Italia conmoción
Sabía que iba a pasarme.
Quería negarlo, pero lo sabía.
Es que, no se trata de que Italia me guste, la valore, o me interese.
Italia me derrumba, me revoluciona la sangre, me atraviesa.
Italia me saca de mi, me emociona hasta dejarme sin fuerzas.
Italia en su desorden, el caos, aún sus mentiras.
Italia que se pudre por dentro, Italia que está perdida.
Italia, que es dura con quien considera extraños
Italia, que puede ser altanera y agresiva.
Italia, que en ocasiones repudio, lamento o con la mano en alto enfrento.
Italia, que me enturbia el ánimo, que me indigna.
Sí, todo eso.
Pero a Italia la amo hasta no saberlo, hasta pedirle disculpas por amarla tanto.
Demasiado tal vez: hasta no poder llorar más, hasta decirle basta ya de todo esto.
Por mi infancia, por mis ancestros, por los recuerdos de un tiempo de olivos y pan, un tiempo que supo ser bueno.
Por su historia, que llega al principio y va hasta al final de los días. Por ese pasado, que es también el mío.
Italia se escabulle en mí. Como el agua entre las paredes, se va deslizando hasta llegar a mis cimientos (ahora son arrasados, ahora dejo que cedan). Luego, me reconoce quizás, me abraza el pecho y me conmociona, así como ahora, por dentro: hasta hacerme por completo suyo, hasta hacerse enteramente mía.
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Imágenes de soledad, cuando el día parpadea (y luego se duerme). Un africano primero, luego una jovencísima rumana, con la mano extendida, diciéndome “capo”. El portero del hotel, solo, usando internet en su escritorio, en la medianoche del fin de semana. Una camarera que fuma, la mirada perdida en el horizonte, olvidándose momentáneamente de sus clientes. Los taxis uno detrás del otro, frente a la estación de autobuses, los conductores durmiendo, ordenados en fila, la cabeza contra el volante. Dos paquistaníes, en una plaza menor, a las 5 de la mañana, leyendo sus celulares. Las baldosas flojas con las que nos tropezamos todos, apenas nos bajamos del tren. Una joven robusta, en minifalda, volviendo a un departamento deshabitado, muy tarde en la noche del sábado (detrás otra igual, y todavía una tercera). Una calle comercial, paralela a la principal, negocios alineados, locales vacíos, los vendedores fuera, esperando. La Iglesia activando su plan de domingo: “Pietá and co.” El empleado de una tabaquería 24 horas, en la madrugada, esperando que llegue la hora que le permita irse. Un negro reluciente, perfectamente ubicado entre la recepción y el florero de ingreso. Una joven alta, delgadísima, que supo ser hermosa, durmiendo de pie, al sol, contra una columna (tiene los ojos cerrados, la luz es blanca, y la oscuridad que le ingresa lenta, por las venas). La ciudad es una máquina que en cada latido va arrojando a la calle turistas, en serie, y no hay uno solo con quien quiera sentarse a conversar.
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Perdetevi a Bologna! Un grupo mixto de amigos, quinceañeros, muy tranquilos y hermosos, van llegando a Bologna, en el mismo tren en el que me encuentro. Una maestra que los ve así, tan rozagantes, tan lindos, tan compañeros entre ellos, les pregunta adónde van. Cuando se entera, enseguida los entusiasma: “Bologna, citta del quore”, los incita. “Girate, perdetevi, perdetevi!”: Piérdanse por ahí, les ordena. Les dice también que es la ciudad de Dalla. “Lucio Dalla, un cantante degli anni 60” -les aclara. “Eh, sí” -responde uno de los chicos, que lo conoce mejor que ella, y se pone a cantarlo un poco. La maestra se suma y lo acompaña en el canto:
“Lungo l'autostrada da lontano ti vedró. ...Bologna, ogni strada c'è una buca. Per prima cosa mangio una pizza da Altero. C'è un barista buffo, un tipo nero. Bologna, sai mi sei mancata un casino”.
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Bologna, te digo un secreto. (Shh, vieni qua, vieni qua con me, ancora piu vicino). Bologna, te digo un secreto, pero no le digas a nadie. Un día (si lo puedo decir así, si no te ofende): un día serás mía, Bologna. Un día, Bologna, lo sé, un día estaremos juntos.
