Entrevista al amigo Gerardo Pisarello, notable constitucionalista argentino, de sólida carrera académica allá en España. El reportaje se hace con motivo de la aparición de su mejor libro, "Un largo Termidor". La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático", gran muestra de lo que puede ser un constitucionalismo igualitario
Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona, miembro del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), activista incansable, maestro –a pesar de su juventud- de estudiantes universitarios y ciudadanos entre los que tengo el honor de incluirme, Gerardo Pisarello es autor y editor de numerosos artículos de investigación, formación y divulgación sobre constitucionalismo, democracia y derechos humanos. Miembro del consejo editor de Sin permiso y de otras revistas imprescindibles, admirado articulista de Público, Gerardo Pisarello es autor de Los derechos sociales y sus garantías. Elementos para su reconstrucción (2007), publicado por Trotta, la editorial donde se ha publicado Un largo Termidor, nudo central de esta entrevista, y ha sido editor, junto a Antonio de Cabo, de La renta básica como nuevo derecho ciudadano (2006) y Los fundamentos de los derechos fundamentales (2009), además de editor del ensayo de Luigi Ferrajoli, Razones jurídicas del pacifismo (2004).Su última publicación, al alimón con Jaume Asens, otro jurista imprescindible, lleva por título: No hay derecho(s). La ilegalidad del poder en tiempos de crisis (Icaria, Barcelona, 2012).
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Después de felicitarte por tu última publicación, déjame preguntarte en primer lugar por el título del libro: ¿de qué “largo Termidor” nos hablas?
La expresión remite a la revolución francesa. En el calendario republicano, Termidor fue el mes del golpe de Estado contra el vigoroso movimiento democrático que sucedió a la caída de la monarquía. Dicho golpe se realizó para proteger a la gran propiedad y a las élites políticas y económicas vinculadas a ella. Lo que el título del libro procura destacar es el aire de familia que dicho proceso guarda con otras reacciones antidemocráticas posteriores, comenzando por la que ha permitido la consolidación del neoliberalismo y, en general, del actual capitalismo financiarizado.
Reza el subtítulo: “La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático”. ¿Qué constitucionalismo antidemocrático es ese? ¿No es un oxímoron la expresión?
El constitucionalismo es un instrumento de organización del poder. Pensar que deba estar necesariamente al servicio de la democracia es un error. Ya los antiguos, con Aristóteles a la cabeza, entendieron que la constitución material de una sociedad podía ser democrática o antidemocrática. Esta tensión atraviesa el constitucionalismo moderno. El estadounidense, por ejemplo, nació en buena medida como un dispositivo para frenar las presiones democratizadoras generadas por el movimiento independentista. En Europa, el constitucionalismo termidoriano, primero, y el liberal después, también procuraron proteger la gran propiedad y contener los reclamos de las mayorías populares. Y en esa tradición liberal antidemocrática habría que situar, también, al constitucionalismo impulsado por el Consenso de Washington, en los años 90’. O al que hoy se propugna desde la Unión Europea, en abierta contradicción con los elementos más garantistas de las constitucionales estatales.
Como no podía ser de otra manera, una categoría central –democracia real- aparece reiteradamente en tu ensayo. ¿Qué entiendes por democracia real? ¿Qué contradicción acecha sobre ella?
En realidad, procuro usar el concepto de democracia, a secas, a la manera del historiador Arthur Rosenberg. No como un régimen acabado, estático, sino como un movimiento a favor del autogobierno político y económico. Esta idea de la democracia tiene poco que ver con las concepciones liberales dominantes que pretenden reducirla, en el mejor de los casos, a un simple mecanismo de selección de élites. Pero se compadece bastante bien, en cambio, con la noción antigua, clásica, de democracia, como movimiento igualitario de ampliación de los incluidos en el demos. Y con las actuales exigencias ‘indignadas’ de distribución real de poder, no solo en las instituciones, sino también en el mercado.
