1 ago 2011

El nacionalismo: de la identidad a la economía



Del amigo don Félix Ovejero Lucas

Según cuentan, el nacionalismo catalán ha desplazado el centro de gravitación de su discurso. La economía sustituiría a la identidad. En realidad, sería más justo decir que a la identidad se añade la economía. Porque la batalla identitaria no admite holganza. Basta con acordarse de la última campaña electoral autonómica, cuando, en mitad de un debate, Mas, entonces un candidato entre otros, con ese sentido patrimonial del país tan característico de la burguesía nacionalista, le dijo a otro candidato que intervenía en la lengua mayoritaria y común de los catalanes: “Fíjese si somos tolerantes que usted habla en castellano en la televisión nacional de Cataluña y no pasa nada”. La frase, de las que arruinan carreras en las sociedades que penalizan el desprecio a los ciudadanos, hay que masticarla un rato para paladear sus sabores. Uno entre otros: la noción cultural de la comunidad política, común al pensamiento más reaccionario. Una noción, por cierto, falsa. Si aplicamos el método que llevó a National Geographic a concluir que “el humano medio” es chino, tiene 28 años y cobra 12.000 dólares anuales, el catalán medio es una persona que, entre otras cosas, habla normalmente en
castellano, se apellida Pérez o García y vive bastante peor que Mas. Vamos, que en Cataluña el raro es Mas. También, por cierto, Ernest Maragall, quien hace poco agavillaba en el mismo pliego la catalanización del PSC y el abandono de Montilla, Zaragoza e Iceta de su dirección. Sigan masticando.
Con todo, incluso si caben dudas acerca del declinar identitario, de lo que no caben es del incremento de la retórica económica. La pregunta “España, ¿nos sale a cuenta?” es hoy un programa, cuando no una consigna. Inspira, por ejemplo, a un apreciable número de libros, en su mayoría libelos cansinos y descoyuntados (léase a Javier Asensio, “Beneficios económicos (sin costes) de la independencia de Cataluña”, en Revista de Libros de mayo). La pregunta resulta ofensiva desde una elemental idea de ciudadanía, una invitación a que los ricos, los catalanes y el resto, se hagan andorranos. Por lo demás, la argumentación a la que sirve resulta falaz en sus versiones comunes. En la parte común de la declaración de renta no hay casillas según autonomía. Cada ciudadano paga –o ingresa-- según sus ingresos, resida en Barcelona o en Mérida. Si mi vecino paga 999 euros y yo uno, decir que nos “expolian” porque “nosotros” pagamos 1000 es hacer trampas. No existe ese perímetro común, a un lado de la barricada fiscal, entre mi vecino y yo. En realidad la primera pregunta que yo debería hacerme es por ese desigual reparto, 999 y uno; seguro que sus causas no están en Madrid y, sin duda, explica bastante sobre mis condiciones de vida.
Naturalmente, para lo que se pretende, la calidad de los argumentos no importa. La explicación del nuevo mensaje es más sencilla: “España nos expolia” es fácil de vender. Mucho más que un irreal mensaje identitario que no parece dar más de sí. Ha agotado todos los recovecos de la vida social y la tozuda realidad catalana se resiste a la ficción en la que quieren ahormarla, a ese goteo sin tregua que no tiene otro guión que instalar a los ciudadanos “con naturalidad” en otro país. Sin ir más lejos, según el campus virtual de mi universidad, todos los profesores y alumnos tenemos la nacionalidad catalana, aunque podemos, eso sí, elegir, pestaña mediante, cualquiera entre las del mundo menos una. Adivinen.
Por ahí asoma la economía, como mercancía electoral sustitutiva. Resuelve bastantes cosas. Ante todo, amplia el mercado potencial de los votos. Aquí cabemos todos. El único perímetro relevante es entre “nosotros”, ricos y pobres, y los que nos expolian. Con el enemigo fuera, las preguntas incómodas, acerca de la distribución entre nosotros o de las desigualdades y exclusiones sociales resultado de las políticas lingüísticas, que no son pocas, se conjuran por inoportunas o, llanamente, por anticatalanas. Y si hay un problema de gestión, el diagnóstico, venga a cuento o no, es sencillo: se resolvería en un santiamén si lo que nos quitan se quedara a casa nostra. Con ese relato, piensa el nacionalismo, el Pijoaparte se acabará por creer el Julien Sorel de las buenas horas y, andando el tiempo, hasta puede que se incorpore a la causa ese obstinado catalán que “pasa”, el que se abstuvo en el referéndum de Estatut, incluso el que vota al PSOE en las generales y no sabe qué es el PSC.
Hasta aquí la mercancía resulta eficaz. Desafortunadamente, el programa no sale gratis, sobre todo cuando el mensaje identitario asoma la oreja y desbarata los cálculos. Se confirmó hace poco cuando el Conseller de Agricultura hizo una llamada al “patriotismo alimentario”, que comenzaba, a su parecer, por no pedir Rioja en los restaurantes. A los pocos días aclaró -en lo que solo podía entenderse como una incitación al alcoholismo- que eso no equivalía a pedir el boicot para nadie, que un consumo no excluye el otro. Pero el tono de su petición estaba claro. Es el mismo que anida en la alegría con la que el Presidente de la Generalitat celebra el hipotético aumento del porcentaje del comercio con Europa respecto al comercio con España, en un razonamiento que, en buen uso aritmético, equivale al de aquel que, ante una epidemia que se lleva por delante a la mitad de la población, se congratula de que “los accidentes de tráfico ya no son la primera causa de muerte”. No parece importar que aumenten los mercados sino “la naturaleza” de los mercados. La identidad impone su ley a la economía.
El empresariado, hasta ahora, no parece ver con malos ojos la cantinela de “si España no nos ofrece nada, será difícil seguir conviviendo”, para decirlo con las exactas palabras del siempre diáfano portavoz del Govern. No hay que extrañarse. A los empresarios les cuesta enemistarse con los gobernantes. Se mostró incluso en los días de Tripartito y el Estatut, cuando, por la simple presión del poder político, se sumaron a reivindicaciones que ni les iban ni les venían. Mientras las reclamaciones nacionalistas salgan de balde, ganancia de pescadores. Incluso puede que, en el camino, en la lista de reparaciones de tanta desafección, algo se pille, aunque sea un cargo en la CEOE. Nada que reprochar. La burguesía tiene una natural disposición a decantarse por la línea de menor resistencia. Simple dinámica de fluidos.
Pero, en virtud de ese mismo principio, su reacción cambia cuando la resistencia viene del otro lado y las bromas dejan de salir gratis. Sucedió hace unos cinco años con ocasión del boicot “a los productos catalanes”, como respuesta, por cierto, a una campaña previa de la misma naturaleza iniciada desde instituciones semipúblicas catalanas, como Òmnium Cultural, ese mismo que ahora llama a una insumisión fiscal “frente al Estado” que el Gobierno catalán considera “interesante”. En aquellos días, la primera reacción de los empresarios fue llamar a la puerta del Tripartito para recordarle que con las cosas de comer no se juega. La segunda, un repentino fervor españolista, que condujo a unos a patrocinar a la selección de fútbol y a otros a acordarse en sus etiquetas del Quijote. Sencillamente, ya no todo salía gratis.
Mas administra ese complicado equilibrio. La identidad, si sube la presión y atosiga, puede volverse contra la economía. Claro que el resultado final no es solo cosa suya. Depende, y mucho, del eslabón intermedio, de la reacción “en Madrid”. Hasta ahora, cuando el relato gravitaba en torno a la identidad, “en Madrid”, entretenidos en el regate electoral, siempre miope, se imponía la magnífica teoría política del “ir tirando, que total”. La realidad social catalana se ignoraba, se recaudaban los votos suficientes y, si acaso, se acudía a un vacuo fraseo de repertorio sobre las maravillas de la pluralidad cultural, que a unos les permitía silbar y a los otros fent país. Ahora, con el país hecho hasta donde se deja, cuando después de la identidad asoma la economía, “porque si somos una nación, hay que hablar de balanzas entre vosotros y nosotros”, y llegan los mensajes del concierto económico o del pacto fiscal, algunos descubren que la perdiz, definitivamente mareada, se viene abajo. Nada nuevo. La enseñanza de los últimos años, de la política de “ir tirando”: de victoria en victoria hasta la derrota final. Esa trayectoria de éxitos que ha llevado al PSOE a donde está. Cuando ya no vale ponerse de perfil.

