El Gobierno le interesa presentar la elección que viene
como un enfrentamiento entre dos proyectos: el propio y el de un único
"adversario imaginado", en buena medida creado por él y a su medida,
que expresaría una versión vulgar de lo que podría llamarse el
liberalismo-conservador.
Conforme al imaginario ofrecido por el Gobierno, la
disputa de este tiempo se daría entre una posición estatista, intervencionista,
preocupada por preservar las fuentes de trabajo –que sería la del kirchnerismo–
y otra alternativa anti-estatista, neoliberal, interesada en espúreos negocios
privados, aun a costa de renunciar a básicas protecciones sociales y volver a
subir los niveles de desempleo.
El escenario imaginado por el Gobierno es simplista y
falso en casi todos sus rasgos. Primero, porque hoy ya es parte del sentido
común en todo el arco de partidos políticos argentinos, que el Estado tiene un
papel crucial POR cumplir, a los fines de curar y evitar los males que fueron
propios de los años 90: la desocupación y las peores consecuencias de la
pobreza. Segundo, porque ni el Gobierno es símbolo de estatismo ni la
"oposición imaginada" vive aferrada al sueño privatista. La verdad es
mucho más compleja; de hecho, el Gobierno acostumbra a enredar al aparato del
Estado con oscuros negocios privados: lo vimos del modo más crudo en su
política de transporte (el gobierno de la mano de grupos privados, explotando a
trabajadores terciarizados); lo vemos en su política energética, capaz de
pasar, en cuestión de días, de las arengas nacionalistas a arreglos con Chevrón
y a la firma de contratos que avalan las peores políticas del
"fracking".
No se trata sólo de que la dicotomía que propone el
kirchnerismo es falsa (los protagonistas difieren mucho de la caricatura que
prefiere el Gobierno), sino que además ella invisibiliza una cantidad de ideas
y proyectos valiosos, de impronta igualitaria, que quedan por fuera de esa
falsa dicotomía: hay un amplio campo de proyectos igualitarios que perviven por
fuera del territorio demarcado por el oficialismo.
En los hechos, el Gobierno defiende hoy una posición
cercana a lo que en términos de filosofía política se denomina
"utilitarismo". Su propuesta consiste en invocar un vago interés
general para respaldar decisiones que suelen afectar, de modo grave, derechos
individuales. Se ampara en grandes objetivos en apariencia cumplidos ("la
década ganada") y se empeña en diluir dentro de "todo lo
logrado", faltas serias o violaciones de derecho concretas. Por eso mismo,
nos dicen los amigos del Gobierno, si se han tomado decisiones importantes en
materia de derechos humanos, por qué molestarse si un día se nombra al general
Milani –acusado de crímenes graves– como jefe del Ejército; si se impulsan
cambios en lo que concierne a la política de ferrocarriles, entonces por qué
seguir insistiendo con los más de 50 muertos de Once o con los últimos 100
heridos, víctimas de la corrupción ferroviaria; si la producción de soja es
record, por qué preguntarse por las poblaciones campesinas e indígenas
brutalmente desplazadas.
Frente al proyecto del Gobierno, existe un amplio campo
de posiciones más vinculadas con el igualitarismo (como en la filosofía
política, habitualmente en tensión con el utilitarismo), que se expresan a
través de voces y grupos de la oposición algo dispersos: es una posición que en
parte existe y en parte todavía se debe construir. Preocupada, sobre todo, por
la desigualdad generada durante la "década ganada", esta posición
irrita al oficialismo porque no puede ser reducida a los planteos del rival
conservador que se ha creado el Gobierno. Más todavía, en su interés por la
defensa de derechos individuales y colectivos, esta posición se empeña en
marcarle al partido gobernante las violaciones de derechos que diariamente
comete, a la vez que le señala la existencia de umbrales innegociables que
ninguna política debe nunca atravesar.
El igualitarismo no necesita adoptar una posición cerrada
destinada a impugnar todas las políticas legislativas impulsadas por el
oficialismo, pero considera inadmisible que algunos representantes del Gobierno
hayan aceptado cruzar ciertos límites como los que atravesaron al sancionar la
ley antiterrorista o al defender el ascenso de Milani. El igualitarismo puede
convivir con programas a veces más garantistas, a veces menos liberales en
materia de seguridad, pero exige en todos los casos no bajar nunca ciertos
umbrales de respeto a las garantías elementales (como, por caso, cuando se,
asesina o remueve por la fuerza a miembros de la comunidad Qom; cuando se
utiliza a la Gendarmería para espiar a activistas sociales o cuando se recurre
al Ejército para desocupar tierras tomadas). Del mismo modo, el igualitarismo
puede convivir con la existencia de funcionarios mejores o peores, pero considera
por completo impropio que alguno de ellos se exprese cotidianamente en el
lenguaje del macho violador.
