente engañosa: por
supuesto que tiene sentido que quienes están encargados de administrar justicia
se quejen –con documentos, proclamas o marchas- si reconocen que el poder que
debe facilitar su trabajo, en realidad lo bloquea. Por lo demás, la molestia
que han expresado algunos fiscales que convocan a no ir a la marcha resulta
algo sorprendente, y se hace merecedora de la respuesta obvia: “Los fiscales
marchan porque un colega suyo, mientras investigaba al poder, encontró su
muerte. Lo extraño es que a Ud. se le ocurra no hacerlo -o es que su negativa
revela algo más, acerca de las investigaciones que Ud. ha encubierto?”
“Todo se trata de una operación de los
servicios de inteligencia”, siguen otros adherentes al gobierno, tapándose los
ojos frente a los hechos que gritan. Los hechos gritan que hace diez años que
el gobierno utiliza a los servicios para el espionaje interno, alimentando con recursos
infinitos y sofisticado aparataje a ese “nido de víboras”. Como colectivo
social, somos víctimas de esa decisión gubernamental (gobernar de la mano de los
servicios de inteligencia), como lo han sido, protagónicamente, los opositores
y luchadores sociales que vienen siendo escrutados desde las cavernas del
Estado, desde hace años.
De modo similar, quienes se oponen a la
marcha han empezado a examinar con lupa los CV de cada uno de los fiscales convocantes,
y a señalar con espanto a este fiscal o a aquél individuo que han decidido
formar parte de la misma: “aquél es golpista,” “éste de aquí es un oportunista”,
nos gritan horrorizados. Pero, otra vez, la crítica es desafortunada. No sólo
porque está sujeta a una obvia réplica inversa (des-convocan a la marcha desde
el General Milani y Berni, hasta el partido nazi argentino), sino porque
fundamentalmente yerra en el blanco. Cuando marchamos por la muerte de María
Soledad –por tomar un caso- lo hicimos junto con sectores conservadores de la
política y de la Iglesia de Catamarca, y nadie debió sonrojarse ni pedir
disculpas por ello; ni nadie se convirtió en lo que no era (un religioso
ultramontano, pongamos), luego de hacerlo. Estábamos unidos por una muerte, y marchamos
bajo la convicción de que el poder no era ajeno a la misma –como nos ocurre en
este momento. Por eso, también, resulta ofensiva la pregunta acerca de si la
marcha “es (o avanza una causa) progresista.” Frente a la muerte intolerable no
hay izquierda ni derecha –aunque sí suele haber ideología partidaria o sectaria
detrás de la muerte (en este caso, vinculada con los servicios de
inteligencia). Por eso tenía sentido marchar en Francia, ante la masacre provocada
por el extremismo religioso, sin necesidad de pedir previamente el ADN
ideológico de quienes marchaban –entonces lo hicieron muchas personas y figuras
públicas con quienes uno no querría compartir una cena. Lo mismo ocurrirá
ahora, y es bueno reconocerlo. Pero otra vez: lo que nos une es otra cosa, la
muerte es la que traza el límite, sin por ello “clausurar la política”: el acto
de marchar sigue expresando un compromiso público contra la impunidad,
profundamente político. (Por lo demás: la lucha contra la impunidad, frente a
la muerte de María Soledad, del fotógrafo Cabezas, o del fiscal a cargo de
investigar la masacre de la AMIA, es obviamente “progresista”, por más que, en
cada caso, los sectores conservadores de la Iglesia o la oposición quieran salir
beneficiados a partir de ello).
