14 mar 2016

La historia de los 36



 La historia de los 36 viene de demasiado lejos, y encuentra versiones muy distintas, que fueron creciendo y mutando un poco, en tiempos y lugares diferentes. Versiones que con los cambios se fueron refinando también, hasta encontrar formas –al menos algunas de ellas- cada vez más atractivas. Las primeras dos que voy a comentar no son las que más me interesan, pero las voy a presentar porque es ahí en donde la historia encuentra sus primeras raíces.

La primera versión conocida de esta historia aparece en el libro del Génesis, y refiere a un diálogo entre Jehová y Abraham, en donde, hablando de la corrosión de las costumbres en Sodoma, y de su futura destrucción, Abraham le pregunta a Jehová si se animará a hacer morir “al justo con el impío.” Jehová le responde entonces que no, que no lo hará pero solamente si es que encuentra a 50 justos en la ciudad. En ese caso –le respondió- todo sería perdonado en nombre de los justos.

La segunda de las muchas versiones que aparecieron de esta misma historia navega entre Egipto y Grecia, y nos habla de 36 (así llamados) “decanos celestiales”, cada uno de los cuales se convierte en observador del Universo, al que de algún modo gobierna, durante 10 días. En esta nueva versión nos encontramos ya con los 36 (los justos no son 50 sino 36), aunque se trata aquí de 36 que ocupan una posición prominente, 36 que de algún modo se sitúan en el centro y por encima del Universo.

Son las versiones que aparecen luego las que más me satisfacen e importan, comenzando por la extraordinaria alusión que se hace a la misma en el Talmud, cuando se explica la tradición de los Tzadikim. Según esta forma del relato, existen 36 hombres justos sobre la faz de la tierra. Si todos ellos desaparecen, el mundo mismo desaparece. En cambio, si uno sólo de ellos muere, entonces no hay mayor problema, ya que otro justo toma inmediatamente el lugar del que ha muerto. Esta traslación de la historia me resulta maravillosa. En particular, me agrada el notable giro que le agrega al cuento, y es que los 36 justos, esas 36 personas, se encuentran dispersas y ocultas entre todos nosotros –no ocupan entonces, como ocupaban antes, el vértice superior del Universo. Nosotros no conocemos a estas personas, pero tampoco ellas se conocen entre sí, ni saben siquiera el papel que están cumpliendo. Todos estos pequeños detalles conforman una narración para mí muy hermosa.

De modo notable, pero no sorprendente, una de las mejores traducciones y re-elaboraciones que tuvo este fragmento del Talmud es la que presentó Borges, en uno de sus poemas más conocidos y más bonitos, que es el poema sobre Los Justos. El poema es tan emocionante como otros cuentos del autor, incluyendo el que más le gustaba a él mismo, que era El Sur; y tan conmovedor como el relato que hiciera Borges sobre aquello que viera desde el agujero infinito, el Aleph, luego de la muerte de Beatriz Viterbo. Pero vuelvo, en todo caso, al poema Los Justos, que es el que me interesa. En él, y sin dar una cifra precisa, Borges habla de un número indefinido personas, diseminadas entre todas las demás, que son las que permiten que la humanidad se redima. Él describe brevemente, en una línea o dos a lo sumo, a un puñado pequeño de estas personas. Habla del “tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada;” habla del “ceramista que premedita un color y una forma”; habla de quien “cultiva un jardín, como quería Voltaire”; habla de “dos empleados que en un café del Sur juegan un silencio ajedrez”; y habla también –esta línea es particularmente bella- del que “justifica o quiere justificar un mal que le han hecho”.  Estas personas, concluye Borges en la sentencia final del poema, aunque “se ignoran, están salvando el mundo.”

La dimensión que le da Borges a la historia de los 36, y los modos y ejemplos con que la ilustra, depuran el relato original todavía más. El Talmud de Borges, para llamarlo así, coloca al relato en lo que considero que es su lugar más alto.