Tu libro está compuesto de una Introducción y de seis capítulos. Empiezo por la Introducción; la inicias con un homenaje a Marx y a Engels: “Una ola de protestas recorre Europa”. ¿Qué importancia tienen estas protestas? ¿Contra qué protestan en tu opinión?
Estas protestas, precedidas por las de la “primavera árabe”, podrían verse como parte de una ola de revueltas populares anti oligárquicas. Como revueltas dirigidas contra una variante desaforada de capitalismo rentista que precariza, excluye y parece dispuesto a liquidar cualquier obstáculo democrático que se le ponga por delante. Algunas voces las han comparado con las protestas que sacudieron al orden restaurador y al capitalismo liberal en 1830 o en 1848. Este último es el año de la ‘primavera de los pueblos’ y, como tú mismo apuntas, el del Manifiesto de Marx y Engels. Se trata de protestas que aglutinan a una pluralidad de clases y actores no plutocráticos en torno a un programa incisivo de democratización política y social. En el caso europeo o estadounidense estamos, sin duda, ante revueltas embrionarias, con un impacto todavía muy limitado. Sin embargo, de profundizarse la crisis, lo más probable es que crezcan y den lugar a nuevas formas de antagonismo y de acción colectiva. Mientras tanto, son la única esperanza de una salida no despótica al Termidor neoliberal.
Hablas de asalto oligárquico a la democracia. ¿Qué pretenden con este asalto que, en tu opinión, no es un fenómeno nuevo? ¿Liquidar las libertades ciudadanas? ¿Anular las conquistas obreras?
El capitalismo financiarizado que se impone ante nosotros puede considerarse, en efecto, un asalto oligárquico a la democracia. Esto supone una reconfiguración profunda de las relaciones de poder que conduce a su concentración política y económica. Por ahora al menos, el objetivo no parece ser la supresión sin más de las libertades públicas y de los derechos sociales, sino su máxima reducción posible. De lo que se trataría, así, es de preservar regímenes mixtos en los que convivan elementos oligárquicos y democráticos, pero en los que estos últimos ocupen un papel marginal. Sería una variante degradada de lo que los antiguos, una vez más, llamaban oligarquías isonómicas. Regímenes controlados por minorías que toleran la existencia de algunas libertades, siempre que no pongan en cuestión su dominio.
Te apoyas en Benjamin y hablas de usar el cepillo a contrapelo de la historia. ¿En qué consiste esa operación? ¿Cómo se pasa el cepillo a contrapelo?
En mi opinión supone al menos dos cosas. Por un lado, romper con las visiones lineales, planas, de la historia, que ven en el ella una evolución ascendente, casi necesaria, hacia una libertad y una racionalidad cada vez mayores. De lo que se trataría es de mostrar la historia, por el contrario, como un escenario conflictivo y abierto, marcado por grandes tragedias y rebeldías, pero desprovista, en todo caso, de un sentido fijado de antemano. Por otro lado, pasar el cepillo a contrapelo exige cuestionar la historia explicada desde arriba, desde la perspectiva exclusiva del poder y sus productos. Esto supone reflejar también la huella de las gentes de abajo. De los oprimidos por razones económicas, sexuales, étnicas. Que son víctimas de las relaciones de poder dominante, pero que también resisten y articulan formas de poder alternativas.
Dedicas el primer capítulo a la Constitución de los antiguos. “Irrupción y eclipse del principio democrático”. Democracia esclavista en general, marginación de los extranjeros, sistema misógino donde las haya, también en general, censitario frecuentemente, poco afable con los jóvenes, políticas exteriores imperiales. ¿De la irrupción de qué principio democrático podemos hablar en esas condiciones?
