27 ago 2020
21 ago 2020
Impunidad y desigualdad en la reforma judicial (volar Río Tercero otra vez).
La impunidad, no lo olvidemos, es la otra cara de la desigualdad.
(Binder sobre el proyecto, acá: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-expansion-comodoro-py-nid2417469)
20 ago 2020
18 ago 2020
La Corte IDH falla contra Colombia, a favor de Gustavo Petro
https://www.eltiempo.com/unidad-investigativa/cidh-falla-a-favor-de-gustavo-petro-530578?utm_medium=Social&utm_source=Twitter#Echobox=1597783472
17 ago 2020
16 ago 2020
Raz: reflexiones sobre la pandemia
Cuando pensamos en las libertades personales y en la lucha contra la discriminación, podemos quedar impresionados por los enormes avances en algunas partes del globo, en la condición de las mujeres y de diversos grupos desfavorecidos. Estas luchas continúan y tienen un largo camino por recorrer. Pero varias libertades personales como la privacidad, la libertad de expresión y libertades relacionadas han estado en retroceso por mucho tiempo y por muchas causas, no siendo la menor de ellas la lucha contra el terrorismo, el lavado de dinero y la ciberdelincuencia. La pandemia está contribuyendo a la erosión de estas libertades, quizás especialmente, aunque no sólo, debido a la importancia de la prueba y el seguimiento para limitar las infecciones. Las reacciones a la disminución a las libertades personales varían, pero muchas personas las acogen con agrado, no siempre dándose cuenta de su verdadero alcance o naturaleza. Después de todo, se deberían a la búsqueda de movimientos dignos. La verdad elemental de que las libertades no son gratuitas, que tenemos que pagar un precio por tenerlas, ya no es tan obvia para la mayoría de la gente. El resultado es un conflicto entre la retórica de la libertad a toda costa y la realidad de una voluntad cada vez menor a correr riesgos de daño o perjuicio, provenientes de ataques terroristas, criminales o del virus, como precio por disfrutar de esas libertades. Tal vez, tras la pandemia, la cultura pública se enfrente con mayor honestidad a este conflicto y adopte un rumbo más sostenible en lo que respecta al precio de las libertades, teniendo en cuenta su importancia para las oportunidades de tener una vida gratificante, así como la forma en que un culto ciego a la libertad a cualquier precio compromete la posibilidad de tener esa vida.
El gobierno de los jueces
https://www.elcohetealaluna.com/el-gobierno-de-los-jueces-2/
Las citas aparecen en el contexto de una nota que (más allá de mis desacuerdos con el contenido) procura intervenir (bienvenido sea) en una discusión política coyuntural, referida a la reforma judicial; la actuación de algunxs jueces en este tiempo; y la soberanía popular. HV toma la posición oficial sobre la materia, y defiende la postura del gobierno apoyándose entre otros argumentos en una cita de mi libro, que dice: “A través de su inevitable tarea interpretativa, los jueces terminan, silenciosamente, tomando el lugar que debería ocupar la voluntad popular”. Por suerte, sigo completamente identificado con esta cita, como con cada línea de aquel libro (no se si es bueno o malo, pero no he cambiado mucho mi modo de pensar sobre la materia). Aclararía, frente a la reiterada cita, algunas cosas.
Hace 30 años que pienso que la "voluntad popular" no se identifica, ni debe identificarse, con la voluntad del gobierno. Por los graves problemas de representación y control políticos que son propios de nuestro sistema institucional (y que tienen su raíz en los mismos problemas estructurales que denuncia HV y que yo denunciaba en aquel libro, referido al Poder Judicial), es dable esperar que la voluntad de los funcionarios públicos -políticos, jueces y burócratas- tenga muy poco que ver con la voluntad ciudadana. Más aún, es dable esperar que i) dicha voluntad se desarrolle con relativa autonomía de las demandas y necesidades que provengan de la voluntad popular; como es esperable que ii) haya más sintonía (más vínculos, más pactos y también más disputas) entre los miembros de la elite del gobierno, que entre aquella elite y la ciudadanía.