En lo personal, tengo una versión propia de la historia, que muestra dos variaciones con el hilo principal de la misma. En mi versión del relato, primero, no se trata de 36 personas, sino de varias más (aclaro, de todos modos, que Borges tampoco reducía esas personas al número de 36, sino que por el contrario –y como yo quisiera hacer- sugería que el número podía ser bastante más alto). Yo no puedo definir el número, pero me inclinaría a pensar que se acerca a los 36.000, o a los 360.000, o –es lo que llego a pensar en mis días más optimistas, que no son muchos-  al número de 3.600.000. En todo caso, de lo que estoy seguro es que se trata de una minoría, que trasciende bastante al inicial número de 36. Como en la tradición que nos llega desde el Talmud, creo que se trata de personas que están dispersas entre nosotros, y que no se conocen entre sí. De todos modos, en mi versión del relato aparece una segunda diferencia con el que proviene del Talmud y que mejora Borges, y es que estas 3.600.000 personas (para usar la versión optimista) no están salvando el mundo (no es que su desaparición provoca la desaparición del mundo), pero lo tornan más respirable, cuando a veces, muy habitualmente, entendemos que se ha vuelto irrespirable y que es difícil de vivir en él. Se trata, entonces, de personas que hacen lo suyo bien y comprometidamente. Personas que, para ponerlo mejor, están  haciendo mucho más, cuando podrían hacer mucho menos. Personas que,  de ese modo (sin avisar ni hacer alharacas) ayudan a que el resto (que pueden ser todos o unos pocos o una sola persona) podamos vivir mejor. Estas personas, agregaría finalmente muestran que al mundo es posible cambiarlo, aunque sea un poco, desde cualquiera de sus puntos.


Esta semana, creo, me tocó ver a una de estas personas, en el subte. Era un joven músico que tocaba una canción propia, muy linda, en el vagón en el que yo iba. El joven cantaba con enorme entusiasmo. Cuando el subte llegó a destino, a su estación final, el cantante estaba recién por los comienzos de su última canción, así que, sin dudarlo un instante,  sin inmutarse por el hecho de que la mayoría de los pasajeros abandonara “la formación”, y sin molestarse siquiera porque se había escapado la posibilidad de pasar la gorra y recaudar su merecido, él optó por seguir cantando un buen rato más, hasta que concluyó su tema y quedó satisfecho con la versión emprendida. Personas como él, diría, ayudan a mejorar al mundo desde un punto en apariencia oculto o retirado del centro. Pienso, también, en aquellas viejas a las que les duele cada parte del cuerpo, pero que en invierno, cuando el nieto se les queda a dormir en la casa, se despiertan de noche, sienten frío, y a pesar de los achaques en los huesos, también sin dudarlo, se levantan y van a agregarle una frazada al nieto, que está dormido y ni siquiera se ha dado cuenta del frío. Pienso, por ejemplo, en el encargado del café que frecuento, siempre de camisa y corbata impecables, que con su tranquilidad y buenos modos nos contagia tranquilidad y buenos modos a todos. Este tipo de personas permiten que el planeta siga siendo un lugar habitable, y nos muestran que al mundo, desde cualquier punto, es posible mejorarlo.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante comentario el tuyo Roberto. Fijate que aunque no me entusiasman mucho las minorias y elites sociales hay una realidad que no podés pasar por alto. Hay gente que hace la diferencia. Y esas personas muchas veces ni siquiera son héroes ni prohombres o pormujeres, tal vez esten llenos de falencias como cualquiera. Y esa diferencia hace que la historia circule en una u otra direccion.
Como modelo alternativo baste uno fisico a mano:los semiconductores de que estan hechos estos dispositivos que usamos para comunicarnos. Estan hechos de pastillas de silicio que en sí es un cristal sin muchos méritos. Tiene cuatro electrones en su ultima orbita. Ni fu ni fa. Ni es conductor ni es aislante.
Pero si vos le haces un dopado con impurezas (no se de que elemento quimico) de una parte en diez millones, entonces se comporta mágicamente. Se transforma en un conductor de una sola direccion, por ejemplo, sólo de corriente positiva. Asi que la solucion para nuestros problemas es esa distribuir estrategicamente a esas personas de una parte a diez millones en puestos claves. y listo.
Estaría bueno.
m.c.

El loco de la Vespa dijo...

...El que prefiere que los otros tengan razón..

El loco de la Vespa dijo...

...El que prefiere que los otros tengan razón...

Anónimo dijo...

rg, lo tuyo es simplemente conmovedor

Eduardo dijo...

