(Publicado hoy, en Revista Ñ)
“Lo sé cuando lo veo.” Sobre Breve Historia del Antipopulismo (Siglo XXI, 2021), de Ernesto Semán
Ernesto Semán acaba de publicar un trabajo importante –Breve Historia del Antipopulismo (Siglo XXI, 2021)- que examinaré críticamente en las líneas que siguen. Antes de hacer un repaso del libro, y detallar alguna de las reservas que me genera la obra, quisiera dejar señaladas las virtudes que, genuinamente (y no como compensación o caridad) encuentro en el trabajo. Breve Historia del Antipopulismo es un libro breve sobre la vida política argentina, escrito por un autor culto e informado -un autor que conoce de historia y que está bien versado en las ciencias sociales. En su libro, Ernesto -colega y amigo- toca una fibra importante y poco estudiada que, por eso mismo, genera inmediato interés en los lectores. Como si fuera poco, el libro se lee con gusto y facilidad, porque está muy bien escrito, por un autor que tiene buena pluma, y que -como el buen periodista que ha sabido ser- sabe redactar (y titular), y lo hace de un modo atrayente. El libro (que cuenta, por lo demás, con una significativa tapa) es caracterizado en su contratapa por “una escritura precisa y conmovedora”. Quisiera ratificar que lo dicho es así, que algo de eso hay, y que ello se agradece enormemente. Mejor todavía, el trabajo aparece lleno de ideas (ideas, muchas veces, más chispeantes que de gran calado, pero ideas al fin), y ofrece la enorme gracia de saber combinar detalles y coloridas anécdotas históricas con hermosas y apropiadas referencias literarias (las alusiones del autor a Domingo Sarmiento, Miguel Cané, Ricardo Piglia o Juan Filloy resultan particularmente encantadoras). Finalmente, se trata de un estudio histórico relevante sobre la vida política argentina, presentado por un autor con quien, en lo personal, comparto generación y, en buena medida, pertenencia política y social (transitamos con él por muchos lugares similares: desde los alrededores del alfonsinismo, a la Revista La Ciudad Futura, o el Club de Cultura Socialista; desde la Universidad de Nueva York a parte de una vida en Bergen, Noruega). Ello hace que me acerque al libro y a su autor con simpatía y empatía -más allá de las observaciones que a continuación presente.
“I know when I see it”
Quisiera mencionar desde un comienzo cuál es el principal problema que encuentro en el libro, haciendo alusión a una conocida anécdota jurídica. En una de las líneas más célebres y resistidas, aparecidas alguna vez en un fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos (Jacobellis v. Ohio, de1964), el Juez Potter Stewart ofreció su propio test para censurar a una publicación en razón de su contenido “obsceno”. Sostuvo entonces: “lo sé cuando lo veo” -“I know when I see it”. Es decir, con solo ver a la imagen en cuestión -reclamaba el Juez- él podía distinguir sin problemas cuándo es que ella superaba el umbral de impudicia tolerado por el derecho de libre expresión, para resultar entonces pasible de censura. En su libro, Ernesto Semán pone en práctica su propia versión del “I know when I see it”: pareciera resultar algo más o menos obvio cuándo es que nos encontramos frente a un caso de “antipopulismo.” Así, como si no estuviéramos hablando de un concepto esencialmente controvertido, sino de algo que, finalmente, “reconocemos cuando lo vemos.” De hecho, Ernesto llega a afirmar, hablando del “populismo” (para mí, de modo sorprendente): “todos entendemos lo mismo y sabemos con claridad qué significa y qué no significa un término presuntamente tan ambiguo” (p. 245).1 Aquí radica mi principal y central objeción frente al valioso trabajo de Ernesto: el problema que afecta al libro es conceptual. Lamentablemente, el concepto que falta -o, más bien, los conceptos que faltan definir, esto es, básicamente, los de “populismo” y “antipopulismo”- no son marginales sino centrales en la obra. Sin ellos -es decir, sin poder determinar con precisión a qué nos estamos refiriendo- toda la estructura construida tambalea y, lo que es más grave, queda a la merced de un riesgo serio: que el autor invoque o remueva la categoría indefinida, conforme a su voluntad, convicciones o prejuicios.2
Conceptos como “armas” para el combate político
El problema conceptual referido resulta agravado, en un libro como Breve Historia…, en razón de que el autor escoge pivotear justamente en torno a categorías como las de “populismo” o “antipopulismo” que, aún en (o a partir de) la eterna opacidad que muestran, se encuentran ya sobre-cargadas de sentido político, a la vez que llevan sobre sus espaldas una enorme carga emotiva: se trata de “conceptos de combate”, y así han sido utilizado en estos últimos años, en la discusión política local. El mismo Ernesto lo reconoce bien, al comienzo de su libro, cuando señala que el concepto de “populismo” - aparece “usado como arma más que como categoría de análisis” (p. 12). La dificultad que aparece entonces es que, tomando ventaja de la imprecisión propia de los conceptos centrales de la obra, el libro sirva para llevar adelante la propia batalla, y participar así en la disputa política diciendo lo que quiere decirse, con independencia de lo que la investigación del caso autorice a afirmar.3 De ese modo, la tesis que se explora en el libro puede pasar a entenderse no como el resultado de un largo trabajo de investigación, sino como premisa o punto de partida (o prejuicio) a partir de la cual se va ordenando y clasificando la historia que se examina -cual lecho de Procusto.