De allí que la pretensión de la nota resulte fallida o cuestionable, al presentar a la voluntad judicial como separada u opuesta a la voluntad del pueblo, y a la voluntad del pueblo en línea con que la voluntad de (este) gobierno. Los problemas de la nota se deben entonces a varias razones (cito sólo tres): i) la voluntad del Poder Judicial no es una sola, aunque en general esté en sintonía con la voluntad de las elites del poder (que acceden al Poder Judicial por vías formales -consejo de la magistratura; amenazas de juicio político- e informales -dinero, "premios", servicios de inteligencia); ii) la voluntad de los gobiernos también es heterogénea, aunque su actuar tenga mucho más que ver con las demandas de los poderes económicos prevalecientes, que con la voluntad ciudadana; iii) el poder político (de turno) tiene enormes capacidades para presionar al Poder Judicial (como dijera en i), y para forzarlo a actuar en su favor, otra vez, con las heterogeneidades del caso (de allí también la mirada "tuerta" del "lawfare", frente a la realidad de una justicia habitualmente infisionada por las elites -el poder político y económico predominante).
En suma, romper la asociación voluntad del gobierno-voluntad popular. La voluntad ciudadana, lo sabemos ya, tiene poco que ver con las presiones de los gobiernos por dominar la justicia (vía servicios de inteligencia y consejos de la magistratura); los intentos de nombrar jueces supremos por la ventana; las democratizaciones de la justicia orientadas a restringir las cautelares de los sectores más débiles (desalojados y jubilados); o los actuales intentos de frenar los juicios contra el poder, o asegurar la impunidad de los Cristóbales o Canicobas de turno.
Decir esto no significa avalar una mirada anti-política, sino otra radicalmente democrática, que vincula a la voluntad popular (no con una manipulable entelequia), sino con instancias prolongadas de debate público. Más: el debate público es posible, siempre, aún en pandemia (por eso el valor persistente de la protesta social y el conflicto social). Más aún, en la Argentina conocimos buenas instancias de esos debates (habitualmente frustrados sobre el final, como el debate sobre la ley de medios, el debate sobre el aborto). Por tanto, y a la luz de la historia, tales discusiones pueden, merecen, deben profundizarse en el futuro -en lugar de ser reemplazados por la voluntad circunstancial de las elites dominantes, que siguen pretendiendo hablar en nombre del mismo pueblo al que ignoran y aplastan si es necesario.
14 ago 2020
Quelle honte. Instituciones a la medida de la impunidad
(La misma jueza Biotti, quien había rechazado una primera precautelar, la otorga ahora por un cambio de circunstancias (la decisiòn del Ejecutivo de enviar al Senado los expedientes de los jueces cuestionados, y la del Senado de poner en marcha su tratamiento). No hay razones públicas que expliquen cuál es la urgencia del Ejecutivo o del Senado, ni el impedimento de aguardar una semana para que la jueza decida, a partir de los informes que ha solicitado. Las razones en juego son personales, y no públicas, y tal vez sea ése el lugar donde debamos focalizar nuestra atención, en lugar de disputar los márgenes formales de la cuestión: parte central del aparato del estado, en medio de la mayor emergencia sanitaria de la historia nacional, sólo se activa para atender las necesidades personales de un puñado de sus miembros. Mientras nadamos entre más de cien muertes diarias, el poder político tiene sus principales energías puestas en salvaguardar la impunidad de unos pocos. Es un hecho histórico, propio de una etapa opaca)
12 ago 2020
10 ago 2020
Una pequeña bocanada de aire puro
6 ago 2020
Razones para la reforma judicial.
