La izquierda que no es. Sobre la “nueva izquierda” en
América Latina
Roberto Gargarella
Breve introducción
En este trabajo quiero examinar
críticamente el concepto de “izquierda” que se emplea en el libro The Resurgence of the Latin American Left, una
obra editada por dos de los más importantes latinoamericanistas de nuestro
tiempo, Steven Levitsky y Kenneth Roberts. La motivación principal que guía a
mi trabajo es la de cuestionar la noción de “izquierda” empleada en el libro
que, según entiendo, nos compromete con una concepción teórico-política muy difícil
de aceptar. En particular, y en relación con el objeto principal del libro
citado, la definición cuestionada diluye de tal modo el significado del término
“izquierda,” que casi cualquiera de los gobiernos latinoamericanos que
ejercieron el poder luego del año 2000 puede pasar a considerarse un gobierno
de izquierda, con todas las desafortunadas implicaciones que pueden seguirse de
ello. Política y académicamente, por tanto, es importante estudiar con especial
detalle el uso que le damos al concepto en torno al cual gira The Resurgence... Cabe resaltar, por lo
demás, que esta discusión se inscribe en una larga conversación que se ha ido
dando en los últimos años, referida al (así llamado) “resurgimiento de la
izquierda en América Latina.” Curiosamente, agregaría, una mayoría de los autores
que han participado o participan en dicha conversación reconoce y afirma la
existencia de ese resurgimiento de la izquierda, aunque con matices
significativos en cada caso (Arnson & Perales 2007; Arnson et al 2009;
Cameron & Hershberg 2010; Levitsky & Roberts 2011; Leiras 2007; Madrid
2011; Petkoff 2005; Panizza 2005).[1]
Ser de izquierda
La discusión acerca de cuándo un partido
político o un gobierno es de izquierda, y cuándo no lo es, sigue siendo
relevante en buena parte del mundo. Sin dudas, lo ha sido y lo sigue siendo en
América Latina: En los 60 fue común que se apelara al concepto para identificar
a aquellos que estaban del lado de la revolución; en los 70 pudo ser relevante
hablar de la izquierda para señalar a “los enemigos de la patria”; a fines de
los 80 y 90 pudo serlo para referirse a quienes se habían quedado en el pasado
(quienes no habían registrado “la caída del muro de Berlín”). Desde hace más de
diez años, la categoría volvió a ganar atractivo y, otra vez, luego de mucho
tiempo de desprestigio y forzado exilio, el concepto de izquierda adquirió connotaciones
positivas dentro del uso cotidiano y común del lenguaje.
Las razones de este “regreso con gloria”
del término son diversas. Por un lado, y luego de la debacle de 1989 en Berlín,
buena parte de la izquierda pudo dejar de lado el pesado lastre de
autoritarismo y opresión con que se la había identificado hasta entonces. Resultó
claro, desde dicho momento, que ninguna persona de izquierda necesitaba justificar,
ni podía defender en público, lo hecho por el viejo “bloque soviético”. Esto es
decir, la izquierda pudo sentirse “limpia” de aquel pasado, ya que pasó a
presumirse, desde allí, que si alguien defendía a la izquierda lo hacía
repudiando, y nunca reivindicando, aquel pasado de abusos. Por los demás, hacia
fines de los 90, América Latina comenzó a vivir otra debacle, pero en este caso
de signo contrario: se trataba ahora del colapso de los programas de “ajuste
estructural” (o “neoliberales”) que habían dominado la política de la región
durante al menos una década. Aquellos duros programas de ajuste terminaron con
altas tasas de desempleo, crisis social, protestas, la gente en las calles. El
fracaso, en este caso, le fue atribuido a la derecha, que siempre había bregado
por reformas de mercado y programas de restricción monetaria. En otros términos,
de modo casi natural, el desprestigio de la derecha contribuyó a la
reivindicación de los ideales que se le oponían (Arnold & Samuels 2011, 33).
No se trataba, por lo demás, de una simple reacción frente a los “vicios”
propios de los programas de ajuste: ocurrió también que los tradicionales
valores asociados con la izquierda –valores de solidaridad, ayuda social, y
prioridad para los más desaventajados- encajaban perfectamente con las
necesidades del momento. El hecho es que aún hoy, luego de muchos años de la
caída en desprestigio de los programas de “ajuste estructural” –escribo este
artículo en el 2013- sigue siendo políticamente productivo y electoralmente
atractivo presentarse en la vereda opuesta del “proyecto neoliberal,” invocando
valores tradicionalmente asociados con la izquierda. Dicho esto, corresponde
agregar que -más allá de la relevancia de la definición de “izquierda” en
términos políticos y aún electorales- la discusión sobre qué modelos de
organización podemos asociar con la izquierda resulta especialmente relevante
para todos aquellos que, de un modo u otro, nos sentimos vinculados con esa tradición
de pensamiento, y nos preocupamos por usos que estimamos impropios en torno a
dicha categoría.
Justamente en razón de la dimensión y
densidad política que, todavía hoy, muestra el debate derecha-izquierda, es que
necesitamos cuidar muy especialmente los modos en que utilizamos términos
tales. Por supuesto, es poca la intervención que puede tener la academia en
relación con los usos que se hagan de tales conceptos en el habla cotidiana.
Sin embargo, desde la academia tampoco necesitamos someternos a esos usos
prevalecientes, ni mucho menos recogerlos del habla coloquial sin hacer una
revisión crítica y fundada acerca del modo en que se los emplea. La academia
tiene, en este sentido, una responsabilidad particular: a ella le compete hacer
el máximo esfuerzo de precisión conceptual para enriquecer, en la medida en que
sea posible, la discusión pública sobre la cuestión.
Razones como las anteriores llevan a que
uno se acerque con gran expectativa al trabajo The Resurgence of the Latin American Left: El mismo promete brindar
un panorama exhaustivo sobre el estado de la discusión en toda América Latina.
El libro, por lo demás, no sólo aparece editado por dos muy competentes
cientistas políticos -Steven Levitsky y Kenneth Roberts- sino que además incluye
entre sus colaboradores a muchos de los más interesantes protagonistas de la
ciencia política actual, dentro de aquellos que enfocan parte significativa de
su trabajo sobre Latinoamérica. Dada la calidad de los autores que participan
en la obra colectiva, son muchos los beneficios que podían esperarse de ésta, y
muchos los beneficios que la obra asegura. En particular, el libro ofrece una
gran oportunidad de conocer más en detalle la experiencia política de diversos
países latinoamericanos, en estos últimos años, analizada no sólo por genuinos especialistas,
sino además desde un punto de vista muy atractivo –un punto de vista
relacionado siempre con cuestiones sensibles para el pensamiento de la
izquierda: Matrices distributivas, perfiles productivos, programas de ayuda
social, índices de pobreza y desigualdad, etc.
En todo caso, mi interés particular, al
acercarme al libro, era otro, más conceptual. Me preocupaba saber cómo es que,
en el libro en general, y luego en sus diversos capítulos, se había saldado la
muy difícil cuestión definicional en torno de la cual giraba el texto. Para
decirlo de un modo directo: me interesaba saber cómo es que se había saldado la
discusión en torno al concepto político central del libro, el que organiza a
toda la obra, esto es decir, el concepto de “izquierda.”
