Incluso los
intolerantes y quienes niegan el Holocausto
Ronald Dworkin (†)
Escuela de Derecho, Universidad de Nueva
York-Estados Unidos
Traducción de Leonardo García Jaramillo
Los
medios de comunicación británicos, pensándolo bien, actuaron correctamente al
no reeditar las caricaturas danesas contra las que protestaron millones de
musulmanes furiosos y que causaron una destrucción violenta y terrible alrededor
del mundo. Reeditarlas hubiera significado muy probablemente la muerte de más
personas y la destrucción de más propiedades. Hubiera ocasionado mucho dolor
entre un gran número de musulmanes británicos, porque les habrían dicho que la
publicación pretendía mostrar desprecio por su religión y,aunque tal percepción
habría sido inexacta e injustificada, el dolor habría sido no obstante auténtico.Es
verdad que los lectores y espectadores que siguieron la historia a lo mejor
hubieran preferido juzgar por sí mismos el impacto, el humor y la naturaleza
ofensiva de las caricaturas y, por tanto, los medios podrían haber
sentidoalguna responsabilidad de ofrecer esa oportunidad. Pero el público no
tieneel derecho a leer u observar lo que quiera sin importar el costo y, en
cualquier caso, las caricaturas están ampliamente disponibles por internet.
Algunas
veces la autocensura de los medios significa la pérdida de información,
argumentos, literatura o arteque son importantes, pero no en este caso. Podría
parecer que dejar de reeditarlas otorga una victoria a los fanáticos que
instigaron la violencia y, por lo tanto, que les incita a emplear tácticas
similares en el futuro. Pero hay alguna evidencia conforme a la cual la oleada
de disturbios y destrucción –repentina, cuatro meses después de que las
caricaturas se publicaron por primera vez– fue orquestada desde el Medio
Oriente por razones políticas de más peso. Si ese análisis es correcto entonces
mantener hirviendo la cuestión mediante nuevas reediciones, beneficiaría de
hecho a los responsables y recompensaría su estrategia de implementar el terror.
Sin
embargo subsiste un peligro real de que la decisión de los medios británicos de
no reeditarlas, aunque sea una decisión inteligente, se interprete erróneamente
como un respaldo a la opinión ampliamente compartida conforme a la cual la
libertad de expresión tiene límites, que debe ponderarse con las virtudes del
multiculturalismo y que, al fin y al cabo, el gobierno acertó al proponer que
sea considerado delito publicar cualquier cosa que sea considerada “ofensiva o
insultante” para un grupo religioso. La libertad de expresión no es sólo un símbolo
especial y distintivo de la cultura occidental que pueda serampliamente limitado
o reducidocomo una medida de respeto hacia otras culturas que lo rechazan, tal
como una luna en cuarto creciente o una menorápodrían
incluirse en una exposiciónde la religión cristiana. La libre expresión es
condición de un gobierno legítimo. Las leyes y las políticas no son legítimas a
menos que hayan sido adoptadas mediante un proceso democrático, y un proceso no
es democrático si el gobierno ha impedido a alguien expresar sus convicciones
sobre cuáles deberían ser esas leyes y políticas.La burla o mofa es un tipode
expresión bien determinada. Su esencia no puede redefinirse de una forma
retórica menos ofensiva sin expresar algo muy distinto de lo que pretendía. Por
esta razón las caricaturas y otras formas de burla se han contado desde hace
siglos, incluso cuando eran ilegales, entre las armas más importantes de los
movimientos políticos, tanto de los honorables como de los perversos.
