Alguien debería comparar a las administraciones radicales, menemistas y kirchneristas, a partir del personal con el que trabaja(ro)n y el modo en que ellas toma(ro)n decisiones en materia de política económica. Es interesante ver -lo que en una primera aproximación se ve- de ellas: personales diferentes, y procesos de toma de decisión (parcialmente) diferentes. Los resultados han sido en todos los casos malos, pero -a mi gusto- algunos peores que otros y, sobre todo, algunos más respetables que otros (asociando la mayor respetabilidad, obviamente, no con la vestimenta o los modales de nadie sino, por caso, con los niveles de corrupción que autorizaron, o su disposición a ingresar en la trama de negocios sucios -muy especialmente, los ligados con el narcotráfico). Una primera (y demasiado provisional) aproximación diría que:
Los radicales, en general, tendieron a apoyarse en la intelligentsia local, e incipientes think thanks económicos o de política-económica, vinculados a grupos desarrollistas (relacionados con sectores medios) y social-demócratas, que iban desde el IDAES (relacionado con la revista Desarrollo Económico) a FLACSO. El equipo económico se nutrió también de personal proveniente del Instituto Di Tella y de grupos de estudios relacionados con la Administración Pública (proliferaron por entonces fundaciones y centros de estudios privados, y público-privados). Sin mayor apertura a la discusión pública (y cada vez menos cuanto más avanzaba el gobierno de Alfonsín), las decisiones se tomaban en diálogo con tales equipos, y a través de diálogos internos a tales equipos, que funcionaban -por lo general mal- como tales.
Del menemismo, recordamos la proclama presidencial de decidir "solo, en secreto, por sorpresa", pero tal declamación expresaba sólo una parte -menor- de lo que ocurría. Desde un comienzo, el entonces presidente se apoyó en una tecnocracia, compuesta por elites económicas y jurídicas vinculadas ahora a los grandes grupos económicos, nacionales e internacionales: las decisiones relevantes en la materia las tomaban ellos. La opción de rodearse de este modo fue en parte el resultado y en parte el origen de la política madre del menemismo: el desmantelamiento del Estado y la promoción de virulentas privatizaciones. La tecnocracia económica (los equipos relacionados con el CEMA o la Fundación Mediterránea) y jurídica (los grandes estudios y abogados de las privatizaciones, desde Dromi a Barra, Cassagne y varios otros: la lista merece hacerse, y es bastante extensa) aceitaron entonces las privatizaciones, que dieron lugar a su vez a la circulación de fuertes cantidades de dinero, que abrieron desmesuradamente el apetito de la elite política-económica (que, desde entonces, subió a un nivel de demanda de recursos que sólo el narcotráfico, al que entonces se le abría la puerta, sería capaz de reemplazar).
El kirchnerismo, por obra de Néstor K., tendió a reproducir a nivel nacional los elencos y modos de decisión propios de su provincia, durante su gobierno: allí no había vínculos internacionales que abonar, ni sofisticaciones técnicas (como las que podían requerir las privatizaciones) a las que recurrir. La lógica era la del "apriete" y la extorsión política-económica, que no necesitaba de personal bien formado sino, en todo caso, bien armado; como podía necesitar de los servicios de inteligencia; y de la centralización, concentración y discrecionalidad administrativas. De allí que Báez, Fariña o los Servicios de Inteligencia empiecen a desplazar a las viejas elites del poder, que controlaban la escena durante el menemismo. Las mafias locales (típicamente, en la Provincia de Buenos Aires pero, claramente, extendidas a buena parte de las provincias gobernadas por el peronismo) afirman el poder que acumularan durante el menemismo-duhaldismo, y los negocios pesados de entonces se consolidan. El "chapucerismo" que hoy domina casi todas las áreas de gobierno (desde Economía -como ha quedado muy en claro en estos días- a Desarrollo Social al Servicio de Relaciones Exteriores) es marca registrada del kirchnerismo.
Una moraleja que se deriva de esta historia es que el repudio a los elencos y modos de decisión de hoy, de ningún modo significan la reivindicación de los también repudiables elencos y modos de decisión del menemismo: se trata de dos caras distintas del horror, que han autorizado negocios similares, con ganadores en parte diferentes, pero en todo caso vinculados a cerradas elites (unas más internacionalizadas, otras más ligadas al renovado y siempre corrupto gran empresariado local). Otra moraleja es que las alternativas no son dos, ni tres: hay otros mundos posibles y deseables, que de ninguna manera tienen que ver con éste.