La inquietud con la que me acercaba a la
cuestión no se relacionaba con la dificultad que puede existir para definir de
modo preciso al concepto de “izquierda.” Más bien lo contrario: Dado que no
considero que el definir a la izquierda importe una tarea exageradamente
compleja, me generaba inquietud el hecho de que la obra se refiriera a un
“resurgimiento de la izquierda” en América Latina. Cuál era el resurgimiento
del que se hablaba? A qué izquierda estaban haciendo referencia? El riesgo era
obvio: Considerar como englobados dentro de la izquierda a todos los gobiernos
que vinieron luego de aquellos que habían sido responsables de los previos programas
de ajuste. La alternativa resultaba por lo demás preocupante. Si bien podía ser
entendible que desde el sentido común se quisiera denominar de “izquierda” a
cualquier gobierno que rechazara la retórica de los fracasados ajustes
estructurales, no parecía aceptable que la academia se plegara a dicho
ejercicio. Entre otras cosas, tal movimiento implicaba el uso de una noción demasiado
extraña del concepto de “izquierda”.
Sobre la definición de “izquierda”
La definición del concepto de “izquierda”
que se utiliza en la introducción de The
resurgence of the Latin American Left resulta, si bien elaborada, decepcionante.
Ello así, en la medida en que reserva para la noción de “izquierda” un
significado en tensión con su historia, ajeno a la tradición larga de la
izquierda latinoamericana, demasiado apegado a un sentido común contemporáneo y
superficial, y en el mejor de los casos muy incompleto. Ésta es la definición
que los editores del libro emplean:
(El concepto de)
Izquierda refiere a actores políticos que buscan, como un objetivo programático central, reducir las desigualdades económicas
y sociales.[2]
Si bien ésta es la definición que se
reserva para el término “izquierda,” Levitsky y Roberts aclaran luego el
significado de lo dicho, con un párrafo extenso que sigue a continuación de la
frase citada, y que resulta mucho más amplio e inclusivo que la definición
inicial -llamemos a ésta la “definición ampliada”. Dicen ellos, entonces, que:
“Los partidos de
izquierda buscan utilizar la autoridad pública para distribuir la riqueza y/o los
ingresos hacia los sectores con menores ingresos, erosionar las jerarquía
sociales y fortalecer la voz de los grupos desaventajados en el proceso
político. En la arena socioeconómica, las políticas de izquierda procuran
combatir las igualdades enraizadas en la competencia de mercado y en la propiedad
concentrada, aumentar las oportunidades para las pobres, y proveer de
protección social en contra de las inseguridades de mercado. Aunque la
Izquierda contemporánea no se opone necesariamente a la propiedad privada o a
la competencia de mercado, ella rechaza la idea de que pueda confiarse en las
fuerzas no reguladas del mercado para satisfacer las necesidades sociales. En
el ámbito político, la Izquierda procura aumentar la participación de los
grupos menos privilegiados y erosionar las formas jerárquicas de dominación que
marginan a los sectores populares. Históricamente, la Izquierda se ha
concentrado en las diferencias de clase, pero muchos partidos de Izquierda,
contemporáneamente, han ampliado ese foco para incluir las desigualdades
basadas en el género, la raza o la etnia.[3]
La principal ventaja de la definición que utilizan los autores –definición
que, corresponde decirlo, mejora a las que suelen utilizarse en la academia
contemporánea- es que recoge ciertos usos habituales, muy extendidos, del lenguaje
común. La gran desventaja es que, además de imprecisa, la definición permite
que se acomoden dentro del campo de la izquierda algunos gobiernos que –tal
como los autores reconocen, a lo largo de la obra- no desafían la propiedad
privada; no van hacia el socialismo; no pueden considerarse siquiera social
demócratas; no generan relaciones más igualitarias; concentran el poder; no
democratizan la sociedad; asumen comportamientos autoritarios; persiguen a
minorías; y para peor tienen poco que ver con la tradición de los partidos y
programas de la izquierda, y muy poco en común con la historia del radicalismo
político latinoamericano. Demasiados problemas, que a continuación procuraré explorar
con algo más de detalle.
Objetivo programático: Todos los gobiernos son de izquierda
Que la definición en torno a cuándo un partido o gobierno es de izquierda
gire tan centralmente en torno a si dicho partido ha tomado como “objetivo
programático central” reducir las desigualdades sociales y económicas, implica
ya un comienzo complicado. El criterio propuesto es impreciso, obviamente
engañoso, además de ser a la vez sub-inclusivo y sobre-inclusivo.
Ante todo, dicho criterio genera problemas porque nos lleva a considerar
que un gobierno no es de izquierda, a pesar de haber llevado adelante una
práctica consistentemente adecuada a los ideales y valores de izquierda, sólo
por el hecho de que, en su plataforma de gobierno original, dichos compromisos
no aparecieran explicitado de modo claro. Claro está, alguien podría decirnos
que una evolución ideológica semejante resulta algo extraña: Cómo puede ser que
un partido de izquierda no reconozca dicho rasgo ideológico como propio, desde
un primer momento? Sin embargo, dicho resultado es también perfectamente
posible, y nadie querría privarse de llamar al gobierno del caso uno de
“izquierda,” en razón de su impericia inicial, sobre todo si el mismo ha
actuado, durante sus años en el poder, irreprochablemente a favor de los grupos
más desaventajados. La evolución del caso podría ser el resultado, por ejemplo,
de la decisión del líder de dicho partido, de “rebajar” o disimular sus
convicciones izquierdistas, durante la campaña electoral, a los fines de no
“asustar” a ninguno de sus potenciales electores, para luego, una vez electo,
ejercer plenamente esas convicciones, desde su más alto cargo. Esta posibilidad
resulta en verdad muy esperable a partir de la dinámica generada por sistemas
híper-presidencialistas y partidos catch
all, como los que distinguen a la Latinoamérica actual. Sin embargo, la
definición de “izquierda” propuesta en The
Resurgence nos llevaría a “sancionar” a dicho gobierno no calificándolo
como uno de izquierda, en razón de las declaraciones programáticas realizadas antes de su llegada al poder. Problemas
como los referidos nos hablan del carácter sub-inclusivo
de la definición de “izquierda” que se utiliza en la obra.[4]
Al poner un exagerado acento en las declaraciones programáticas realizadas antes de la llegada al poder, la definición
de Levitsky y Roberts crea innecesarios obstáculos para considerar como de
izquierda a un gobierno que ellos mismos, según entiendo, querrían considerar
como tal.
Los problemas que enfrentamos ya desde el punto de partida, con esta
definición, son numerosos, y bastante más amplios que los sugeridos. Ocurre que
la definición del caso, tal como anticipáramos, no sólo es sub-inclusiva sino
también, y al mismo tiempo, sobre-inclusiva.
Y es que se trata de una definición que pone un peso indebido en el aspecto económico de lo que significa ser de izquierda, a
la vez que reduce y modera de modo asombroso los que vendrían a ser los principios
económicos propios del pensamiento de izquierda (volveremos sobre este punto
más adelante). Ser de izquierda ya no requiere abolir la propiedad privada, ni
desafiarla de modo significativo, sino sólo trabajar para la reducción de las
desigualdades –una exigencia que (por lo que vemos en la práctica que se evalúa
en el libro) resulta todavía más devaluada, ya que no va a significar mucho más
que conseguir ciertas reducciones en términos de la pobreza existente. Un
gobierno que consiga reducir en algo los niveles de pobreza presentes antes de
su llegada al poder, ya pasa a calificar como –potencialmente- un gobierno de
izquierda. En definitiva, nos encontramos con que -tal como los propios autores
lo reconocen- la definición de “izquierda” que se utiliza en el libro resulta
“necesariamente amplia” (ibid. 5).