Algunos críticos de la convocatoria dicen
que se pretende “convertir en héroes” a Nisman, a los fiscales convocantes, o a
ciertos sectores de la justicia. En lo personal, y como tantos, no me sentí
seducido nunca por la investigación de Nisman (sobre todo, por el modo en que el
ex presidente Kirchner decidió contaminar desde el primer minuto dicha
investigación, al obligar al fiscal especial a trabajar de la mano de los
servicios de inteligencia); ni creo en el carácter angelical o ingenuo de
nuestros jueces y fiscales. No confío, como tantos, en muchos de ellos (y más
allá de los nobles funcionarios que siguen enalteciendo a la justicia) por lo
que el menemismo y el kirchnerismo quisieron hacer del Poder Judicial durante
veinte años: un mero instrumento al servicio de la impunidad del poder. Ello
así, a partir de los indefendibles nombramientos que, en la vasta mayoría de
los casos, promovieron (Daniel Reposo venía a servir a la Justicia? Vinieron a
hacerlo los Oyarbide que hoy, más allá de sus nombramientos, son mantenidos firmes
en sus puestos?). No confío en mucho de ellos, además, por los modos en que menemistas
y kirchneristas intervinieron sobre la justicia,
a través del dinero y del miedo (con ascensos prometidos, “sobres” entregados,
“llamados” y “carpetas” revoleados). Somos muchos los que marcharemos contra
todo ello. Resulta, en todo caso, tan revelador como molesto que, frente a cualquier
acto judicial que no sea servil al gobierno (un recurso presentado; un llamado
a declaración; una indagatoria; la marcha del 18), prestos funcionarios y
periodistas se atropellen entre sí para revelar los antecedentes de horror del
funcionario judicial ahora impugnado. (Uno se pregunta entonces: Y por qué no
mostraron esos antecedentes ayer? Sería que por entonces todavía sacaban
provecho de ellos?).
Otros más se apresuran a señalarnos con
el dedo para denunciar que, si marchamos, lo haremos como lo que hicieron “los
viejos golpistas desde los años 40”. Como tantos, y por razones de edad, recuerdo
haber marchado en democracia muchas veces –en primer lugar, y aún o por razón
de las simpatías que sentía por él, contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Nunca
nadie nos llamó golpistas, aunque allí sí existían riesgos serios de golpe de estado.
Marché, como muchos, por María Soledad, por Cabezas, por Arruga, por Julio
López, por Mariano Ferreyra, por Kosteki y Santillán. Como tantos otros, no
necesito que me digan cuándo debo marchar, o por qué y en nombre de quién es
que estoy marchando.
Finalmente, he escuchado a cientistas
sociales y periodistas oficialistas decir que si marchamos volveremos a
demostrar que formamos parte de la “clase media desagradecida” –una
descalificación no sólo sociológicamente imprecisa, sino enormemente reveladora
de la mentalidad del momento. Ahora queda en claro: el dinero o las ventajas
“recibidas” estaban llamadas a desmovilizarnos. Lo que se buscaba era,
simplemente, comprarnos. Larga vida a quienes, frente al dolor que padecen, y
sobreponiéndose al mismo, salen a la calle a manifestar su protesta –a los
gritos, en silencio o llorando. Frente a la impunidad, la injusticia social y
la muerte, que otros se queden con la algarabía y el canto.
15 feb 2015
12 feb 2015
POR UNA COMISIÓN NACIONAL DE ESCLARECIMIENTO DEL ATENTADO A LA AMIA
La causa AMIA es, a esta altura, el caso contemporáneo
más aberrante de impunidad y encubrimiento que, a su turno, refleja debilidades
institucionales que han acompañado la reciente historia democrática de nuestro
país. A la ausencia de justicia frente al atentado de 1994 que produjo 85
muertes y centenares de heridos y a la cadena de irregularidades que le
siguieron (incluyendo evidencias fraguadas que involucraron actores del poder
judicial, del Ejecutivo y de los servicios de inteligencia), se sumaron
recientemente una denuncia del fiscal Alberto Nisman contra el Ejecutivo por
encubrimiento (mediante la firma en 2013 del Memorándum de Entendimiento entre
la Argentina e Irán) y, hace pocos días, la muerte enigmática del propio
fiscal.
A 21 años del mayor ataque terrorista padecido por el
país, la Argentina se debe a sí misma el pleno esclarecimiento de la causa AMIA.
