Se reactiva la causa por la conexión efedrina -elemento que permitió financiar la campaña de la actual Presidente, y que requeriría de las máximas medidas contra ella y sus principales colaboradores, en cualquier lugar del mundo. La investigación de la jueza S de C comprobó que la entrada de efedrina al país pasó, durante el gobierno de Néstor, y bajo la supervisión de su directo amigo Granero (director de ENARSA¡¡) de 1200 kilos en 4 años, a 20000 en uno solo (el 2007).
(acá la última noticia que vi sobre el tema, aunque salvo en los diarios oficiales, el tema está en todos: sobre los 40000 kilos de importación, impulsados...desde la Secretaría anti drogas SEDRONAR¡ y a partir de persistentes llamados que se hicieron desde la Casa Rosada).
Hace rato que lo digo, pero insisto con esto: que nunca nadie más me hable una sola palabra a favor de Néstor, si antes no aclara que los k no son directos responsables del descontrol narco en el país (hechos como éste, o la falta de controles aéreos, o la droga como moneda de cambio entre los punteros de la Provincia, o la financiación de la campaña presidencial judicialmente comprobada, son sólo pequeños datos de entre la multitud de pruebas que existen). Aceptaron jugar con la muerte, por multiplicar su financiamiento. Nada, nunca va a justificarlos, a pesar del silencio o el aplauso de tantos, a sabiendas de lo que ocurre en la puerta de atrás.
Más allá de las implicaciones de la cuestión, empeorando la vida de todos en el corto plazo, el tema tiene interés para pensar en un segmento muy importante de la clase política, carente de principios, cultura y compromisos públicos genuinos. Supongo que desde que el país es extremadamente desigual -digamos así, desde los tiempos de la dictadura hasta hoy- el tema del financiamiento de la política pasó a ser, para muchos, el tema más importante de la política (aunque Carrió -mal que le pese a tantos- supo demostrar que se podía crecer políticamente sin financiamiento: tenía toda la razón, pero los bobos no lo entienden).
El hecho es que el menemismo hizo escuela del "robo para la corona", y el kirchnerismo de un reclamo similar: "para poder hacer política en la Argentina hay que ser millonario". Las dos afirmaciones resultan desvergonzadas, pero ellas pretenden, sin embargo, constituirse en argumentos públicos, auto-justificaciones que pueden ser presentadas frente a los demás, sin ruborizarse. Conviene contener el enojo por un momento y pensar qué nos dicen esas frases, provenientes del corazón del menemismo y el kirchnerismo: hoy, una parte importante del poder se involucra en negocios de máximo riesgo (no es casual que el menemismo y el kirchnerismo tejieran los lazos que tejieron, con el dinero narco) diciéndose a sí mismo que hace lo que hace en honor de fines relacionados con el bien común (lo mismo decía Andreotti en Italia, para justificar sus nexos con la mafia). Inmediatamente luego, dejan de pensar y ya solamente mueven las piezas y ejecutan. Hubo una larga época en la vida política argentina, en donde este razonamiento -relacionado con el vértigo del dinero en la política- resultaba simplemente ajeno a la misma -los problemas y los vicios corrían por otros cauces. Eran épocas en donde la política no se alimentaba, como hoy, de la desigualdad; en donde la pulsión por el dinero se encontraba contenida, antes que desatada, como en la década destruida.
(acá la última noticia que vi sobre el tema, aunque salvo en los diarios oficiales, el tema está en todos: sobre los 40000 kilos de importación, impulsados...desde la Secretaría anti drogas SEDRONAR¡ y a partir de persistentes llamados que se hicieron desde la Casa Rosada).
Hace rato que lo digo, pero insisto con esto: que nunca nadie más me hable una sola palabra a favor de Néstor, si antes no aclara que los k no son directos responsables del descontrol narco en el país (hechos como éste, o la falta de controles aéreos, o la droga como moneda de cambio entre los punteros de la Provincia, o la financiación de la campaña presidencial judicialmente comprobada, son sólo pequeños datos de entre la multitud de pruebas que existen). Aceptaron jugar con la muerte, por multiplicar su financiamiento. Nada, nunca va a justificarlos, a pesar del silencio o el aplauso de tantos, a sabiendas de lo que ocurre en la puerta de atrás.
Más allá de las implicaciones de la cuestión, empeorando la vida de todos en el corto plazo, el tema tiene interés para pensar en un segmento muy importante de la clase política, carente de principios, cultura y compromisos públicos genuinos. Supongo que desde que el país es extremadamente desigual -digamos así, desde los tiempos de la dictadura hasta hoy- el tema del financiamiento de la política pasó a ser, para muchos, el tema más importante de la política (aunque Carrió -mal que le pese a tantos- supo demostrar que se podía crecer políticamente sin financiamiento: tenía toda la razón, pero los bobos no lo entienden).
El hecho es que el menemismo hizo escuela del "robo para la corona", y el kirchnerismo de un reclamo similar: "para poder hacer política en la Argentina hay que ser millonario". Las dos afirmaciones resultan desvergonzadas, pero ellas pretenden, sin embargo, constituirse en argumentos públicos, auto-justificaciones que pueden ser presentadas frente a los demás, sin ruborizarse. Conviene contener el enojo por un momento y pensar qué nos dicen esas frases, provenientes del corazón del menemismo y el kirchnerismo: hoy, una parte importante del poder se involucra en negocios de máximo riesgo (no es casual que el menemismo y el kirchnerismo tejieran los lazos que tejieron, con el dinero narco) diciéndose a sí mismo que hace lo que hace en honor de fines relacionados con el bien común (lo mismo decía Andreotti en Italia, para justificar sus nexos con la mafia). Inmediatamente luego, dejan de pensar y ya solamente mueven las piezas y ejecutan. Hubo una larga época en la vida política argentina, en donde este razonamiento -relacionado con el vértigo del dinero en la política- resultaba simplemente ajeno a la misma -los problemas y los vicios corrían por otros cauces. Eran épocas en donde la política no se alimentaba, como hoy, de la desigualdad; en donde la pulsión por el dinero se encontraba contenida, antes que desatada, como en la década destruida.
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