De mi parte, considero que la definición que utilizan los editores es tan
exageradamente amplia, que la misma se convierte en una muy hospitalaria para gobiernos
y líderes políticos de los más variados. Ello así, al punto de que la misma
permite incluir como de izquierda, sin mayores inconvenientes, a gobiernos que
nadie consideraría como gobiernos de izquierda, tales como los de Vicente Fox
en México (2000-2006); Álvaro Uribe (2000-2010); Alejandro Toledo (2001-2006);
o Sebastián Piñera (2010-2014). Notablemente, todos estos presidentes pueden
alegar –como lo han hecho- que su gestión de gobierno ha permitido reducir los
altos índices de pobreza registrados en sus respectivos países, antes de su
llegada. Todos los líderes citados cuentan con estadísticas que les permiten
realizar, con algún grado de sensatez, afirmaciones auto-elogiosas en términos
de lucha contra las desigualdades sociales existentes.[5]
La cuestión, entonces, pasa a ser otra: conforme al parámetro propuesto,
básicamente todos los gobiernos
latinoamericanos que llegaron al poder después del 2000 son de izquierda.
La pregunta que queda en pie, entonces, no es a qué gobierno podemos considerar
de izquierda, sino cuál no lo es -cuál es el gobierno que durante dicho período
se animó a actuar en conformidad con una agenda de derecha.
Imagino que a Levitsky y Roberts les debe parecer equivocada mi
presentación. Ellos podrían tratar de rechazar las críticas anteriores a través
de una de las dos siguientes estrategias: Mostrar que los gobiernos mencionados
(Fox, Toledo, etc.) no cumplieron con las (débiles) exigencias impuestas por la
definición de “izquierda”, en términos de desempeño económico; o mostrar que
los partidos propios de los gobernantes citados no tenían como objetivo
programático, antes de su llegada al poder, el de reducir las desigualdades
existentes. Sin embargo, lamentablemente, ambas estrategias se encuentran destinadas
al fracaso. Ello es así, en primer lugar, porque en los últimos años todos los
gobiernos latinoamericanos tuvieron resultados bastante similares, en términos
de reducción de la desigualdad y la pobreza. Todos ellos tendieron a reducir la
pobreza de modo significativo, sobre todo en los primeros años del nuevo siglo;
y todos ellos mostraron resistencias o dificultades mucho mayores para reducir la
desigualdad, aún a pesar del crecimiento económico que, en general, experimentaron
sus respectivos países.
En segundo lugar, el recurso al “objetivo programático” (como forma de
dejar fuera de la definición de “izquierda” a partidos y gobiernos claramente
conservadores) parece más prometedor, pero en verdad es incapaz de asegurar lo
que nos promete. En efecto, los autores pueden querer apelar al (más bien
extraño) recurso del “objetivo programático” para descalificar como de “izquierda,”
y desde el punto de partida, a una diversidad de partidos y gobiernos. Sin
embargo, cualquiera de los partidos citados más arriba (y que muchos
consideraríamos de derecha) incluía en un lugar relevante, dentro de su
plataforma, objetivos fuertemente igualitarios. El partido de Alejandro Toledo
prometía, entre sus nueve objetivos centrales, el de “eliminar la pobreza
extrema y la desigualdad”[6];
Uribe incluyó en su plan de acción inicial consideraciones muy claras referidas
a los males generados por la pobreza extrema y la desigualdad, llegando a
declarar una “guerra” directa contra la primera (algo significativo en un
gobierno empeñado utilizar metáforas bélicas);[7]
Fox aseguró que sus prioridades estarían encabezadas por objetivos como el de
reducir la pobreza;[8] y Piñera
se comprometió a luchar prioritariamente por terminar con la “pobreza dura”.[9]
En definitiva, el único sentido posible que podía tener el incluir la
consideración de los “objetivos programáticos”, como condición esencial para
definir a un gobierno como gobierno de izquierda, fracasa. El objetivo obvio
era el de excluir de dicha definición a partidos conservadores, no
comprometidos ideológicamente con valores igualitarios. Sin embargo, el
resultado obvio, previsible, es el que acabamos de corroborar: en este tiempo,
resulta demasiado sencillo y demasiado redituable colocar, dentro de la lista
de objetivos programáticos de un partido, el de combatir la pobreza y la
desigualdad. Lo difícil es encontrar algún partido que se anime a eludir tales
ideales. La conclusión entonces es inescapable: la definición de “izquierda,”
tal como está planteada en el libro, no sirve.
Levitsky y Roberts pueden intentar, de todos modos, una última y
significativa vía de escape. Ocurre que, para ellos, y tal como lo aclaran en
su texto, lo importante no es sólo que un partido proclame objetivos igualitarios
(algo que, como vimos, hacen todos), sino que persista en ellos, una vez
llegado al poder. En sus términos “consideramos como gobiernos de izquierda
sólo a los partidos y políticos que retienen significativos aspectos de
su plataforma, una vez que llegan al poder” (ibid., 5, el subrayado es mío).
Otra vez, sin embargo, nos encontramos con un proviso que es prometedor, pero a
la vez incapaz de ofrecer lo que anuncia. Y es que, como vimos, en determinadas
coyunturas histórico-políticas, como la que atravesó Latinoamérica desde el año
2000, pareció resultar más difícil mantener o aumentar los niveles de pobreza
que reducirlos. Ello así, dados los inéditos niveles de crecimiento económico
que favorecieron a la región en tal período, gracias al “boom de las commodities” producido a comienzos del
nuevo siglo 21 (“boom” que los propios autores califican como tal, y examinan
con el debido cuidado, ibid., p. 10 y siguientes).
Se trata entonces que, a resultas de ese crecimiento económico
extraordinario, todos los gobiernos de la región pasaron a ser gobiernos de
“izquierda”? Como dijera Marcelo Leiras, sobre otro uso igualmente problemático
del término “izquierda,” una conclusión semejante “se parece más a los
preconceptos y equívocos propios de aquellos que lo proponen, que a la ambigua
evolución de la política en la región” (Leiras 2007, 4).[10]
En definitiva, lo que nos queda es la decepcionante conclusión según la cual,
desde el 2000, básicamente todos los gobiernos latinoamericanos han sido de
izquierda, lo cual significa vaciar de contenido al término “izquierda” y, por
tanto, no afirmar nada más que una tautología.
Economía: Propiedad privada y reformas de
mercado en el proyecto de izquierda
Concentremos ahora nuestra atención en el
contenido económico de la definición de “izquierda” utilizada por Levitsky y
Roberts (contenido que acompaña al requisito “programático” examinado en la
sección anterior). Lo primero que conviene hacer, antes de entrar de lleno en
dicho análisis, es llamar la atención sobre este solo hecho: el fuerte reduccionismo economicista que distingue
a la definición de “izquierda” que los editores del libro proponen. Las muy modestas referencias que se
incluyen sobre la política, en la “definición ampliada” que dan los editores
sobre el término “izquierda” (políticas que buscan “erosionar las jerarquía sociales y
fortalecer la voz de los grupos desaventajados en el proceso político”)
desaparecen apenas la definición se echa a andar, al punto de tornarse
referencias poco reconocibles en el texto que escriben, o referencias que
resultan directamente dependientes de las políticas económicas que los
gobiernos adoptan -así, por ejemplo, los grupos desaventajados ganan “voz” porque han mejorado su participación en
la distribución del ingreso (volveremos sobre este punto más adelante). El
hecho de que la definición propuesta por los editores –aún en su versión
ampliada- resulta notablemente sesgada hacia lo económico, hasta el punto de
reducir la política a la práctica insignificancia, parece ser reconocido –y
compartido- por muchos de los autores que participan en la obra, y buena parte
de la literatura que se ocupa de la cuestión. Por ejemplo, en su colaboración
para el libro, María Victoria Murillo, Virginia Oliveros y Milan
Vaishnav definen a la izquierda a partir de un concepto que “se enfoca en las
políticas económicas”. De este modo, aclaran (y es importante subrayar esta
aclaración) ellas pretenden mantenerse en
línea con la definición que “Levitsky y Roberts presentan en la
introducción de este volumen” (Murillo et al 2011, 53).[11]
Por su parte, Robert Kaufman deja en claro que su análisis de la cuestión se
limita a un análisis de la política “fiscal, monetaria y la tasa de cambio”
(Kaufman 2011, 95). En su contribución para el libro, Kurt Weyland no da una
definición precisa del término, pero lo asocia a políticas intervencionistas y
proteccionistas (Weyland 2011, 72). Castañeda, en su polémico texto del 2006,
insistía también con una definición básicamente economicista (Castañeda 2006,
30). Panizza, por su parte, asocia a la nueva izquierda con “un proyecto de
desarrollo que combina políticas amigables con el mercado e inclusión social”
(Panizza 2005, 101).[12]
Reconocido el punto anterior, referido al
reduccionismo economicista con que se define a la izquierda, preguntémonos
ahora, en primer lugar, qué contenido económico podríamos esperar,
razonablemente, que incluya una definición aceptable del término “izquierda,”
para luego compararlo con el contenido que se le atribuye en el libro.