Sin duda, y en esta hora, el sistema judicial debe funcionar con profesionalismo,
celeridad, transparencia y efectividad en todo lo que hace a la investigación
sobre el deceso del fiscal Nisman. Ciertamente, el sistema político debe
abocarse hoy a un tratamiento riguroso y a un debate amplio de todo aquello que
sucedió en el mes de enero de este año en materia del tema AMIA. Es evidente,
asimismo, que después de décadas de prácticas opacas, ilegales y
delincuenciales, el sistema de inteligencia necesita una reformulación profunda
y sustentable, basada en un fuerte consenso social y político que sólo admita
como límite el de un claro compromiso democrático.
Es en este contexto que los abajo firmantes creemos
indispensable la convocatoria por parte del Poder Ejecutivo Nacional a una
“Comisión Nacional de Esclarecimiento del Atentado a la AMIA” bajo la premisa
de que la misma opere con plena independencia y capacidad de actuación y que
cuente con los recursos necesarios para efectuar su tarea.
Tanto a partir de nuestra experiencia con la “Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas” (CONADEP) como con experiencias en otras latitudes,
se ha podido constatar que este tipo de instrumento es apto para hacer un mejor
diagnóstico de una situación compleja y delicada, para revisar una política
pública desacertada o para evaluar el fracaso de una estrategia, entre otras.
En nuestro caso, se trata de un mecanismo imprescindible para abordar un
ejemplo emblemático de impunidad que está horadando la democracia argentina
pues pone en entredicho y deslegitima a instituciones del Estado, así como a partidos
y dirigencia política. De allí que creemos que una Comisión como la sugerida, reputada
respecto a la honestidad y capacidad de sus miembros, plural en su conformación
ideológica y diversa en su procedencia disciplinaria, puede contribuir decisivamente
a dar luces en cuanto al atentado a la AMIA. No se trata de sustituir a
fiscales y jueces: se trata, en esencia, de evaluar en forma independiente las
pistas, indicios y líneas de investigación que fue siguiendo al justicia; de
sopesar las pruebas fácticas que se han ido recogiendo; de ponderar la laborar
judicial realizada y la del ministerio público; y proponer cursos de acción
institucional para revertir el estado de impunidad en el que ha quedado el
atentado de 1994.
En esa dirección, es fundamental establecer los
objetivos, alcances y funciones de la Comisión propuesta de tal forma que sus
resultados y conclusiones aseguren, entre otras, el fortalecimiento y
mejoramiento del accionar judicial, de los servicios de inteligencia y del sistema
político. La Argentina está frente a un camino que se bifurca: una alternativa
es preservar, en los hechos, el statu quo
y con ello la perpetuación de la impunidad y la degradación de su democracia;
la otra es iniciar la ardua pero imperativa tarea de develar el entramado de
intereses, prácticas y fuerzas que se benefician con la injusticia, la
confusión y la corrupción. Una Comisión como la aquí planteada y con el tema
específico indicado, bien podría ser el comienzo de esta última vía; una vía a
favor de una mejor democracia. Es, en definitiva, la propuesta de una Comisión
que dé cuerpo a las mejores capacidades éticas, técnicas, políticas e
institucionales con las que nuestra sociedad y su democracia cuentan para
esclarecer, hacer justicia y defenderse frente a la peor agresión que ha
sufrido en las últimas décadas.
Por último, invitamos a adhesiones individuales e
institucionales, así como manifestaciones escritas y orales a favor de la
convocatoria a una “Comisión Nacional de Esclarecimiento del Atentado a la
AMIA”.