foto: luces y sombras (montevideo)

6 comentarios:

sl dijo...

Fuente: publicado en la primera página del diario ABC, primera página, diario tradicionalista, monárquico, católico y nacionalista español.

rg dijo...

felix es columnista de el pais, y segun entiendo no le publicaron este texto, como no le estan publicando en general los textos en donde aborda el tema del nacionalismo.

ECG dijo...

Barone y su manía de negar la realidad. Filmus ganó las elecciones!.

http://www.telam.com.ar/vernota.php?tipo=N&idPub=231760&id=438426&dis=1&sec=1

Anónimo dijo...

sl

no entiendo tu cumentario. ¿Debería ver el artículo de otra forma porque fue publicado en el ABC? ¿Qué me importa dónde fue publicado? Lo que escribe RG es bueno o malo según si está publicado en La Nación o P12 (aka Boletín Oficial)?

sl dijo...

desde luego que puede publicar donde quiera. simplemente me hace ruido que un republicanista salga en la primera plana de un diario ultramonárquico y tradicionalista. No tengo nada que decir en contra de sus ideas contrarias al nacionalismo catalán. Igual me gustaría oír algo de su parte en contra del apoyo estatal que recibe el nacionalismo español en muchas comunidades autonómicas.

chalo dijo...

es interesante preguntarse por el parámetro a utilizar para calificar de legítimo o no un reclamo de autodeterminación nacional. no es lo mismo el reclamo de autonomía de la medialuna boliviana o de la liga norte de umberto bossi en italia, que el de los irlandeses católicos del ulster. ¿cuándo un reclamo de independencia o autonomía deja de ser legítimo para convertirse en intrumento de la "balcanización" (quizás latinoamérica después de la independencia)? ¿qué parámetro, medida, regla adoptar?