Alguien podría sugerirnos, en este
respecto, comenzar por Karl Marx. Después de todo, desde hace más de 100 años,
los escritos de Marx constituyen un punto de referencia ineludible a la hora de
pensar sobre el tema. En El Manifiesto
Comunista hay una frase que ya es clásica, a través de la cual Marx propone
sintetizar su visión sobre el tema. Allí se dice que “la teoría de los
Comunistas puede ser resumida en una sola frase: Abolición de la propiedad
privada.” Si tomáramos la definición y,
sobre todo, el desarrollo que hacen de la idea de “izquierda” los autores
convocados en The Resurgence…, nos
encontraríamos con que esa sola línea marxista es ya por completo ajena al entendimiento
que hacen todos los académicos invitados sobre lo que significa y ha venido
significando ser de izquierda en América Latina. Ocurre que ninguno de los
gobiernos que en la obra se consideran de izquierda ha abolido la propiedad
privada. Lo que es mucho peor, ninguno de tales gobiernos se ha planteado dicho
objetivo como un ideal regulativo; ninguno lo ha escrito en sus textos de
propaganda ni lo ha hecho figurar en sus plataformas electorales.
Por supuesto, podría alegarse que esta
aproximación al tema resulta tramposa, por el hecho de definir al proyecto
económico de la izquierda recurriendo a Marx, en su descripción del comunismo:
Si uno parte de la visión de Marx sobre el comunismo –podría decírseme- luego,
no resulta extraño encontrarse con una definición exigente y extrema, capaz de
descalificar a cualquier otra definición o práctica que se le ponga adelante. Sin
embargo, las cosas no son tan diferentes si dejamos al comunismo y a Marx de
lado, para utilizar, por caso, una definición más o menos común sobre lo que es
el socialismo. Al mismo se lo ha
podido definir, razonablemente, como “la doctrina según la cual la propiedad y
control de los medios de producción –capital, tierra o propiedad- debe estar en
manos de la comunidad como un todo, y administrada en el interés de todos.”[13] Si
tomamos en cuenta esta definición, nuevamente, nada de lo que ha ocurrido en
América Latina en los últimos años se parece a ello, ni lejanamente. Levtisky y
Roberts reconocen el punto y señalan que aunque “todos los gobiernos de la
nueva izquierda han apoyado políticas redistributivas, medidas regulatorias o
derechos de ciudadanía social que van más allá de los prescriptos por la
ortodoxia neoliberal, estas iniciativas no los han puesto en el camino del
socialismo” (ibid., 20). Más precisamente, según los autores, “más allá de lo
que pueda significar, el giro contemporáneo hacia la izquierda no significa una transición al socialismo”
(ibid., 19).[14] Así también, admiten que la
cuestión del socialismo se encuentra directamente “fuera de la agenda” (“off
the agenda”) en la América Latina de hoy (ibid., 21).
Nuevamente, alguien podría decir que la
operación en la que nos inscribimos es innecesariamente demandante. En
definitiva, cualquiera puede entender que éste no es el momento del socialismo,
pero a pesar de eso –podría agregarse- debemos reconocer, como lo hacen los
autores del libro, que la región se ha movido decisivamente hacia la izquierda,
en todo este tiempo. El problema con esta réplica reside, sobre todo, en sus
implicaciones: si no es en vinculación con los ideales comunistas, ni en
vinculación con los ideales socialistas, de qué modo vamos a definir los
ideales económicos de la izquierda? Adviértase, en este sentido, que -como
admiten Levitsky y Roberts- “aún para el caso de Venezuela, en donde el rechazo
al modelo neoliberal ha sido más amplio (y en donde la retórica acerca del
‘socialismo del siglo 21’ ha sido más prevaleciente), los cambios en la
propiedad y las relaciones estado—mercado, luego de una década de chavismo,
permanecen demasiado lejos de los modelos históricos de socialismo” (ibid. 18).[15]
La
pregunta que uno se hace entonces, es la siguiente: Si no nos queda, para la
izquierda como proyecto económico, un cuestionamiento fuerte a la propiedad,
qué es lo que nos queda? Obviamente, uno podría –debería- responder, nos queda un
cuestionamiento fuerte a las políticas de mercado, y su reemplazo por otras políticas
que no pongan su centro en el mercado. Pero no. Estamos también muy lejos de
ello. Dicen Levitsky y Roberts en las conclusiones del libro:
Contra algunas expectativas provenientes tanto de la izquierda como de
la derecha, los nuevos gobiernos de izquierda no enterraron el modelo de
mercado. De hecho, y conforme a estándares históricos, las reformas
socioeconómicas introducidas por los gobiernos de izquierda contemporáneos han
sido bastante modestas. En la mayoría de los países de la región, los rasgos
centrales del modelo de mercado, incluyendo a la propiedad privada, el libre
mercado y la apertura a las inversiones extranjeras, permanecen intactos (ibid.
413, 415).[16]
Todo
esto –agregan los editores- ha llevado a que algunos analistas concluyan sus estudios
diciendo que “el giro a la izquierda ha hecho poco más que reforzar el modelo
neoliberal”. Citan entonces a James Petras y Henry Veltmeyer sosteniendo que la
izquierda ha sido “arrastrada al proyecto de salvar al neoliberalismo”; y al
trabajo de César Rodríguez Garavito y otros, mostrando que algunos de los
llamados países de izquierda (como Brasil, Uruguay o Chile) de ningún modo han
presentado una “alternativa amplia al neoliberalismo” (ibid.).[17]
Lo dicho es similar a lo sostenido (en diversos textos, y aún en su
contribución a The Resurgence…), por
Kurt Weyland, para quien la izquierda latinoamericana en el siglo 21 (tal como
ocurriera con la izquierda europea, en el siglo 20), a servido para “salvar
antes que para destruir el sistema de mercado” (Weyland 2011, 72).[18]
En
definitiva, y tomando en cuenta el punto de vista económico, que es el predominante
dentro de la definición de “izquierda” que dan Levitsky y Roberts, nos
encontramos con que el término “izquierda” no implica la abolición de la
propiedad; no implica alguna forma de comunismo o socialismo; no implica tan
siquiera el desafío a la propiedad misma; y vemos ahora que tampoco implica un
desafío a las políticas de mercado (¡!).[19]
Más bien lo contrario, lo que vemos es que, según The Resurgence…los gobiernos latinoamericanos de izquierda nos
refieren a administraciones que han contribuido al fortalecimiento, o al menos
la continuidad –antes que el socavamiento- de las viejas políticas
“neoliberales”, que alientan la concentración económica, y se basan en el
respeto a la propiedad privada, el apoyo a la inversión extranjera, y las
protecciones al libre mercado.