Victor
Abramovich, Carlos H. Acuña, Eduardo Anguita, León Carlos Arslanian, Abraham
Gak, Roberto Gargarella, Luis Moreno Ocampo, Vicente Palermo, Beatriz Sarlo,
Juan Gabriel Tokatlian
Buenos Aires, 10 de Febrero de 2015
11 feb 2015
Carlés: el problema del alineamiento con el poder
Muchos hemos conocido al candidato
propuesto por el kirchnerismo para la Corte Suprema, Roberto Carlés, a través
de su participación en la comisión que redactara el Proyecto de Reforma del
Código Penal. Su labor en la comisión
fue –según entiendo- destacada, demostrando conocimientos técnicos, capacidad
para presentar y defender argumentos en público, y destreza para conciliar
posiciones diferentes. Por lo demás, cuatro características del candidato que
han sido presentadas como críticas a su postulación, resultan a mi parecer –y
en principio- virtudes en cualquier candidato: la proveniencia académica; la
juventud: el hecho de que tenga ideas fuertes sobre el derecho; y la cuestión
de que posea convicciones políticas definidas. Si en lo personal tengo una posición
crítica sobre la nominación de Carlés, ello se debe en todo caso a los detalles
propios con que se completan cada uno de los datos citados, y en particular con
el tipo de vínculo que lo une al gobierno de turno. Vayamos por partes.
Ante todo, históricamente, en la
Argentina, Colombia, Italia o los Estados Unidos –para citar sólo unos pocos
casos diversos- los jueces de la Corte provenientes de la academia jurídica (y
no de la misma judicatura) han aportado innovaciones extraordinarias en los
tribunales en que participaron. Resulta crucial saber, sin embargo, de qué tipo
de trayectoria académica hablamos. Una brillante carrera académica puede
ameritar un cargo en la Corte (como ocurrió con Eugenio Zaffaroni o Ricardo
Lorenzetti), pero en el caso de Carlés, esa carrera se sitúa recién en los
primeros escalones. Tal vez por su extrema juventud, o tal vez por su pronto (y
legítimo) interés en el trabajo político, la carrera académica de Carlés es muy
limitada: no se reconocen en su CV ningún artículo sustantivo, ni alguno
publicado en una revista con referato o evaluación imparcial (dato simplemente
decisivo para una vida académica); su tesis doctoral presentada en Italia no
aporta novedades significativas, más allá de tener –notablemente- la dimensión
de una muy breve tesina; y su principal cargo académico (por concurso) es el de
Auxiliar Docente -básicamente, el escalón más bajo en el ámbito docente. Es
valorable, también, el compromiso de un candidato en el ámbito
público-político, pero el cargo que ostenta Carlés como asesor en el Senado, en
el área de Mantenimiento (un hecho algo insólito, en relación con un cargo al
que habría accedido a través del vice-presidente Amado Boudou, y al que dedica
poca presencia efectiva, mientras recibe un sueldo importante) merece contarse
como un antecedente contrario, antes que favorable, al candidato en cuestión
(digo esto sin ponerme a indagar la veracidad –hoy en cuestión- de los datos
que ha incorporado en su currículum).
En relación con las posturas que ha defendido
Carlés en materia jurídica (estrictamente, en el área del Derecho Penal),
tiendo –en lo personal- a simpatizar con muchas de ellas. En particular, en la
Argentina de hoy (marcada por una práctica penal conservadora y brutalmente
represiva, alentada en los hechos por el propio gobierno), y dentro de un
ámbito como el penal, plagado de injustificadas posiciones reaccionarias y
populistas, poner el acento –como lo hace Carlés- en la protección de las
garantías individuales, resulta interesante y valioso. Sin embargo, disentí y
disiento con él en relación a aspectos sustantivos y procedimentales de la
reforma penal en la que trabajó. Sustantivamente –es mi opinión- la reforma no
peca por “progresista” y “garantista” como han dicho algunos miembros de la oposición,
sino exactamente por lo contrario: por ser conservadora (como reconociera el
propio Eugenio Zaffaroni) y por ser demasiado poco garantista. El lenguaje de
la reforma sigue siendo el tradicional: el derecho penal sigue hablando el
idioma de la cárcel, la pena bruta, los años de castigo, dentro de un marco
todavía clasista y sesgado en contra de los más débiles. Mientras tanto, en
términos procedimentales, la reforma propuesta estuvo definida desde un primer
momento por el elitismo que sigue siendo característico de nuestras elites
penales que –por más que en algunos casos invoquen los valores propios de la
izquierda jurídica- insisten en repudiar toda vinculación entre la reflexión
penal y la democracia (nuestras máximas cabezas penales siguen oponiéndose al
juicio por jurados; defienden las formas más cerradas del control judicial; y
rechazan cualquier involucramiento del “pueblo” en la discusión penal, alegando
que “abrir las puertas a la democracia es correr hacia el populismo penal” –una
tontería sólo dependiente de una concepción paupérrima de la democracia). Como
resultado de este tipo de convicciones, nuestro derecho penal sigue escribiéndose
conforme a los movimientos de un péndulo que oscila entre un elitismo penal que
invoca los intereses del pueblo sin consultarle nada; y un populismo penal que
proclama actuar conforme a una voluntad popular a la que en los hechos repudia.