Ofrezco un breve ejemplo de aquello a lo que me refiero: Donald Trump. El autor de Breve Historia…rechaza la posibilidad de asociar a Trump con el “populismo”: Ernesto está pensando, de modo especial, en los líderes socialmente progresistas latinoamericanos, y por tanto, aquella asociación de Trump con el populismo -como la de Jair Bolsonaro y populismo- no encaja con lo que el libro quiere afirmar. La pregunta es, sin embargo: se encuentra la obra en cuestión en condiciones de demostrar por qué alguien como Trump no sería un “populista,” sino un “antipopulista”? Entiendo que no. Alguien podría preguntarle a Ernesto -basándose en los propios rasgos que él mismo elige subrayar, a la hora de hablar de líderes “populistas”: “Pero cómo así? No es que alguien como Trump era un caudillo, despreocupado u hostil frente a la cuestión institucional, que buscaba un vínculo directo con las masas, que tenía un discurso anti-establishment, y que era votado por los sectores subalternos más marginados y molestos (los desempleados, los huérfanos de la industria automotriz, el campesinado empobrecido, los “feos, sucios y malos” del sistema norteamericano)? No pasa por allí, acaso, la definición más común del “populismo”? (en el libro de Semán, rasgos tales aparecen, por caso, en la página 12, según veremos enseguida) Parece que no. Semán hace algunos esfuerzos importantes, en este caso (el de Trump) para demostrarnos por qué -a pesar de las apariencias- Trump no merece ser considerado como un “populista” (Notablemente, mientras que Casullo, en su libro, clasifica a Trump como un “populista neoliberal”, p. 132; Semán lo encasilla en el bando contrario, y como formando parte de la “derecha antipopulista”, p. 253). Así, el autor se apresura a aclararnos por qué, pese a que Trump pareció apoyarse en “marginales apremiados por la globalización”, debe considerarse que el ex Presidente se apoyó, en verdad, en un “grupo de fanáticos” compuesto sobre todo por “CEOs”, “abogados de firmas prestigiosas” y “fuerzas armadas”; y por qué ,aunque Trump pareció expresar la “rebelión de los de abajo contra el sistema” el trumpismo debe ser visto, en verdad, como expresando “una calculada manipulación desde arriba”; o por qué, aunque el discurso de Trump parecía mostrar un “carácter antiinstitucional”, el trumpismo se encontraba comprometido, en verdad, con “la mismísima constitución” (pp. 260-1). En este tipo de párrafos encontramos la versión menos atractiva del libro escrito por Semán. Lo que hallamos aquí es a un autor intentando de modo ansioso de “descontaminar” su “tesis” de contra-ejemplos molestos -tratando de encajar la historia con sus preferencias, “por la razón o la fuerza -especialmente la fuerza”.
La historia argentina como la historia del peronismo
En el párrafo conceptualmente más cuidado del libro (en la introducción, p. 12), Ernesto Semán define al “populismo” latinoamericano de un modo localizado y específico, asociado a la coyuntura político-económica posterior a la Segunda Guerra. Esta definición variará o se reemplazará por varias otras, más adelante. Semán hablará, por ejemplo, de “populismo como reacción a la injusticia”, (p. 97); o de “populismo” como “desorden” y “desobediencia a las jerarquías establecidas” (p. 245); de “populismo” como concepto asociado centralmente a “la noción de derechos sociales”; y de “populismo” en referencia a un “mundo plebeyo amenazante”, (p. 13); pero también de “populismo” entendido como sociedad ordenada en torno al líder (cap. 6), y de “populismo” como “obstáculo ingobernable” (p. 16).4 (Habrá que decir: peor será la suerte del término “antipopulismo”, porque, según queda claro desde el comienzo, para el libro resulta obvio que “no hay un antipopulismo, hay antipopulismos”, p. 11. Y los hay para todos los gustos: “frontales, conciliadores, defectuosos, aspiracionales, democráticos, violentos, violentísimos, efímeros” -enumera Semán, borgeanamente).