En
todo caso, y para los propósitos de este trabajo, no necesitamos afirmar de
modo contundente que todos los gobiernos latinoamericanos activos durante el
nuevo siglo impulsaron consistentemente este tipo de políticas de continuidad
con el viejo “neoliberalismo.” Nos basta con señalar que tanto Levitsky, como
Roberts, como la mayoría de los autores que participan en The Resurgence (como muchos de los autores que han escrito sobre el
tema, en los últimos años) participan de una visión injustificadamente
economicista del término “izquierda,” e indebidamente estrecha y empobrecida respecto
de lo que la izquierda propone, exige o lleva a la práctica, en materia
económica.
Política:
Conviviendo con la concentración del poder político
Conforme
a lo dicho hasta aquí, considero que hay un error en trabajos como los de
Levitsky y Roberts, que sobre-enfatizan el peso de los compromisos
programáticos de la izquierda; a la vez que sobre-cargan su atención en las
propuestas económicas de la izquierda, pero desde una lectura llamativamente
complaciente o poco exigente en lo que hace a los contenidos de tales
propuestas. Más allá de lo señalado, entiendo que uno de los problemas más
serios de definiciones de “izquierda” como la que aquí examinamos, tiene que
ver con el modo en que descuidan o menosprecian aspectos políticos fundamentales de la ideología de izquierda.
Según
veremos, en su aproximación a la “política”, desde el concepto de “izquierda”
que proponen, Levitsky y Roberts incurren en problemas que son paralelos a los
que encontrábamos en su acercamiento a la “economía”, desde esa misma noción de
“izquierda”: Por un lado, podemos presentar objeciones relacionadas con el
lugar que la definición de “izquierda” elegida reserva al tema -demasiado espacio para la economía/
demasiado poco espacio para la política. Por otro lado, podemos objetar la
sustancia del enfoque que se presenta sobre la “economía” o la “política”,
desde la “izquierda” –una visión de la
economía compatible con la economía de mercado/ una visión de la política
compatible con la concentración de poder. Permítanmente adentrarme en este
último punto con un poco más de detalle.
Ante
todo, señalaría que la relación entre el concepto de “izquierda” y la
“política” era la que más me interesaba examinar cuando me acerqué por primera
vez a The Resurgence…Quería ver,
sobre todo, de qué modo se conseguía calificar como de izquierda a regímenes de
autoridad concentrada -de híper-presidencialismo sin consulta a la ciudadanía-
que, más allá de sus invocaciones retóricas, burlaban en cada ocasión cierta la
idea de la participación política del pueblo. Aquí es donde el uso del término
“izquierda”, dentro del contexto del libro citado, resulta más decepcionante.
La
dificultad del caso resulta todavía más evidente cuando The Resurgence…incluye artículos como el de Benjamin Goldfrank, que
dejan en claro el serio fracaso o la falta de compromiso de la “nueva
izquierda” regional, en términos de participación política. Estudiando los que
son, a primera vista, los tres casos más interesantes en Latinoamérica, en
términos de participación popular –los de Brasil, Uruguay, y Venezuela.[20]
Goldfrank concluye su estudio sosteniendo que:
En los términos establecidos por los editores de este volumen, ninguno
de estos casos de gobiernos de izquierda puede considerarse como implicando
orientaciones radical democráticas al nivel nacional…Los intentos de
profundizar la democracia en América Latina se encuentran en la actualidad
limitados tanto por los defensores de las institutiones representativas, que
resisten la introducción de instituciones participativas, como por aquellos más
plebiscitarios, cuyos esfuerzos por controlar la participación terminan
socavando tanto la pa democracia participativa como la representativa
(Goldfrank 2011, 182-3).[21]
En
definitiva, resulta difícil entender por qué es que, a la luz de evidencias
como las que presenta Goldfrank a lo largo de su artículo, los editores y los
distintos autores de la obra (incluyendo al propio Goldfrank) siguen hablando
de gobiernos de izquierda en América Latina. De todos modos, el problema en cuestión,
tal como anticipara, es uno que afecta a la definición que se utiliza en The Resurgence, pero también a la que
utilizan muchos de los académicos que desde hace años escriben sobre el
resurgimiento de la izquierda latinoamericana. Asumiendo una concepción fuertemente
economicista, estos autores pretenden inmunizar a su definición de “izquierda”
frente a las objeciones que podrían hacérsele por el modo acrítico en que la
misma reconoce e incorpora a gobiernos basados en el verticalismo, el
personalismo y el poder concentrado.[22]
De mi
parte, me interesa defender una visión de la izquierda que, al mismo tiempo (y
contra lo que se asume en el texto de Levitsky y Roberts), subraye la
importancia de la democracia económica y
la democracia política (o, en otros términos, critique tanto la
concentración del poder económico como la concentración del poder político). Esta
definición alternativa del término “izquierda” (definición que aquí simplemente
propongo, sin intentar defenderla en detalle –tarea que dejaría para otra
oportunidad) se vincula mejor, según diré, con los ideales y tradiciones del
pensamiento de izquierda.[23]
En
efecto, el doble reclamo de la izquierda, a favor –simultáneamente- de la
democracia económica y la democracia política, resulta bastante evidente cuando
uno recorre la historia de los partidos de izquierda en occidente.[24]
Pensemos, por caso, en la historia de lo que se ha considerado comúnmente la izquierda
europea (luego volveré sobre el caso latinoamericano, más relevante para los
propósitos de este texto). El doble compromiso citado se advierte claramente en
el famoso Programa de Gotha, adoptado por el naciente Partido Social Demócrata
Alemán (SPD)[25] (German Social Democratic
Party), en 1875, que incluía referencias a la “emancipación del trabajo” a
través de la conversión de los medios de producción en propiedad común de la
sociedad;[26] demandas por la creación
de asociaciones productivas bajo el control democrático de los trabajadores;[27]
y la “máxima extensión posible de los derechos y libertades políticas” (incluyendo
el sufragio universal y secreto, la libertad de prensa y asociación, la
educación compulsiva, etc.).[28]
De modo similar, el programa del Partido Socialista Italiano, de 1892, proponía
dos objetivos centrales: luchar por el mejoramiento de la vida obra; y luchar
por la conquista de los poderes públicos, para impedir que ellos sigan siendo
un instrumento de opresión y explotación de los trabajadores.[29]
El Programa del Partido Socialista Obrero Español, de 1895, reclamaba en primer
lugar que el poder político pasara a estar bajo control de la clase
trabajadora, y en segundo lugar la transformación de la propiedad individual de
los medios de trabajo, en propiedad común de la nación. [30]Esta
doble exigencia de democracia económica y política se reconoce también en el
Manifesto del Partido Socialista de Gran Bretaña, del 12 de junio de 1905, que
definía al socialismo como “el establecimiento de un sistema social basado en
la propiedad común y el control democrático de los intrumentos y medios para la
producción y distribución de riqueza por y a favor de los intereses de toda la
comunidad.[31] El Partido reconocía que
“la historia pasada” enseñaba que la emancipación de clase debía comenzar por
“la captura de la maquinaria política, esto es, del poder de gobierno”, para lo
cual era necesario que los trabajadores se organizaran como un partido
político.[32]
Teniendo
en cuenta esta historia, lo que resulta extraño es que hoy nos acerquemos al
concepto de izquierda dejando a un lado, ocultando o minimizando el valor que,
sistemáticamente, la tradición de izquierda le ha otorgado a la democracia
política (y, consiguientemente, desmereciendo su crítica a la concentración del
poder). Según diré, de todos modos, el problema del caso resulta todavía más grave
y preocupante, cuando pensamos al mismo a la luz de la historia latinoamericana.
