Hace unos pocos años, y junto con el
amigo Sebastián T., nos dirigimos hacia Abrapampa, bien en el Norte argentino, para
celebrar un seminario junto con líderes coyas. Para mí, los coyas en Buenos
Aires fueron siempre símbolo del silencio y la cabeza gacha. En parte, volví a ratificar
el mismo sentir, ahora en La Paz: un pueblo sin voz, sin palabras. Recuerdo,
sin embargo, el aprendizaje que tuve en esos días norteños, en medio del
desierto.
Sebastián y yo habíamos sido convocados
para pensar junto con líderes comunitarios asuntos relativos a la reforma
constitucional provincial. Ellos sabían que el tema indígena estaría en agenda,
y querían tener argumentos por los que presionar sobre el debate.
El seminario se desarrollaba en un galpón
enorme (exagero tal vez) de unos 100 metros de largo por 20 de ancho; y
participaban de él unos doscientos referentes comunitarios. Nosotros comenzamos
el encuentro poniendo en contexto la reforma, problematizándola, como no podía
ser de otro modo. Los coyas, disciplinados, nos seguían en silencio. De
repente, don Sebastíán, mucho más ducho que yo en estas lides, invita a abrir un cuarto intermedio. Reparte
unos afiches en blanco con los que contábamos, y les pide a los participantes
que se reúnan en pequeños grupos, para escribir sus propias propuestas para la
reforma constitucional.
No¡ me digo por dentro. Cómo va a abrir
la asamblea de este modo, cuando estaban todos en silencio, cuando nadie
parecía tener demasiadas ganas de debatir sobre el aburrido derecho. Me retiro
del galpón, atribulado, mientras pasa la hora larga del cuarto intermedio. Los
grupúsculos se reúnen por aquí y por allí, y yo quedo por el desierto mirando.
Pasado el tiempo acordado, Sebastián y yo
volvemos al encuentro. Los coyas van entrando lentamente, junto con nosotros, bien
ordenados. Pero algo ha ocurrido. Miro alrededor, por las paredes del inmenso
galpón, y allí están los afiches, todos colgados: propuestas y propuestas y
propuestas. Los afiches llenos de palabras, de su techo al piso, de lado a lado.
Propuestas radicales, sensatas, agudas, luminosas, llenas de ingenio. Un
territorio entero de solo palabras, y yo en silencio.
3 comentarios:
Interesante la sensibilidad acadèmica que espera que las cosas sean dichas solo con palabras. En nuestro norte argentino, como en muchos lugares del espacio andino, el silencio habla y dice cosas impresionantes.
Extraordinario... qué lindas son tus crónicas, tu mirada. Te vas de viaje y de este lado uno espera cada día, con la ansiedad de estar leyendo un buen gran libro, el capítulo que que sigue y que siempre y seguro conmoverá. Gracias.
Hola Roberto Gargarella, lo quiero felicitar por su catedra, estudio en la uba, y hasta el momento es la única catedra que cursé donde no se exige memorismo, se exige entendimiento a la vez que se da la posibilidad de tener opiniones diversas. Cursé once materías, y la suya es la primera donde importa realmente tener un entendimiento y es valorado, en el resto de las catedras en general alcanza con saber los artículos de memoria, o memorizar un fragmento de texto, y lo peor es que eso es lo que se exige; es la segunda vez que hago Constitucional, la primera me tocó un profesor que no estaba bien y que de hecho fue "expulsado" de la catedra Ferreyra. Igualmente en esa catedra era por ejemplo más importante memorizar por ejemplo el control de constitucionalidad que entender, lo que uno memoriza se lo olvida de una semana a la otra, lo que uno entiendo, razona o comprende, queda en la mente y se convierte en conocimientos que incrementan la inteligencia, y su catedra apunta al entendimiento, al razonamiento. Todo eso bueno parte de usted, y la verdad es un orgullo leer sus texto y poder decir que cursé su catedra. Disculpe que haga este comentario aquí, que no tiene nada ver. un saludo.
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