El mar de Paolo Conte, que a la noche se sigue moviendo. Para cuando termine la estadía en Firenze, que todavía no empezó, queda un premio mayor, que no se si será el único, pero sí se el que es el que más me importa: ir a escucharlo a Paolo Conte. Si todo va bien, cuando lo haga habré cumplido al menos una, de la veintena de razones que puedo encontrar para seguir intentando. Quiero verlo a Conte; quiero escucharlo, en particular, cantando Genova per noi; quiero estar ahí cuando diga, frunciendo la nariz, “Ma quella faccia un po' così. Quell'espressione un po' così che abbiamo noi”. Pero quiero -sobre todo- que repita -me repita- por milésima vez, no importa, lo del mar. Sí. Qué miedo nos da, el mar oscuro, ese mar oscuro que nos asusta tanto, que se mueve también de noche, que no se queda quieto nunca (“ma che paura che ci fa quel mare scuro, che si muove anche di notte, non sta fermo mai”). Entonces ya podré irme, darme por satisfecho: todo lo hecho hasta entonces, todo lo que hizo posible que llegara hasta ahí, habrá valido la pena, todo habrá ganado el sentido que hoy, tal vez, no tenga.
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Si me cantas Luna Rossa, Murolo. Creo que es la única canción que me animaría a cantar. Pero eso sí, que venga Murolo y la cantamos juntos. Empiezo yo: “Tante e cchiù sigarette aggio appicciato...Tanta tazze 'e café mme só' bevuto...”
Vaco distrattamente abbandunato...
Ll'uocchie sott"o cappiello annascunnute,
Mane 'int"a sacca e bávero aizato...
Vaco siscanno e stelle ca só' asciute...
E 'a luna rossa mme parla 'e te,
Io lle domando si aspiette a me,
E mme risponne: "Si 'o vvuó' sapé,
Ccá nun ce sta nisciuna..."
E i' chiammo 'o nomme pe' te vedé,
Ma, tutt"a gente ca parla 'e te,
Risponne: "E' tarde che vuó' sapé?!
Ccá nun ce sta nisciuna!..."
Luna rossa,
Chi mme sarrá sincera?
Luna rossa,
Se n'è ghiuta ll'ata sera
Senza mme vedé...
E io dico ancora ch'aspetta a me,
For"o barcone stanott'ê ttre,
E prega 'e Sante pe' mme vedé...
Ma nun ce sta nisciuna...
Mille e cchiù appuntamente aggio tenuto...
Tante e cchiù sigarette aggio appicciato...
Tanta tazze 'e café mme só' bevuto...
Mille vucchelle amare aggio vasato...
E 'a luna rossa mme parla 'e te
(198) Luna Rossa-Murolo.wmv - YouTube
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El leopardo de Borges, y la stanza de Dante. Ah, el final. Final que es el comienzo. Termino acá mi viaje, porque es cuando comienza mi estadía. Termino en Firenze, donde viviré este tiempo, alquilando un cuarto en una casa donde viviera Dante Alighieri. Desde Buenos Aires me traje, por eso, este recorte, para llevarlo conmigo, para traerlo. Ahí figura un escrito de Borges -un relato que, en los últimos años, se ha convertido en mi preferido. El relato es éste que sigue, y trata sobre Dante, Borges, y el leopardo. Dice así (y con él, el final de todo esto).
Inferno, I, 32, Desde el crepúsculo del día hasta la el crepúsculo de la noche, un leopardo, en los años finales del siglo XIX, veía unas tablas de madera, unos barrotes verticales de hierro, hombres y mujeres cambiantes, un paredón y tal vez una canaleta de piedra con hojas secas. No sabía, no podía saber, que anhelaba amor y crueldad, y el caliente placer de despedazar y el viento con olor a venado, pero algo en él se ahogaba y se rebelaba y Dios le habló en un sueño: “Vives y morirás en prisión, para que un hombre que yo sé te mire un número determinado de veces y no te olvide y ponga tu figura y tu símbolo en un poema, que tiene su preciso lugar en la trama del universo. Padeces cautiverio, pero habrás dado una palabra al poema.” Dios, en el sueño, iluminó la rudeza del animal y éste comprendió las razones y aceptó ese destino, pero sólo hubo en el él, cuando despertó, una oscura resignación, una valerosa ignorancia, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de una fiera.
Años después, Dante se moría en Ravena, tan injustificado y tan solo como cualquier otro hombre. En un sueño, Dios le declaró el secreto propósito de su vida y de su labor; Dante, maravillado, supo al fin quién era y qué era y bendijo sus amarguras. La tradición refiere que, al despertar, sintió que había recibido y perdido una cosa infinita, algo que no podría recuperar, ni vislumbrar siquiera, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres.”