Razones para la reforma
judicial
Para muchas personas,
interesadas en el tema, la reforma judicial promovida por el gobierno se
muestra, desde un comienzo, mal encaminada: es inoportuna; aparece apoyada en
procedimientos poco democráticos; se orienta a fines inatractivos; escoge
medios inadecuados en relación con los fines que invoca; y omite referencias a
todo lo importante. Señalo tales problemas de la reforma, sin considerar su
aspecto más vistoso -la Comisión de Expertos, y su peculiar composición- ni
mencionar siquiera lo que se alega como su “talón de Aquiles”: asegurar la
impunidad de quienes hoy están en el poder. A pesar de lo dicho, o por ello
mismo, me interesará evaluar qué es lo que podría decirse a favor de
dicha reforma. Para tal fin, he tomado nota de los mejores argumentos que he
encontrado, ya sea en apoyo de la iniciativa, o en “crítica a sus críticos.” A
continuación, haré una primera evaluación de esos argumentos pro-reforma.
“Todos estamos de acuerdo
en que el Poder Judicial funciona muy mal, y ahora se quejan porque el
Presidente busca cumplir con su promesa de campaña, y reformarlo.”
Estas afirmaciones han estado en boca de todos los defensores de la reforma. Se
trata, en su esencia, de una premisa inicial plausible por su generalidad,
pero, tal vez, plausible sólo por eso: porque no entra en detalles. Para
advertir el problema de lo que allí se afirma, piénsese en un caso paralelo: la
reforma policial. Imaginemos que, frente a una sociedad harta de la “maldita
policía,” el “gatillo fácil,” y la corrupción policial, el Presidente prometiera
una reforma, proponiendo, para ello, otorgarle más poder a la fuerza, y darle
licencia a los agentes para que disparen frente a cualquier sospechoso. El
ejemplo nos ayuda a ver lo que debiera ser obvio: el hecho de que estemos, todos,
totalmente de acuerdo con la reforma policial, no justifica en absoluto cualquier
reforma, sino sólo aquellas dirigidas a atender nuestras preocupaciones
compartidas. Con la reforma judicial pasa lo mismo: no se puede alegar, frente
a los críticos de la reforma, que “ahora se quejan, cuando todos sabemos que la
justicia debe ser reformada”. Exigimos la reforma pero, de ningún modo, “cualquier”
reforma.
“Ni saben de qué se trata
la reforma, y ya se oponen”. En relación con la
respuesta anterior, alguien podría decirnos que de la reforma en ciernes no se
conocen los detalles: por qué resistirla, entonces, haciendo un “oposicionismo
ciego”? Esta pregunta merece al menos dos réplicas importantes. Primero, la
crítica no es “ciega” porque ya conocemos parte de la reforma, y lo que
conocemos de ella no es bueno (volveré más tarde sobre esto); y, segundo, dicha
respuesta desconoce un argumento siempre central para los defensores del
gobierno, y es que ninguna reforma debe analizarse “en abstracto”, sino “en concreto,
en su contexto, y con atención a la historia”. Al respecto, debe reconocerse
que, hasta hoy no se registran movimientos del gobierno, en materia judicial,
que no se hayan dirigido directamente a “ganar impunidad”. Piénsese, al
respecto, en cada una de las medidas adoptadas por la Oficina Anticorrupción, o
por la Procuración del Tesoro; o en las iniciativas tomadas en relación con la
designación o remoción o traslado de jueces; o en el desmantelamiento del
programa de Protección de Testigos. Todas estas medidas representan,
directamente, “movimientos hacia la impunidad,” con resultados ya muy concretos
(la “liberación” de muchos de los principales acusados por la corrupción
estatal). En definitiva, una crítica no es “ciega,” cuando está informada por
la historia y el contexto: más que “prejuicios” contra la reforma, tenemos
“juicios” fundados en la historia. Por lo demás, el gobierno podría habernos
ayudado a salir de la situación de desconfianza y escepticismo que tenemos, ofreciéndonos
señales destinadas a dejar en claro que de ningún modo se propone
favorecer la impunidad. Sin embargo, todas las señales que nos ha dado hasta
hoy se orientan en la dirección contraria a la esperada (empezando por la
incorporación, en la Comisión de Expertos, de los principales abogados que
trabajan por la impunidad de los allegados al gobierno).
