En la plaza de San
Antonio, junto a la Iglesia, bailaban todos. No de a uno o de a dos, no
exhibiendo su cuerpo o presumiendo su arte: eran todos juntos, entrelazados. En
la plaza de San Antonio, aquí ya en Cali, andaban todos, tomándose de las manos.
Hacían ronda los jóvenes, los viejos, los más duros y los mejor dotados. Salen desbordantes
los niños: los pies pequeños, enfáticos; y los mocitos, ensimismados. Ahora zapatean
la tierra¡ Ahora saltan al sol¡ Ahora abren los brazos al cielo¡ Los ojos
buenos: iluminados. En la plaza de San Antonio, junto a la Iglesia, no había
naciones. Los de más lejos, de otros idiomas, perdían sentido, salteaban pasos,
lo erraban todo. Pero nadie evaluaba, nadie burlaba. Cuando llegaba el turno,
alzaban los brazos, abrían las manos, y los otros prestos, atentos, sus dedos se
los tomaban. Era la fiesta entre todos. Buscando el ritmo, se acompañaban. Una
madre recién parturienta, con su niñita de días, junto a su cuerpo la
apretujaba. La dama la miraba a los ojos; las dos bailaban. Un padre con su
hijo en hombros levanta un pie, luego la mano. Y mientras tanto, bien serio el
chico, muy concentrado sigue sus pasos. Una abuela, llena de arrugas, se une a
la ronda. De cerca conoció la muerte, de su brazo a su hijo se lo quitaron, pero
aquí está, se mueve lenta, y lo olvida todo (por un instante al menos, no
piensa en nada -borra el pasado). Una pareja con rastas, túnicas largas,
atraídos por la música, curioseando el barrio. Miran felices desde los bordes, y
al rato están dentro, los brazos de los otros entre sus brazos. Un joven solo, que
es casi enano, gira muy pronto, como volando (piensa en lo que ha perdido, lo
que se fue y no vuelve, y así en silencio, ojos cerrados, como si nada sigue
cantando). Una morena audaz, de rasgos firmes, quiebra con su sola risa la
talla dura del empedrado. Una niña rebelde, llena de rulos, desteje el alma, y
al rato su cuerpo emerge, luego de tanto, desenredado. Andrés Caicedo, que es
un fantasma, mueve los pies al son, como inspirado. Se emociona, aunque esté
muy lejos, el pelo al viento, siguiendo todo desde lo alto. Transpira y
bailotea el grupo, limpiando todos el cuerpo, así entregados. En la plaza de
San Antonio, junto a la Iglesia, nadie le teme al otro, nadie reprocha, nadie
que deje al resto abandonado. El instructor se adelanta como gacela¡ Marcha
hacia al centro, enseña los pasos. Se bambolea solo, en fintas complejas, contornea
su cadera de lado a lado. Al instante se suma el primero, casi enseguida el
otro que lo escoltaba. Ahora los sigue el resto: cabriolean lento algunos,
otros replican descontrolados. El viejo habla suavecito, les dice a todos: “Abran
el pecho, aprovechen, expandan. O es que tan pronto ya están cansados?” Todos
sonríen, nadie está afuera, nadie está solo, nadie es juzgado. Frente al oscuro
polvo que se levanta -tierra muerta, de dolor seca- en la plaza de San Antonio,
junto a la Iglesia, húmedas gotas de luz: granos de vida germinan, como un
milagro.
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4 comentarios:
¿Estás en colombia?
estuve la semana anterior
Es tuyo el escrito? Una maravilla
si, gracias. gran plaza
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