En todo caso, y volviendo a la definición de “populismo” introductoria: en este caso (p.12), el más esmerado de todos, el “populismo” queda entendido como “la forma dominante de inclusión de las clases populares (obreros urbanos y campesinos) en la política de masas entre los años treinta y los sesenta del siglo XX”. Coincido con esa definición: el populismo como un concepto localizado en el tiempo, y vinculado con una peculiar coyuntura política y económica (los años de posguerra, la sustitución de importaciones, líderes políticos autoritarios, un período de inclusión de la naciente clase obrera, etc.). Para la Argentina (y parte del mundo) hablar de dicha idea es hablar del peronismo, como el autor nos aclara. El problema del libro es que, luego de localizar bien al fenómeno “populista” en relación con un período concreto y estrecho (digamos, los 30 años citados), el autor amasa y extiende el concepto (estira “la masa” obrera, digamos) hasta conseguir abarcar toda la historia del país y, con algo de esfuerzo, la historia del mundo. Ese concepto-lente (“populismo”) pasa a ser el punto de mira y comprensión de todo lo ocurrido en estos últimos doscientos años. Pero es claro que, de ese modo, aquel concepto más o menos preciso, relacionado con la incipiente clase obrera, una industria mediana, y la sustitución de importaciones, pasa a navegar por entre medio de situaciones -política, económica, socialmente- por completo diferentes. La secuencia “gaucho-compadrito-cabecita negra-choriplanero”, en la que Semán insiste, como hallazgo, implica vincular -como formando parte de la misma familia- a lo que es demasiado diverso. Por supuesto, existen vasos comunicantes entre tales categorías sociales (“gaucho, compadrito…”): la condición de “grupos subalternos”; el estatus de “grupo temido” por (ciertas franjas dentro de) la elite; su carácter como los “feos, sucios y malos” dentro de la historia contada por “los que ganan”. Sin embargo, cuando se examinan dicho categorías como sustrato del populismo, o del proto-populismo, o del post-populismo, las analogías imaginadas y los vínculos establecidos estallan: es demasiado lo que hay que forzar, para que todo quede incorporado dentro de la antítesis “populismo-antipopulismo”.
Para que se entienda lo dicho: el problema al que apunto sería similar al que enfrentaría un historiador francés que quisiera leer toda la historia francesa a partir de categorías igualmente localizadas en el tiempo, como las de jacobinismo (o “antijacobinismo”) o bonaportismo (o “antibonapartismo”). Sin duda, tales conceptos nos remiten a eventos históricos cruciales en la historia de aquel país, que expresan tendencias de cierto modo latentes o manifiestas en la vida política de Francia. Sin embargo, parece obvio que la pretensión de explicar toda la historia francesa a partir de cualquiera de tales categorías implicaría un ejercicio forzado, que requeriría aplanar toda la historia, para eliminar singularidades y diferencias manifiestas entre períodos históricos (digamos, para la Argentina, ese “aplanamiento” lleva a Semán clasificar a la provincia de Formosa del 2017, por ejemplo, como “populista”, mientras que a San Luis como “antipopulista”, p. 254). Del mismo modo, el problema que aquí señalo se reproduciría si el “martillo” conceptual que utilizáramos, para leer toda la historia (argentina) fuese el más promisorio, preciso, estudiado y universalizable concepto de clases. Con él, la secuencia que entusiasma a Ernesto (“gaucho, compadrito…”) se entendería mejor, pero igual -dada la opción por una sola, y limitada, herramienta de análisis- se nos dificultaría innecesariamente la comprensión de otros conflictos nacionales de importancia crucial (conflictos religiosos, geográficos, etc.).