“El Presidente propuso
para la reforma fines muy concretos, vinculados con históricas demandas
sociales.” Contra lo sugerido al final de la reflexión anterior
-que la propuesta de cambio aparece mal orientada- se podría responder que el
Presidente dejó muy en claro los objetivos de la reforma, en su presentación
del proyecto: él quiere (así lo declaró) “celeridad,” “transparencia,”
“independencia”, “fin de la concentración de poder” en un poder “aristocrático”,
es decir, fines nobles, que además parecen encontrar un fuerte arraigo social. Lo
dicho, sin embargo, enfrenta al menos dos problemas muy serios. En primer
lugar, si los fines son los declarados, los medios escogidos hasta
ahora, son completamente inaptos para alcanzarlos. Ejemplo (dentro de la
parte “conocida” de la reforma): si el problema es que “Comodoro Py” actúa bajo
arreglos y presiones políticas, de modo oscuro y lento, pero -para atacar dicho
problema- se mantiene idéntica la estructura de los juzgados, pero ahora
multiplicada por 4 (pasando de 12 a 46 jueces), el problema estructural,
obviamente, también se mantiene, aunque ahora multiplicado por 4 (ello, sin mencionar
que el aumento de jueces resulta inexplicable, cuando lo que el sistema acusatorio
creado requiere es de más fiscales, y no de más jueces). En segundo lugar, y
también en relación con lo anterior, los “fines” concretos invocados por
el Presidente pecan por “omisión”: omiten decir lo más importante. En efecto,
si hay dos “tragedias” que definen los problemas del Poder Judicial, en las
últimas décadas, ellas son i) la desigualdad y falta de acceso de los más
pobres a la justicia; y ii) el modo en que la justicia viene sirviendo a la
impunidad del poder (el peor “cáncer” de la política argentina). Se trata de
dos caras de la misma moneda, en donde una (la desigualdad) alimenta a la otra
(la impunidad del poder). Lo peor de todo es que países “cercanos” (Colombia,
Costa Rica, India o Sudáfrica) impulsaron sencillas y muy exitosas reformas a
favor de una mayor igualdad (vía la “tutela”; las “acciones populares”;
facilidades para el litigio colectivo y estructural; etc.), que la reforma ni
siquiera se dignó mencionar, dejando en claro que ni se le ocurrió pensar en la
suerte de los más postergados. Otra vez: nos enfrentamos a reformas hechas por
el poder, para el poder, por el poder.
“Nunca es momento”. Los
defensores de la reforma se han quejado de sus críticos, alegando que, para
algunos, “nunca es momento de hacer una reforma, sobre todo si la hace el
peronismo”. No me detengo en esta defensa, porque además de mala, resulta
falsa: apenas salidos de la profundísima crisis del 2001, muchos apoyamos
enfáticamente el juicio político a la Corte; el decreto 222 de Kirchner; y sus
nuevas designaciones en el más alto tribunal. Ello, porque estamos bien dispuestos
a apoyar todo lo que sirva a los propósitos compartidos (no así, por caso, la
brutal y olvidable “democratización de la justicia”; o el intento de ganar
control sobre el Consejo de la Magistratura).
“La reforma tiene que
pasar por el Congreso”. Contra quienes critican al gobierno
por no haberla discutido con la oposición, sus defensores recuerdan que la
reforma no puede salir sin acuerdo parlamentario. Mala respuesta: no pretendemos
ninguna “generosidad” oficialista; ni pensamos que el paso por el legislativo
le resulte “opcional” al gobierno (la verdad es que el “apuro” del gobierno fue
tal que siquiera alcanzó un acuerdo con las dos principales personas encargadas
de la redacción de su propio proyecto!). Por supuesto que, mientras vivamos en
democracia, una reforma semejante debe surgir del Congreso. Lo que uno se
pregunta es cómo puede ser, dada la seriedad de lo que está en juego, que no se
haya optado por el camino de legitimar la reforma, desde su inicio, a partir del
acuerdo democrático más extendido, y con agenda abierta. Los temas que más nos
importan y más nos dividen exigen que construyamos decisiones no de modo
“elitista”, y “desde arriba”, sino “desde abajo”, y a través del diálogo
democrático.