Tu caracterización denuncia límites incontestables, pero a mi juicio es demasiado estática. Es indudable que los regímenes políticos y económicos de la antigüedad se sostenían sobre estructuras productivas anti-igualitarias y patriarcales. Pero el avance del movimiento democrático propició el cuestionamiento de esas bases. Fue entonces, y no en otro momento, ni en otro lugar, cuando se plantearon las reformas institucionales y económicas más audaces de la antigüedad. La democracia ática limitó radicalmente el poder de la nobleza, de la oligarquía y de los grandes acreedores. Al mismo tiempo, benefició a los pequeños deudores y a los pobres libres, y llegó a dar libertad de palabra a los esclavos y a las mujeres. Todo esto le granjeó el odio de las clases privilegiadas. La oligarquía no dudó en asesinar a dirigentes demócratas como Efialtes. Y buena parte de los intelectuales, comenzando por Platón y Aristóteles, lanzaron duras diatribas contra ella, por considerarla un régimen de clase, que favorecía a los pobres. Y por entender, no sin razón, que el impulso igualitario que la animaba tendía a invadir todas las esferas de la vida, pública y privada, otorgando excesivo poder a los no propietarios, a las mujeres y a los esclavos.
Te apoyas a lo largo de este primer capítulo en Aristóteles. ¿Por qué concedes tanta importancia a su obra?
Además de un gran filósofo, Aristóteles fue un investigador exhaustivo, muy celoso del trabajo empírico. Entre los escritores antiguos, fue el que mejor conoció y comprendió la Constitución material de la polis, es decir, las concretas relaciones de poder políticas y económicas que la atravesaban. A Aristóteles debemos, de entrada, las reflexiones más lúcidas sobre la tensión entre Constitución oligárquica y Constitución democrática. Una tensión que ha perdurado a lo largo de la historia. Desde el punto de vista normativo fue un adversario enconado de la democracia pura, a la que identificaba con el dominio de los pobres libres. Pero fue, en su aristocratismo, un adversario fino, sutil. Uno de los primeros, de hecho, en defender la necesidad de un régimen mixto en el que el principio democrático no desapareciera, pero pasara a desempeñar un papel accesorio, subordinado. Algo que entusiasma, obviamente, a muchos liberales y conservadores de nuestra época.
Finalizas el capítulo tomando pie en Silvia Federici: “la imagen que ha llegado a la actualidad de una burguesía en oposición perenne contra la nobleza y portadora de las banderas de la igualdad y la democracia es una distorsión”. ¿Por qué crees que ha durado tanto esta distorsión?
En parte es consecuencia de esa concepción evolucionista y plana de la historia tan criticada por Benjamin. Una concepción asumida por cierto “progresismo” marxista y no marxista que viene como anillo al dedo a las burguesías globalizadas de nuestra época. En este relato desarrollo capitalista y democratización van de la mano. Quienes se oponen al desarrollo capitalista –el campesinado y otros sectores populares- son presentados como enemigos del progreso, de la democracia e incluso del socialismo, al que solo oponen resistencias pre-políticas. Por el contrario, quienes lo apoyan –como la propia burguesía- aparecen como los agentes por excelencia de la democratización. Federici, en la línea de historiadores como Rodney Hilton, argumenta de manera convincente contra este reduccionismo. Y lo presenta como un regalo excesivo a la burguesía. Frente a esta imagen, muestra cómo existían luchas campesinas y populares que planteaban una salida democratizadora a las relaciones feudales pero también al capitalismo incipiente. Y cómo esta alternativa se frustró, más que por el carácter retrógrado de las reivindicaciones, por el frecuente concurso entre la nobleza y una burguesía que de democrática tenía poco. La importancia de este tipo de lecturas es evidente. Por un lado, porque exigen no conceder apresuradamente a la burguesía –ni a la de entonces ni a la de ahora- medallas al mérito democrático. Por otro, porque requieren repensar, contra cierto progresismo mecanicista, el papel que se atribuye a los movimientos campesinos e indígenas, y a su peculiar economía política popular, en los procesos de democratización.
¿Tiene esto algo que ver con lo que llamas derecho natural revolucionario? ¿Qué había de revolucionario en él?
