29 nov 2015

Historias con Sal

Sigo muy golpeado por la muerte de Miguel Sal. Recuerdo esta historia entre otras:

Estamos en Barcelona, España, a finales de los 80, becados ambos por la Fundación Universitaria FURP (en el grupo están también el gran Mariano Unamuno y el hoy muy conocido Alejandro Fargosi). Miguel, en verdad, se incorpora al colectivo desde Italia, en donde -nos cuenta y nos deja admirados- ha estado estudiando con Umberto Eco. A la mañana siguiente, muy temprano, partimos hacia Holanda para continuar la gira académica (en Holanda ocurrirán algunos episodios desopilantes, que involucrarán sobre todo a Mariano, pero que quedan para otra vez). Cuando nos ven partir de salida, esta última noche, los "coordinadores" de la FURP nos piden, nos ruegan, moderación sobre todo hoy: cuídense dónde van, vuelvan temprano, no se metan en líos.

Llegamos al llamado "Chino" o Raval, que en esos tiempos es zona peligrosa -hoy ya no, hoy está limpia de todo riesgo (al decir de Vázquez Montalván, cada noche, sin que nos demos cuenta, pasa una avioneta baja, en silencio, y desinfecta toda el área hasta dejarla inodora). Ingresamos en un café, que por lo bonito que lo recuerdo, supongo se trata del Café de la Ópera. Estamos tomando algo, y escuchamos una pequeña trifulca que se produce allá, cerca de la puerta. Están acosando a un inmigrante, al que insultan por serlo. La situación nos incomoda, pero nadie más que nosotros reacciona. Nos levantamos entonces, empezamos a discutir con quienes lo agreden, la situación se tensa, y nos terminamos todos por ir, a los gritos, molestos -el agredido inmigrante también. Nos apartamos del lugar, inquietos por lo ocurrido, y riendo también, mientras recordamos los consejos de nuestros "coordinadores": cuídense, vuelvan temprano, no se metan en líos.

Andamos apenas un poco más Ramblas abajo, donde la atmósfera siempre se pone más densa. Pocos recuerdos me impactaron tanto, de aquellos tiempos, de aquel lugar, como las pobres "abuelitas" ejerciendo la prostitución en la zona: una detrás de la otra, tan frágiles, tan viejas, tan cansadas. Nosotros vamos marchando, bajamos apenas dos cuadras, cuando nos encontramos con esto: gritos que llegan desde la derecha, una mujer semidesnuda, los pechos al aire, en baño de sangre, pidiendo no por favor, basta ya. La persona parece gravemente malherida, la sangre que le brota sin parar. Enseguida reconocemos que era un hombre, con sus implantes, que en apariencia ejercía la prostitución también. Detrás de él/ella aparece corriendo un joven fornido, de pelo corto, cuchillo en mano. A éste en enseguida lo identificaremos -finalmente somos argentinos. Se trata de un "cana". Según sabríamos después, el policía fue robado en el acto, él/ella escapó corriendo con su dinero, el policía inmediatamente detrás. 

La situación es sorprendente, parece hecha para involucrarnos. El policía alcanza justo a su víctima frente a nosotros, a unos 20 metros de donde estamos quizás. El policía cae sobre la persona herida, que gime y grita piedad, mientras el bestial vigilante comienza a golpearle la cabeza con sus enormes botas. Su actitud es animal. Lo más notable de todo es que se trata del segundo acto de violencia descomunal que vivimos en pocos metros y -hete aquí lo más sorprendente- otra vez, nadie reacciona. Desearíamos que no fuera así. Desearíamos, como extranjeros, jovencitos, sentir que la situación es distinta, que no nos toca a nosotros. Pero no: las calles están ultrapobladas y nadie hace nada, apenas miran algunos, otros hasta parecen sonreír.

Allí estamos, llegando al acto, a la escena principal -somos Miguel, Mariano y yo, si mal no recuerdo. Nos conmueve la situación, nos sorprende, nos golpea también: cómo puede ser posible una violencia de sangre tal, en medio de la calle, entre tanta gente, otra vez con semejante impunidad. Nos involucramos entonces nerviosos, le decimos al policía que ya pare, hacemos lo posible por separarlo, él está fuera de control. Él nos insulta, levanta el cuchillo contra nosotros, nos grita que nos alejemos. Mientras tanto él/ella llora desde la acera, clama piedad. Estamos ahí sólo nosotros, pero rodeados de gente que mira. Tratamos de frenar la agresión de un policía que ahora proclama serlo, fuera de sí.

Por esas cosas, llega entonces una patrulla, que enseguida llama a otra, y enseguida a otra más. Todos contra la pared. Nos separan a todos. Nos controlan a todos. Él/ella se incorpora, por suerte parece respirar mejor. La situación comienza a calmarse de a poco. Se hace la noche profunda. La policía, muy lentamente, prepotente, va chequeando quiénes somos, busca nuestros antecedentes, nos interroga, de dónde venimos, qué hacemos, por qué estamos ahí. Con Miguel y Mariano nos miramos recuperando la risa. Pensamos en los consejos recibidos: son como las mil y quinientas en Barcelona, estamos en el peor lugar, Ramblas abajo, metidos en un embrollo grande, en poco rato nuestro avión partirá.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena anécdota!!! Los 80 almodovarianos fueron bellísimos

Anónimo dijo...

Buena nota en Clarin sobre la muerte de Miguel Sal
http://www.clarin.com/sociedad/Adios-Miguel-Sal-velatorio-Twitter_0_1478252438.html