Por
esta razón en una democracia nadie, no importa cuán poderoso o impotente sea,
puede tener derecho a no ser insultado u ofendido. Ese principio cuenta con una
particular importancia en una nación que lucha por alcanzar mayores grados de
justicia racial y étnica. Si minorías débiles o impopulares desean que el
derecho las proteja de la discriminación económica o jurídica –si desean que se
promulguen leyes que prohíban la discriminación en su contra, por ejemplo,en el
empleo–, tienenpor lo tanto que estar dispuestas a tolerar cualquier insulto o
burla que quienes se oponen a dicha legislación quieran exponer a los demás
votantes, toda vez que sólo una comunidad que permite tales insultos puede
adoptar legítimamente tal tipo de leyes. Si esperamos que los intolerantes
acepten la decisión de la mayoría una vez que se ha pronunciado, tenemos
entonces que permitirles expresar su intolerancia en el proceso que derivó en
la decisión que les pedimos respetar. Independientemente de lo que signifique
el multiculturalismo –si significa reclamar un incremento del “respeto” para
todos los ciudadanos y grupos– estas virtudes serían contraproducentes si se llegase
a pensarque justifican la censura oficial.
Los
musulmanes que fueron ofendidos por las caricaturas danesas señalaron que en muchos
países europeos es un delito negar públicamente, como hizo el presidente de
Irán, que el Holocausto existió. Dicen que la preocupación occidental por la
libre expresión no es,por lo tanto, más que hipocresía interesada, y no carecen
de razón. Pero, por supuesto, la solución no es hacer el compromiso con la
legitimidad democrática incluso mayor de lo que ya es, sino trabajar por una
nueva comprensión de la Convención Europea de Derechos Humanos, conforme a la
cual se revoquen en toda Europa la ley que penaliza la negación del Holocausto
y otras leyes similares debido a lo que son: violaciones a la libertad de
expresión, la cualprecisamente exige esa Convención.
Con
frecuencia se afirma que la religión es especial porque las convicciones
religiosas de las personas son tan esenciales para su personalidad que no se les
debería pedir que tolerenburla alguna en dicha dimensión, y porque podrían
sentir un deber religioso de contraatacar en lo que consideran un sacrilegio. Aparentemente
Gran Bretaña ha adoptado esa perspectiva, ya que conserva el delito de
blasfemia, aunque sólo para los insultos a la cristiandad.Pero no podemos hacer
una excepción para el insulto religioso si queremos utilizar el derecho para
proteger el libre ejercicio de la religión de otras formas. Si deseamos prohibirle
a la policía que, por ejemplo en casos de ciertas inspecciones o registros,
establezca perfiles criminales apersonas que lucen o se visten como musulmanes,
tampoco podemos prohibir que la gente se oponga a esa política afirmando, en
caricaturas o de otra forma, que el Islam está comprometido con el terrorismo,
por muy absurda que nos parezca esa opinión. La religión tiene queajustarse a
la democracia, y no al contrario. A ninguna religión puede permitírsele que legisle
para todos acerca de lo que se puede o no dibujar, más de lo que puede legislar
sobre lo que se puede o no se puede comer. Las convicciones religiosas de nadie
pueden concebirse para triunfar sobre la libertad que hace posible la
democracia.
*Versión original
en TheGuardian, 14 de febrero de
2006. Traducción publicada en: Leonardo García Jaramillo (ed.) Nuevas perspectivas sobre la relación/tensión
entre la democracia y el constitucionalismo. Lima: Grijley, colección
“Derecho y tribunales” No. 8, 2014.
2 comentarios:
No todo es lo mismo. No sé cuál es el presupuesto dedicado a la memoria del Holocausto por parte de los Estados europeos y cómo se sostienen simbólicamente la memoria del horror. En muchos países latinoamericanos como el nuestro, un nuevo gobierno tiene la idea de cambiar todo lo que hizo el anterior, no importa qué, porque todo vale. Se modifican presupuestos y símbolos. ¿Estás de acuerdo? Entonces, pensemos cómo le agregamos a esta realidad, para interpretarla, para ser más rigurosos, la frase de que los negacionistas tienen derecho a decir lo que piensan.
Mientras tanto, ayer se reformó la ley de ART.
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