La expresión derecho natural suele despertar suspicacias. Entre otras razones porque en la actualidad se vincula a cierto pensamiento católico de tipo reaccionario. No obstante, también es posible rastrear un derecho natural revolucionario, igualitario. Una concepción que inspiró las revoluciones modernas y el propio discurso de los derechos humanos. Este derecho natural, como han visto autores como Ernst Bloch, estaba inscrito en la economía moral del campesinado de los siglos XI y XII y fue teorizado luego por juristas y filósofos. Predicaba el reconocimiento a todos, sin distinción de sexos, de derechos de participación y de acceso a alimentos y a todo lo necesario para existir. Esta concepción igualitaria de los derechos exigía la introducción de límites al derecho de propiedad privada y la asignación a quienes lo necesitaban de los bienes de los ricos. Siglos más tarde, fue rescatada y enriquecida por Bartolomé de Las Casas y por la Escuela de Salamanca para criticar los desmanes cometidos por el colonialismo en América. Y formó parte, como ha mostrado la historiadora Florence Gauthier, del humus que favoreció el desarrollo de la revolución francesa y de buena parte de las revoluciones independentistas latinoamericanas. Si nos fijamos bien, de hecho, podemos afirmar que esa concepción del derecho natural revolucionario resuena en todavía hoy en luchas como las de los pueblos indígenas y campesinos contra el neoliberalismo en Bolivia o Ecuador.
¿Qué te parece de mayor relieve en las aportaciones de Maquiavelo, con quien abres el segundo capítulo de tu ensayo?
Siempre he admirado al Maquiavelo republicano de los Discursos y de la Historia de Florencia. A pesar de no ser un autor estrictamente democrático, no disimuló su simpatía por los sectores populares. Y advirtió, sobre todo, acerca de los peligros que se ciernen sobre la república cuando las oligarquías, los gentiluomini y los optimates, adquieren demasiado poder. Su agudo realismo y su conocimiento de la historia le permitieron entender que sin conflicto la libertad republicana acababa por degradarse. Frente a las concepciones estáticas del orden constitucional, esa visión dinámica, agónica, sigue siendo un auténtico revulsivo.
¿Por qué crees que los Levellers y los Diggers fueron dos movimientos políticos claves en la reintroducción de la palabra “democracia” en el léxico político moderno?
Los Levellers y los Diggers representaron el ala más igualitaria del movimiento republicano democrático que derrocó al absolutismo inglés a mediados del siglo XVII. En realidad, la palabra “democracia” fue utilizada más en su contra que por ellos. Todavía entonces, demócrata era una especie de insulto, que pretendía descalificar un programa de reformas institucionales y económicas muy perjudicial para las clases dominantes. Ese programa incluía, como en la antigüedad, la ampliación de los derechos políticos de los pequeños propietarios y del campesinado. Y en el caso de los Diggers de Gerrard Winstanley, una apuesta clara por la reforma agraria.
Una declaración, como la norteamericana de finales del siglo XVIII, que “deja fuera” a la población india y la afroamericana, ¿significa realmente un avance democrático? ¿No hay algo que chirría?
Ciertamente. Pero se trata, una vez más, de un elemento común a muchos procesos democratizadores. Generan un impulso igualitario, que no siempre se lleva hasta las últimas consecuencias, pero que pone en cuestión las jerarquías existentes. El proceso independentista de las colonias norteamericanas desencadenó notables experiencias de autogestión y de participación popular. Este impulso emancipatorio llevó a activistas como Thomas Paine a exigir que se extendiera a las relaciones entre sexos y a la cuestión de la esclavitud. Paine llegó a sugerir a su amigo Thomas Jefferson que incorporara una cláusula abolicionista en la Declaración de 1776. Tras constatar las enormes resistencias que una medida así generaría, Jefferson se echó atrás. Con todo, la Declaración continuó alentando la movilización popular y la Constitución de 1787 se pensó, en parte, como un instrumento para frenarla. Esto explica que la promesa igualitaria de la Declaración haya permanecido con fuerza en la conciencia popular. Los movimientos obreros y feministas no dejaron de invocarla. Y tuvo un papel destacado en las luchas por los derechos de la población afroamericana, en el siglo XX.
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Fuente: Rebelión 14-02-2012