En el caso particular de Carlés, las tensiones entre sus proclamas (cercanas al
abolicionismo) y los resultados conseguidos (un Código a la vieja usanza,
defendido como si fuera un Código de avanzada) generan preocupaciones obvias.
Finalmente, considero excelente –antes
que un problema- que un futuro juez tenga convicciones políticas fuertes, o
compromisos sociales intensos. El problema no radica en tales convencimientos,
sino en el decidido alineamiento de Carlés con el gobierno de turno. Contra tal
situación, debiera decirse que en todo el mundo se exige que el Poder Judicial
(y en particular los tribunales superiores) actúen ante todo como “contrapeso”
frente al poder político dominante, y como control ante las autoridades en
ejercicio (por ello, y por ejemplo, muchos consideramos una vergüenza, y no un
rasgo positivo, el obsecuente alineamiento que mostraron algunos jueces de la
Corte norteamericana con el gobierno de Bush). Exigimos este tipo particular de
independencia frente al gobierno de turno en países como los nuestros, y en
épocas como las que vivimos, marcadas por gravísimos abusos de poder (abusos
expresados en leyes antiterroristas; servicios de inteligencia dirigidos al
espionaje de la oposición; represión sobre minorías políticas y comunidades
indígenas; etc.). Tales consideraciones (que de ningún modo implican afirmar
que el poder político siempre actuará mal, ni niegan la importancia de evitar
los abusos del poder económico) nos dicen que resulta simplemente crucial
contar con un Poder Judicial bien preparado y dispuesto para resistir las
pretensiones arbitrarias del gobierno de turno, cualquiera sea su signo. Lamentablemente,
por lo mucho que conocemos de las opiniones políticas de Carlés (dada su
adicción al “twitter” –un mal de época), contamos con preocupantes indicios
sobre las implicaciones de su seguidismo hacia el gobierno: como jurista que
es, Carlés defendió insólitamente la re-re-reelección presidencial; acompañó la
agresiva campaña oficial contra Bergoglio, que mutó en amorosa defensa del
nuevo Papa apenas resultó conveniente; insultó irrespetuosamente a toda la
oposición; o avaló la reciente y preocupante propuesta oficial de transferir
las “escuchas de inteligencia” a la Procuración (una Procuración fanatizada
que, según nos dice la justicia, viene decidiéndolo todo, sistemáticamente, de
modo contrario a derecho). Este alineamiento fuerte con el gobierno de turno
–que no es lo mismo que el irreprochable hecho de que alguien simpatice con
algunas o muchas políticas oficiales- nos habla de un rasgo de conducta que
debiera bastar para bloquear su postulación: qué garantías podría darnos un
juez como él, frente a nuevos o potenciales abusos promovidos por el poder
(i.e., un nuevo tendido de “escuchas” sobre activistas sociales y disidentes?).
Necesitamos jueces predispuestos a hacer exactamente lo contrario, esto es
decir jueces que, en lugar de prepararse para salir a la caza de argumentos
justificatorios de lo que hace el poder, sean capaces de oponerse sin
miramientos a cualquier iniciativa oficial violatoria de derechos.
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