Publicado hoy en La Nación, acá
Comienzo con una breve anécdota personal, para reflexionar sobre la situación de violencia que hoy vive el país. Hace más de 20 años, completaba mis estudios en los Estados Unidos, en un contexto de dura violencia racial: eran los tiempos de “Rodney King” (un afroamericano pobre brutalmente golpeado por la policía, en un hecho que desató episodios de venganza y odio racial en todo el país). Recuerdo que, por entonces, alentaba a mis compañeros a visitar la Argentina, destacando la calma que distinguía a las calles del país: “a cualquier hora del día, en cualquier barrio, podés caminar tranquilo” –decía. Poco más de 20 años después, me sorprendo de lo que ya no puedo decir, de la necesidad de articular un discurso público opuesto a aquel.
Comienzo con una breve anécdota personal, para reflexionar sobre la situación de violencia que hoy vive el país. Hace más de 20 años, completaba mis estudios en los Estados Unidos, en un contexto de dura violencia racial: eran los tiempos de “Rodney King” (un afroamericano pobre brutalmente golpeado por la policía, en un hecho que desató episodios de venganza y odio racial en todo el país). Recuerdo que, por entonces, alentaba a mis compañeros a visitar la Argentina, destacando la calma que distinguía a las calles del país: “a cualquier hora del día, en cualquier barrio, podés caminar tranquilo” –decía. Poco más de 20 años después, me sorprendo de lo que ya no puedo decir, de la necesidad de articular un discurso público opuesto a aquel.
El primer punto a señalar es que el país,
hace unos años, era muy distinto al de hoy. Sin necesidad de idealizar o esconder
una historia política marcada por la tragedia, lo cierto es que poco tiempo
atrás, la vida cotidiana en la Argentina era otra, al punto que uno podía
caracterizarla por la tranquilidad que se vivía en sus barrios. Quiero decir:
los episodios de violencia cotidiana extrema que hoy padecemos son una novedad reciente,
inimaginable años atrás. (Los demás países también cambiaron, algunos para
mejor, otros para peor, otros de modo ambiguo. En los Estados Unidos, los
índices de delincuencia bajaron mucho, aunque la violencia policial y militar,
como los índices de encarcelamiento masivos, se mantuvieron o agravaron).
Lo segundo tiene que ver con lo que cambió,
de hace unos años a hoy. Uno podría citar diversos factores (cambios políticos,
integración con el mundo, políticas sociales), pero los principales se relacionan con rasgos estructurales.
Es decir, los cambios no tienen que ver con más ni peores leyes; ni con la
presencia de más o menos policías en las calles; ni con políticas judiciales
más o menos “garantistas”. Si algo cambió radicalmente en estas décadas, ello
tiene que ver –lo queramos admitir o no- con los niveles de pobreza extrema y desigualdad
alcanzados, en poco tiempo, e impuestos desde el Estado sin el mínimo cuidado
social.
Los cuatro elementos citados –pobreza,
desigualdad, celeridad en el cambio, maltrato estatal- resultan igualmente relevantes
en la construcción colectiva de la violencia. Simplificando la cuestión,
sugeriría que la pobreza extrema cultiva formas de vida degradadas (vale la
pena citar estudios como los de Javier Auyero, que muestran la manera en que
los niños más pobres naturalizan los graves niveles de violencia con los que
conviven); que la desigualdad genera resentimiento y enojo social (“por qué
otros están tan bien y yo tan mal”?); que el maltrato promueve deseos de
retaliación; y que el carácter “súbito” de estos fenómenos ayudan a radicalizar
los sentimientos involucrados: hay pánico de caer en el “pozo social” y no
levantarse más; hay enojo porque se conoce lo que significa vivir de otro modo;
hay ánimos de revancha porque se advierte la injusticia de la situación. Es
común hoy, entre amplios sectores, la sensación de que siquiera la vida
importa: nada tiene mayor sentido. Por supuesto, la vida violenta no queda
confinada a ciertos sectores sociales, de pobres y marginales. Es común, en los
sectores más acomodados, la “compra” de violencia sexual (conocimos casos dramáticos
en estos días); como es “natural” la explotación y esclavización de trabajadores;
como son habituales la arrogancia y el desprecio hacia los que se cayeron o quedaron
en el camino.
En definitiva, la dolorosa ola de
violencia que padecemos no es “propia” de la Argentina: se trata de un fenómeno
nuevo y reciente; no se reduce a inconductas individuales (personas que han
“perdido su rumbo”): se trata de un problema colectivo; no está confinada a un
solo sector social: se encuentra socialmente generalizada; no encuentra sus
causas en leyes, actitudes, o rasgos de carácter: se relaciona con factores
estructurales, que tienen que ver con decisiones sociales y políticas. Finalmente,
se trata de un problema relacionado con situaciones de desigualdad que –es mi
impresión- no estamos dispuestos a enfrentar, y con maltratos que no se
resuelven tirando (justificadas) asignaciones por hijo sobre la mesa de nadie
(el dinero no ocupa el lugar del buen trato). Mientras no prestemos atención a estas
cuestiones estructurales –conviene saberlo- no habrá mapas del delito, ni
patrulleros nuevos, ni manos duras, que empiecen siquiera a resolver el drama
que vivimos.
7 comentarios:
Si mal no interpreto una cruda síntesis del panorama que planteás, en la voz de Agarrate Catalaina aquí: www.youtube.com/watch?v=mt3l46Pv6dU
Hernán.-
leiste los trabajos de Roxana Kreimer? Ella va por la misma línea. De hecho, su influencia sobre la AUH es innegable...
http://www.filosofiaparalavida.com.ar/desigualdadyviolencia.htm
La verdad que publicar esta nota en LN es un desperdicio. Solo se lee lo que esta de acuerdo con los prejuicios del lector, y esta va contra todos los de ellos.
Desgraciadamente a gente como usted y Javier Auyero, al que deberían leer todos los políticos, solo lo leen los académicos del ramo y alguno que otro "progre racional" que todavía queda
pero eso supone que uno tiene poco para decir, o que no lo puede decir en otro lado. me parece que todos, y especialmente los que no piensan como uno, tienen que ser los destinatarios de lo que uno escribe
O sea que, a principios de los noventa, estaba todo mucho más tranquilo, la sociedad era menos desigual y el Estado maltrataba menos a las personas... (hablamos del primer gobierno de Menem y del final del mandato de Alfonsín, no?)
Ergo, la desigualdad, la pobreza y la violencia serían otro de los nefastos legados del kirchnerismo...Que evidentemente no hizo nada por morigerar esa situación estructural disvaliosa...
Todo esto dicho sin ponerse colorado!
Qué bárbaro!
no , eso es lo que ves en tu ceguera. la desigualdad arranca con la dictadura, y el quiebre de la vieja estructura sindical-laboral. se radicaliza con el menemismo y el kirchnerismo la refuerza (por eso tienen indices de desigualdad similares, a pesar del crecimiento economico que quedo en los bolsillos de pocos). en resumen: la "culpa" no la tiene el kirchnerismo, sino un proceso, que arranca con la dictadura, se termina de romper con el menemismo, y el kirchnerismo refuerza
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