Democracia política y democracia
económica en la tradición de la “izquierda” latinoamericana
El hecho de que la definición de
“izquierda” utilizada en The Resurgence
of the Latin American Left sea una definición esencialmente económica, para
la cual la concentración del poder político no representa un problema, resulta
particularmente curioso, a la luz de la tradición de la izquierda occidental, y
sobre todo teniendo en cuenta lo que podríamos llamar la “primera izquierda”
latinoamericana. Y es que, desde sus orígenes, y al menos hasta bien entrado el
siglo 20, las fuerzas más contestatarias, radicales, igualitarias, de la
política latinoamericana fueron consistentemente defensoras de la democracia
política, una defensa que llevaron siempre de la mano de sus reclamos por la
democracia económica. A través de sus reclamos por la democracia política, dichas
fuerzas de avanzada mostraron su oposición al proyecto político conservador –un
proyecto verticalista, de autoridad concentrada- que tanto peso adquiriera en
los años que siguieron a la independencia. Mientras tanto, a través de sus
reclamos por la democracia económica, ellas se presentaron, fundamentalmente,
en oposición al proyecto económico liberal, caracterizado por su
anti-estatismo, su defensa de la libertad y la desregulación económicas, su
complacencia frente a la concentración económica, y su descuido de la cuestión
social.
Como ejemplos relevantes en dicho
recorrido, podrían mencionarse las tempranas medidas dispuestas por el uruguayo
José Gervasio Artigas, combinando iniciativas asambleístas con disposiciones
económicas fuertemente igualitarias (reflejadas, por caso, en su notable Reglamento Provisorio);[33] los
discursos asociacionistas y favorables a la democratización de la propiedad, de
políticos como Juan Montalvo, en Ecuador (Montalvo 1984); o las notables
demandas democratizadoras aparecidas en México desde el momento mismo de la
lucha independentista -comenzando por los reclamos por la tierra de los “curas
revolucionarios,” Miguel Hidalgo y José María Morelos, hasta llegar a las
exigencias de democratización política y repartición de la tierra avanzadas por
el liberalismo radical mexicano, en la Convención Constituyente de 1857 (Zarco
1957).
Ilustraciones como las citadas resultan
consistentes con otras muestras paradigmáticas, que se encuentran en los
primeros documentos relevantes de la historia política del radicalismo
latinoamericano del siglo 19. Pensemos, por caso, en el (así llamado)
“Manifiesto comunista chileno” –una misiva escrita desde la cárcel por el
radical Santiago Arcos.[34] En
dicho escrito, el activista chileno (promotor de algunas de las más importantes
manifestaciones de protesta popular, ante el autoritarismo prevaleciente en su
país) adelantaba fuertes reclamos de democratización económica (“quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los
pobres….quitar sus ganados a los ricos para distribuirlos entre los pobres”),
junto con otras demandas en pos de la democratización política (en las que
colocaba a “cada ciudadano” como “legislador,” “ejecutor” y “jurado”). Junto a
la declaración anterior podría mencionarse, también, al extraordinario
manuscrito publicado por Francisco Bilbao en 1857, bajo el título El gobierno de la libertad, escrito en
1857. Allí, Bilbao –quien había participado, junto con Arcos, en los
movimientos revolucionarios de 1848, en Francia- se pronunció a favor de un
“gobierno de la libertad” al que asoció con exigencias por “la abolición de la
delegación, de la presidencia…el ejército…los fueros” (Bilbao 1886, 279). La
representación, sostuvo entonces Bilbao, es “esclavitud disfrazada de
soberanía” (Bilbao 1886, 247; Bilbao 2007). [35] Bilbao
defendía de este modo –como pocos doctrinarios de su generación- unos ideales
de inspiración claramente Rousseauneana y jacobina, que acompañaba con
insistentes demandas en pos de la justicia social (Examino estas iniciativas en
Gargarella 2010 y Gargarella 2013).
Nadie
resumió mejor este doble compromiso radical, a favor de la democratización
política y económica, que el político colombiano Murillo Toro. Murillo Toro, responsable
principal de la adopción del sufragio universal en Colombia, se ocupó de dejar
en claro los vínculos que existían y debían existir entre la reforma política
democrática (la radical expansión de los derechos políticos) y la reforma
económica (dirigida a democratizar la propiedad de la tierra). Sostuvo el
colombiano:
Toda reforma política debe tener por objeto una reforma
económica, y si antes de querer realizar ésta planteamos aquella, corremos el
riesgo no sólo de trabajar estérilmente, sino de desacreditar a los ojos del
pueblo que no discute, el principio que queremos ver en obra...las formas
políticas no valen nada si no han de acompañarse de una reconstrucción radical
del estado social por medio del impuesto, y de la constitución de la propiedad
de los frutos del trabajo. Qué quiere decir el sufragio universal y directo
aunque sea secreto en una sociedad en que [muchos de los votantes] no tienen la
subsistencia asegurada y dependan por ella de uno solo? (Murillo Toro,. 70).
Murillo Toro dejaba en claro, de ese
modo, que el cambio en pos de una sociedad más igualitaria requería radicalizar
(y no limitar, como empezaban a pedir algunos de sus colegas) los cambios
políticos realizados, duplicando la apuesta: la democracia política debía pasar
a acompañarse con cambios dirigidos a asegurar la democracia económica, esto
es, las bases materiales del cambio político propuesto.
Dicho lo anterior, quisiera resaltar de
modo especial la forma en que estos primeros radicales tradujeron sus reclamos por la democratización de la política en
demandas decididamente anti-presidencialistas, incondicionalmente críticas de
la concentración de la autoridad. El punto es especialmente notable, sobre
todo cuando pensamos la cuestión desde el siglo 21, y vemos la facilidad con
que se asocia a la izquierda con la defensa de gobiernos de autoridad
concentrada.[36] Lo cierto es que, desde
su propio nacimiento en América Latina, el pensamiento más radicalizado de la
región se mostró inequívocamente contrario a esa concentración del poder y
defendió la democracia política –y así una postura claramente anti-presidencialista-
antes que la verticalidad política.[37]
La amplia difusión de estas demandas
anti-presidencialistas no debieran resultar extrañas. No debe olvidarse que,
desde las revoluciones contra España e Inglaterra, tanto en Latinoamérica como
en los Estados Unidos, los grupos más radicales asumieron que el
establecimiento de un Ejecutivo fuerte era un modo de volver a ser dominados
por un monarca. Por lo demás, tales iniciativas ganaron fuerza especial,
después de la independencia, y a partir del predominio de líderes de tan
amenazadora presencia como Simón Bolívar. Bolívar, héroe de la independencia
latinoamericana, fue también –y como muchos de sus pares- sinónimo de poder
militar concentrado, dominio, orden rígido, unipersonalismo, presidentes
vitalicios o senadores aristocráticos. Contra tales tendencias, algunos de
estos grupos radicales propusieron medidas de las más diversas, que incluyeron,
desde iniciativas extremas (el “tiranicidio”); hasta otras dirigidas a “poner
en armas” a la población y así contrarrestar el peso de los caudillos locales (como
lo hiciera el radicalismo colombiano); o aún reformas constitucionales
radicalmente antagónicas con el presidencialismo prevaleciente (siendo
paradigmática, en este sentido, la fuertemente anti-presidencialista Constitución
Colombiana de Rionegro, 1863, impulsada por el “Olimpo Radical”).
A la luz de este tipo de compromisos
radicales -que exigían la democratización política junto con la democratización
económica; que ligaban la reforma económica a la democratización de la
propiedad y la democratización política con el fin del presidencialismo y la
concentración de la autoridad- llama la
atención el modo en que la actualidad de la llamada “izquierda” regional –y, en
lo que nos interesa, la academia que se ocupa del tema- simplemente le vuelve
la cara a la tradición en la que dicha “izquierda” encuentra su origen.