Los señalamientos que el igualitarismo le hace al
Gobierno nos permiten reconocer la existencia de un ancho territorio que
incluye críticas incómodas para el kirchnerismo y que desnuda la caricatura
oficialista que ubica a sus críticos en el lugar de una oposición conservadora,
antiestatista o neoliberal. El hecho es que hay mucha vida por fuera de la
dicotómica disputa entre el oficialismo y la oposición antiestatal. Desde ese
amplio espacio igualitario, es posible resistir sin problemas la permanente
extorsión moral a la que nos pretende someter el oficialismo, al pedir que
aceptemos medidas inaceptables en nombre de otras irreprochables ("no hay
que criticar el nombramiento de Milani porque ‘dimos’ la asignación por
hijos"; "¿quiénes son ustedes para criticar la corrupción de Ciccone,
si nosotros ‘conseguimos’ el matrimonio igualitario"?).
El igualitarismo tiene muy buenas razones
para rechazar la común estrategia oficial de justificar lo injustificable en
nombre de lo heroico (exigir privilegios o demandar "correctivos"
contra quien cumple con su deber, en nombre de lo que se ha hecho o se ha
padecido en el pasado) y para exigir el cumplimiento irrestricto de ciertas
reglas y principios, por más que se incumplan en nombre de objetivos que
compartimos.
Al oficialismo siempre le interesó identificar a sus
críticos con posturas antipolíticas, que muestran aversión a la militancia y
temor frente a la participación de las mayorías. Sin embargo, en la práctica,
el Gobierno es quien más ha socavado la vida política al reducirla a las
elecciones o al premiar actitudes obsecuentes de lealtad y obediencia.
Pero la política, conviene enfatizarlo, merece entenderse exactamente al
revés, como aquello que ocurre todos los días, con independencia de las elecciones;
como la que se orienta a satisfacer las necesidades del pueblo, con
independencia de lo que digan quienes se consideren sus dueños; como la que
exige el desafío constante (antes que la obediencia) a los que están en el
poder.
5 comentarios:
Tenés mi voto Roberto.
Impecable. Es lo que pienso casi con exactitud
Roberto: comparto casi todo, excepto la caricatura que expones del utilitarismo. El utilitarismo tan denostado por el liberalismo de cuño rawlsiano y algunos teoricos de la democracia deliberativa tiene aun mucho que ofrecer en términos de justicia distributiva, legitimidad politica y puede responder satisfactoriamente a muchas objeciones tradicionales, incluyendo el problema de violaciones graves de derechos que tendrían lugar ante la aplicación plena de la máxima benthamita.
Hoy ningún utilitarista serio, cae en una vulgar maximizacion de la utilidad agregada sin diferenciar el grado y las características de la utilidad agregada.
Lo que importa de la utilidad es que es una unidad de valor pluralista (como la que defiendo) que expresa aquellas cosas por las que la gente se preocupa.
Por ejemplo, el utilitarismo no aceptaria ninguna violacion de derechos humanos o sociales porque las personas se preocupan mucho por ello ya que le premiten tener una vida mas digna y satisfactoria.
El utilitarismo ha sido una corriente profundamente igualitarista desde su nacimiento a la filosofia politica: sus posiciones antiesclavistas, militancia por la igualdad de genero y el socialismo democratico (en varios casos).
Coincido en todo lo demas, el kirchnerismo y mayormente su militancia juvenil (donde tengo grandes amigos) han caído en un conformismo absurdo. Recuerdo una reunión de cerveza frente a la facultad de filosofía y letras donde una amiga dijo una frase que quedo eternizada "la correlacion de fuerzas te permite justificar todo, MENOS MAL". La discusión venia por el lado del acuerdo con Chevron. Se han convertido muy rapidamente en jovenes-viejos.
Abrazo.
coincido con el comentario anterior. no me gustan para nada las caricaturas que siempre se hacen del utilitarismo.
a mi tampoco me gustan, pero me cuido de decir "cercana" al utilitarismo, por eso mismo
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