Y una vuelta de tuerca todavía más grave: dado que, para la historia argentina, la única referencia histórica real y acordada del concepto de “populismo” aparece en relación con el peronismo, el riesgo que se genera entonces es el de “peronizar” toda la historia nacional, como si la misma pudiera ser re- construida, de punta a punta, a partir de los vínculos y enfrentamientos que pudieran darse entre “líderes populares” y “pueblo desobediente”. La cuestión, entonces, pasa a ser cuán parecido o distante, cuán idéntico o disímil resulta, cada período escogido, en relación con el peronismo -la esencia de la historia nacional. La historia nacional puede ser re-clasificada, en conclusión, como la pre-historia peronista, seguida por el largo período peronista, y luego por el post-peronismo. Parece claro, sin embargo, que la vida política del país trasciende al (decisivo) peronismo, y no puede ser reducida o atada al decurso de su existencia.
Una nota final
El importante libro de Ernesto Semán presenta una mirada renovada y refrescante en torno de la historia argentina. Sobre ese análisis histórico-político (que, salvo en relación con los últimos años, comparto casi en su totalidad) Ernesto injerta, como si fuera ajena al libro, una controvertida tesis central, referida a las tensiones entre “populismo” y “antipopulismo”. Dicha tesis, según entiendo, no termina de integrarse a la obra, aun cuando el autor pretenda transformarla en el eje que la articula. Ello, entre otras razones, porque -como sostuve antes- los conceptos centrales del trabajo terminan siendo “blancos móviles” que nunca se terminan de definir con precisión. En todo caso, el libro puede leerse (y, en lo personal, es así como prefiero leerlo) como un buen y novedoso ensayo sobre la historia nacional, con independencia de (o poniendo entre paréntesis) la tesis sobre el “antipopulismo” que parece haber motivado al autor a escribirlo. Más allá de las críticas que -con la admiración y el respeto que me genera la obra- me interesaron presentar en los párrafos anteriores, entiendo que debemos agradecerle a Ernesto Semán por el saludable y más que bienvenido aporte que ha hecho, a través de la original relectura de una historia que, en más de un sentido, compartimos.
Notablemente, el “descuido conceptual” que
caracteriza al libro de Semán, en relación con los términos centrales de su
obra, contrasta con el esforzado trabajo conceptual que procura hacer María
Esperanza Casullo -principal referente e interlocutora de Semán en el área,
según él mismo comenta- en su libro Por qué funciona el populismo? (Siglo
XXI, 2019). En mi opinión, la definición por la que se inclina Casullo, a la
hora de presentar al “populismo” (una definición que ata al término a la idea
de “discurso mítico”), es equivocada e inatractiva (el “populismo” merece ser
entendido como fenómeno no sólo discursivo y político, sino también -sino sobre
todo- sociológico y económico, algo que Casullo directamente descarta, p. 43).
Casullo confunde, desde mi punto de vista, una dimensión de interés, pero
finalmente secundaria, en la caracterización del “populismo”, con un rasgo
esencial del mismo. Sin embargo, el empeño y cuidado que pone Casullo en la
clarificación conceptual del término (podría decirse que todo su libro está
dedicado a ello) es muy valioso, y como tal, digno de encomio.
La bienvenida, refrescante y controversial “mirada propia” del autor, sobre la historia argentina, se extrema y torna más difícil de aceptar, cuando Semán se involucra en el análisis político de los últimos años (particularmente con los años del “macrismo”). Allí se advierte, más que en ningún otro caso, el uso del libro como “arma de combate” político. Ilustro lo dicho con un par de afirmaciones. Por ejemplo, la idea según la cual post 2019, y durante la crisis pandémica- millones de personas, en la Argentina, abrazaron las banderas de “muerte” y “libertad económica”, resultan más asombrosas que polémicas (p. 261). En la Argentina, a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos o parte de Europa, el movimiento anti-vacunas se mostró (notablemente) inexistente. De manera similar, la idea según la cual, desde 1983, el “antipopulismo que se hizo dominante…se convirtió en el depositario de las esperanzas más recalcitrantes que habían movido al régimen militar”, no es sólo injusto frente a millones de opositores al actual gobierno sino, sobre todo, palmariamente falso (p. 204). En la Argentina, a diferencia de otros países de la región, el rechazo masivo a la dictadura (en particular, dentro de la clase política) resultó, desde 1983, casi unánime.
Adviértase que no se trata sólo de un concepto al que se lo define de modo
diferente: ocurre que cada una de esas definiciones diferentes tiende a entrar
en conflicto con cualquiera de las otras: los derechos sociales nos remiten a
un mundo jurídico eminentemente judicializado; la idea de “desorden” nos remite
a lo contrario; la apelación a la justicia social nos remite a una sociedad que
se empodera, pero el poder concentrado en el líder nos remite a lo opuesto,
etc.