Conclusión: Un concepto renovado, que
debe ser resistido
A lo largo de este trabajo, presenté
objeciones a la definición del término “izquierda” que se ofrece en The Resurgence…a partir de una
diversidad de razones. Entre ellas, destacamos los problemas que aparecen cuando
se asume una definición de “izquierda” que resulta directamente contradictoria
con el tradicional compromiso izquierdista con la democracia política. Hicimos
referencia, también, al problema de asociar a la izquierda con una concepción
reduccionista en torno a la cuestión económica, y que para peor torna compatible
a aquella con políticas de gobierno que han implicado graves procesos de
concentración y extranjerización de la economía.
Un concepto de “izquierda” diferente del
que se utiliza en The Resurgence…,
que a la vez enfatice los tradicionales compromisos de la izquierda con la
democracia política y la democracia económica, no sólo resultaría más afín a la
tradición política izquierdista, sino también más respetuoso de la historia
política de los movimientos radicales y contestatarios en América Latina. Una
definición de este tipo, por lo demás, nos ayudaría a definir un ideal regulativo atractivo, a partir del
cual contaríamos con herramientas para defender, tanto como para criticar, a
gobiernos actualmente existentes (incluso frente a casos siempre difíciles para
la izquierda, como el de Cuba). De ese modo, también, encontraríamos buenos
argumentos para señalar, sin mayores problemas, por qué y en qué casos ciertos
gobiernos latinoamericanos se acercaron más a los ideales de izquierda (i.e.,
el de Salvador Allende); o en qué sentido algunos gobiernos, más actuales, se
movieron a la izquierda (en relación con otros que les antecedieron), sin
convertirse por ello en gobiernos de izquierda.
En
definitiva, para concluir este escrito retomando el argumento principal: la definición
utilizada por Levitsky y Roberts en el libro que editan no puede sino ser
resistida por la tradición de pensamiento de izquierda. El concepto que ellos
utilizan no complejiza ni problematiza saberes acumulados por el pensamiento de
izquierda, sino que simplemente desplaza tales saberes o los relega al olvido.
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[1] Dentro del ámbito académico, esta
larga discusión fue, al menos en parte, promovida por un libro, pero sobre todo
por un artículo de Jorge Castañeda (Castañeda 1994; Castañeda 2006), en donde
el autor describía de modo agresivo a una de las “dos izquierdas” presentes en
la región (a la que calificaba como “populista,” “nacionalista” “estridente” y
de “mentalidad cerrada”, Castañeda 2006, 28) (“nationalist, strident, and
close-minded”). Los textos generaron réplicas y comentarios, que tendieron a
girar en torno a las diversas izquierdas –por lo general en torno a “las dos
izquierdas” aparecidas en la región desde la caída de la Unión Soviética: la
moderada y la radical; la seria y la contestataria; la social-democrática y la
populista; etc. (Levitsky y
Roberts 11-12).
[2] En la versión original, “the Left refers to
political actors who seek, as central programmatic objective, to
reduce social and economic inequalities”, ibid., 5
[3] En la versión original: “Left parties seek
to use public authority to distribute wealth and/or income to lower-income
groups, erode social hierarchies and strengthen the voice of disadvantaged
groups in the political process. In the socioeconomic arena, left policies aim
to combat inequalities rooted in market competition and concentrated property
ownership, enhance opportunities for the poor, and provide social protection
against market insecurities. Although the contemporary Left does not
necessarily oppose private property or market competition, it rejects the idea
that unregulated market forces can be relied on to meet social needs...In the
political realm, the Left seeks to enhance the participation of underprivileged
groups and erode hierarchical forms of domination that marginalize popular
sectors. Historically, the Left has focused on class differences, but many
contemporary Left parties have broadened this focus to include inequalities
rooted in gender, race or ethnicity...” ibid.
[4]
Un (polémico) ejemplo que puede ilustrar la situación referida aparece con
el caso del gobierno de Juan Velasco Alvarado, en Perú, que –acertadamente o
no- ha sido considerado siempre como típicamente de izquierda. Recordemos que
Velasco Alvarado llegó al poder en Perú, en 1968, gracias a un golpe de estado,
y que desde entonces gobernó el país -hasta 1975- tomando numerosas medidas a
favor de los grupos socialmente desprotegidos, incluyendo a los grupos
indígenas, y desafiando sistemáticamente a los intereses de las grandes
potencias.
[5] Para el caso de Fox, por ejemplo, con el aval del Banco Mundial y la
CEPAl, http://www.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/369472.html;
http://www.cronica.com.mx/notas/2005/177812.html;
http://www.terra.com.mx/mujer/articulo/159287/;
para el caso de Uribe, por ejemplo, con el aval de la presidencia del
Banco Mundial,
http://m.elespectador.com/noticias/negocios/articulo-banco-mundial-dice-pobreza-colombia-ha-disminuido;
http://www.elnuevodiario.com.ni/internacionales/112220;
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/U/uribe_y_la_pobreza/uribe_y_la_pobreza.asp;
para el caso de Toledo, por
ejemplo, http://www.alejandrotoledo.pe/lucha-contra-la-pobreza_V2.php;
para el caso de Piñera, por ejemplo, http://cnnchile.com/noticia/2013/05/08/pinera-nuestro-gobierno-ha-tenido-mejores-resultados-que-el-anterior;http://www.bolsamza.com.ar/revistanew/content.php?id_contenido=351;
http://espanol.upi.com/Politica/2012/07/20/Pi%C3%B1era-celebra-resultado-de-encuesta-que-revela-reducci%C3%B3n-de-la-pobreza-en-Chile/UPI-89431342817784/
[8] http://www.socialwatch.org/es/node/10263
[10] “Seems to resemble more closely the preconceptions and misconceptions
of those who hold it than the ambiguous evolution of politics in the region”
[11] “Our
definition of the ‘Left’ focuses on economic policies and follows Levitsky and
Roberts’s in the introduction of this volume.”
[12] The Left “defines
itself in terms of a development project that combines market friendly policies
with social inclusion”.
[13] Así,
por ejemplo, según la International
Encyclopedia of the Social Sciences, que en cambio no incluye una
definición de “izquierda”, vol. 13 & 14, 506 (“the doctrine that the
ownership and control of the means of production –capital, land or property-
shall be held by the community as a whole and administered in the interests of
all”).
[14]
“Whatever else it might be, the contemporary left turn is not a transition to socialism”.
[15] “Even
in Venezuela, where the rejection of the neoliberal model has been most
thorough (and where the rethoric about ‘socialism for the 21st century’ has
been most prevalent), changes in property ownership and state-market relations
after a decade of Chavismo remain far short of historical models of socialism”
[16]
“Contrary to some expectations on both the right and the left, new left
governments did not bury the market model. Indeed, by historical standards, the
socioeconomic reforms introduced by contemporary left governments have been
quite modest. In most of the region, the core features of the market model,
such as private ownership, free trade, and openness to foreign investment,
remain intact”
[17] The
Left has been “drawn into the Project of saving neoliberalism”. “do not add up
to a comprehensive alternative model to neoliberalism”.
[18] “save
rather than destroy the market system” Del mismo modo, Panizza asocia a la
izquierda latinoamericana contemporánea con gobiernos que han abandonado el
lenguaje de las alianzas de clase, la toma del aparato de poder estatal, y la
transición al socialismo, para reemplazarlo por políticas de libre mercado e
inclusión social (Panizza 2005, 101).
[19] Para R. Madrid, por ejemplo, una
parte importante de la izquierda latinoamericana, a la que él denomina
“izquierda liberal” (“liberal left”) “ha abrazo las políticas económicas
orientadas a favor del mercado que les legaran sus predecesores” (Madrid 2011,
587). La “izquierda intervencionista” (“interventionist left”) en cambio, se
caracteriza ante todo por haber disparado el gasto público (“have boosted
public spending”). Aquí, como en otros tantos casos, simplemente se asocia a
(parte de) la izquierda, con las políticas de libre mercado, o se la piensa en
torno a su cercanía a ellas. (“have embraced the market-oriented economic policies
bequeathed to them by their predecessors”).