Hace mucho pensé lo mismo cuando el que nos atendía en una parrilla en Entre Ríos a la vera del Paraná nos contaba lo que había pescado y que puso en la parrilla, y nos contaba que iba a pescar con el hijo los fines de samana. Nos hablaba de su amor por el río, la pesca. Pocas veces comí un Pacú tan rico. Un poco le admiré su tranquilidad para hacer las cosas y llevar el día.
Justo me acuerdo que en ese momento Maradona había vuelto a Boca y me trajo a la cabeza el tema de estos Héroes anónimos o de Ídolos. Porque en ese momento sólo se hablaba del Diego y estas cosas parecían invisibles.
Pero tiempo más tarde me puse a pensar en ese héroe anónimo y en la posibilidad de que, por atrás de esa imagen inexpugnable podría haber una persona que obrara mal hacia la sociedad. Un claro ejemplo podría ser el caso Mangieri (si es que es culpable) un tipo que todos hablaban bien de él como encargado del edificio, pero que luego puede cometer semejantes atrocidades.
Es una imagen difícil pero posible...

mm dijo...

y que tal si cada uno de nosotros se compromete a ser un poco mejor cada uno de los días de nuestra vida? ¿qué es ser justo? por qué continuar con el relato de los Héroes (Superman o Los Justos, en cualquiera de sus formas?)

Por qué admiramos al otro en su simpleza - que es belleza- si también podemos "acariciar un animal dormido"

Más allá de la belleza del poema de Borges, es interesante observar que aquéllo que enuncia está alejado de la lógica y los valores del mercado.

Si necesitamos la existencia de "Los Justos", deberíamos preguntarnos por dónde nos está pasando la vida.





Anónimo dijo...

Bello pensamiento. Las dos versiones tuyas de los 36 me parecen las más realistas y posibles.
Estoy convencida de la existencia de esos justos, no importa cuántos. Mejor que no se conozcan: podrán seguir existiendo y haciendo lo suyo, con sencillez y sin alharacas. En el poema de Borges y en las demás versiones,las tradicionales y las tuyas, lo justo se nos presenta como bello. Justicia es belleza. Ojalá hubiera más funcionarios judiciales que así lo sintieran y obraran.

Pablo M dijo...

Muy bueno Roberto. Creo que como a muchos, también me pasó esa sensación con gente diversa: un taxista, una enfermera, un asesino arrepentido, un kioskero y muchos musicos del subte. Si me lo prestas me lo llevo para el fcbk :) con copyright y todo. M.C. es interesante lo que contas, pero creo que es por eso que no conoci un solo fisico que sea poeta...

Anónimo dijo...

Quizás Los Justos pueda ser comprendido junto/entre otras líneas que desbordan las etiquetas y el riesgo de volverse una estatua de uno mismo. Pienso en la idea que plasma en el art.14 de sus Fragmentos de un evangelio apócrifo. La idea de que "Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es." Curiosamente esta metáfora de la sal, ya no en forma de estatua sino disuelta en el océano, aparece en una de sus Siete Noches, dedicada al budismo. La ley que enseña el Buddha -dice Borges- "es vasta como el mar pero tiene un solo sabor: el sabor de la salvación." Borges termina su Atlas con "De la salvación por las obras". Creo que su alegato puede ser oído como un bastón, tallado a mano, que nos anima a dar otro paso desde la oscuridad de nuestro pobre individualismo, o un pasaje 'del hambre al sueño' evocando al lector Glauber Rocha. Borges vuelve una y otra vez sobre la fragilidad del bien, a construir sobre la arena, "pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena." S.H.

Miguel dijo...

Lindo, Roberto! Cómo no vamos a tener 3.6 millones de esos? Seguro que sí. Lo que humildemente yo agregaría es que esas personas no solamente hacen mejor el mundo sino que además viven, ellos mismos, mejores vidas. La recompensa es intrínseca; lo que hace de sus acciones que sean mejores no es solamente traer el café o preparar la cena para el nieto o el pibe que encontraron en la calle o el perrito abandonado de la esquina. Pues hacer lo más cuando podrían hacer lo menos es lo que los hace mejores, lo que los hace vivir la vida buena. En cada familia tenemos uno (y una) de esos. En ese espejo nos miramos, como diría Aristóteles, que entendió todo. Como el gran Hilary Putnam, que falleció antes de ayer. Un abrazo, MA.

Anónimo dijo...

Versión en vivo de la historia, narrada por el propio RG: https://www.youtube.com/watch?v=qEj-aaXuMNQ