[20]
Del mismo modo, ver el artículo de
Arnold y Samuels incluido en el mismo volumen, en donde se da cuenta del modo
en que los cambios políticos operados en América Latina a comienzos del siglo
21 tienen poco que ver con un cambio de preferencias ideológicas en la
ciudadanía (Arnold y Samuels 2011).
[21] In the terms laid out by this
volume’s editors, none of these cases of left government can be considered to
have radical democratic orientations at the national level…Attempts to deepen
democracy throughout Latin America are now constrained both by the defenders of
representative institutions, who resist the introduction of participatory
institutions, and by plebiscitarians in the new left governments, whose efforts
to control participation undermine both participatory and representative
democracy (Goldfrank 2011, 182-3).
[22]
La perfecta convivencia que tiene
la definición de Levitsky y Roberts con gobiernos de autoridad concentrada,
choca también con la propia “definición ampliada” que ellos dan sobre el
término “izquierda” que al menos menciona el valor de “fortalecer la voz de los grupos
desaventajados en el proceso político” –un hecho que no pareciera verificarse
cuando los grupos desaventajados pierden capacidad de desafío sobre lo que
disponen quienes lideran ese “proceso político”. En las páginas 416-422 del
texto, los editores discuten algunas de las implicaciones de los “nuevos
gobiernos de izquierda” en términos de democracia, pero la idea de la
concentración del poder nunca aparece bajo cuestión (sino, en todo caso, cómo
acomodar a tales gobiernos con las demandas de “grupos de base” o “grassroots organizations”).
[23]
Aunque no comparto las definiciones que utilizan, citaría a algunos autores que
utilizan definiciones del término “izquierda” que, al menos, son más sensibles
a este doble compromiso político y económico de la izquierda. En primer lugar,
uno de los co-editores del libro, Kenneth Roberts emplea, curiosamente, una
definición diferente de la noción de “izquierda,” en algún otro trabajo, en
donde se muestra más comprometido con la idea de que el término nos habla de
ciertas aspiraciones económicas, tanto como de ciertas aspiraciones políticas.
Así, sostiene que lo que distingue a la izquierda es “la voluntad de usar el
poder estatal para estimular el crecimiento económico y corregir las fallas del
mercado; la voluntad de utilizar el poder estatal y/o a las organizaciones
sociales para reducir las desigualdades sociales y actuar sobre los déficit
sociales existentes; y el compromiso de ahondar la democracia a través de
varias formas de movilización y participación populares en el proceso político”
(Roberts 2007, 10; también Roberts 1998) (“a willingness to use state power to
stimulate economic growth and correct for market failures; a willingess to use
state power and/or social organizations to reduce social inequalities and
address social deficits; and a commitment to deepen democracy through various
forms of popular mobilization and participation in the political process”). La
definición, en todo caso, genera problemas por vincular el proyecto económico
de la izquierda con la mera corrección de las fallas del mercado; y el proyecto
político de la misma con formas de movilización y participación compatibles con
la conocida realidad de un activismo no autónomo, dependiente de la voluntad
discrecional de un líder. Héctor Schamis, por su parte, sostiene que “todos los
partidos de izquierda en América Latina invocan la aspiración de un capitalismo
más igualitario y un sistema político más inclusivo” (Schamis 2006, 20) (“all left-wing parties in
Latin America invoke the aspiration for a more egalitarian capitalism and a
more inclusive political system”). Aparecen aquí ambas aspiraciones, aunque,
otra vez, con un contenido sorprendentemente diluido. Maxwell Cameron entiende que
la izquierda se define por (me apoyo en el núcleo de una definición más amplia)
“mejorar la desigualdad en sus diversas manifestaciones, y promover la
inclusión social, ya sea a través de la movilización de base a través de
organizaciones populares, ya sea desde arriba, a través de líderes
personalistas o legislación promovida por los partidos desde el Congreso…” (Cameron 2009, 335). (“seek
to ameliorate inequality in its diverse manifestations, and promote social
inclusion, either through bottom-up mobilizations by grassroots organizations,
top-down policy initiatives by personalist leaders, or legislation by
parliamentary parties”). La definición toma en cuenta los dos aspectos principales que aquí me
interesan (el político y el económico), pero asumiendo simplemente, y de modo
llamativo, que para la izquierda es indistinto el modo en que se ejerce el
poder (ya sea desde la base, ya sea desde lo alto de una pirámide verticalizada
y personalizada). Nicolás Lynch define a la izquierda, sobre todo, como una
“posición política que pugna por la participación, lo más directa posible, de los
individuos, mujeres y hombres, en la gestión de los asuntos que les competen”.
Sin embargo, tiende a asociar a la izquierda con un proyecto económico
incuestionadamente abierto a y acrítico, con la propiedad privada (Lynch 2005).
Por su parte, otros académicos, como Leonardo Avritzer, muestran una especial y
justa inquietud por examinar los vínculos entre “nueva izquierda”
latinoamericana, y el fenómeno de la participación política. Le cuestionaría a
su trabajo, en todo caso, la forma también algo acrítica con que vincula a la
izquierda con actuales regímenes de autoridad concentrada, y continuadores de
las políticas de mercado provenientes de la década del 90 (Avritzer 2009).
[24] Un acercamiento ejemplar al tema en
Przeworski (1985).
[25]http://www.archive.org/stream/GothaProgramme/726_socWrkrsParty_gothaProgram_231_djvu.txt
[26] “The emancipation of labor requires the conversion of the means of
production into the common property of society and the social regulation of all
labor and its application for the general good, together with the just
distribution of the product of labor.”
[27] “productive associations with the support of the state and under the
democratic control of the working people.”
[28] “In addition to the demand for universal suffrage for all above twenty
years of age, secret ballot, freedom of the press, free and compulsory
education, etc.,] the socialist labor party of Germany demands the following
reforms in the present social organization: (1) the greatest possible extension
of political rights and freedom in the sense of the above-mentioned demands.”
[29] http://digilander.iol.it/bandido/Documenti/programm.htm
[30]
http://hispanidad.info/maximo1879.htm
[31] The establishment of a system of society based upon the common
ownership and democratic control of the means and instruments for producing and
distributing wealth, by and in the interest of the whole community.
http://www.worldsocialism.org/spgb/pamphlets/manifesto-socialist-party-great-britain-june-12th-1905
[32] A glance over past history shows that every class that emancipated
itself had to commence with the capture of the political machinery, that is,
with the power of government. It is, therefore, necessary for the workers to
organise a political party having for its object the capture of political
power.
[33] Ver, por ejemplo, Petit Muñoz 1956.
[35]Y agregaba “Delegar significa transmitir,
renunciar, abdicar soberanía…El que delega…se convierte en una máquina o en un
esclavo…No tenemos el derecho de delegar nuestra soberanía. Tenemos el deber de
ser inmediata, permanente y directamente soberanos” (ibid.).
[36] Una preocupación similar, relativa a los
modos en que hoy se quiere asociar a la izquierda, ligeramente, con regímenes
caracterizados por “fuertes rasgos de militarismo, mesianismo, caudillismo y
autoritarismo,” en Petkoff (2005), 123.
[37]
De todos modos,
cabe destacarlo, el anti-presidencialismo resulta sólo una de las muchas
derivaciones institucionales que se siguieron del compromiso de la izquierda
jurídica con la democratización política. Ellas incluyeron muchas otras: desde
una radical oposición inicial a la Iglesia y el ejército; a una obvia y
necesaria crítica al carácter aristocrático e innecesario del Senado; o una
cerrada desconfianza a la organización y el poder que comenzaba a delegarse
sobre el Poder Judicial.
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