G.A. Cohen: Contra el capitalismo
Al Capp, el caricaturista, contó una historia acerca de una criatura llamada shmoo, la cual medía diez pulgadas de altura, algo así como una pera por su forma y de un color blanco cremoso. No tenía brazos, tenía pies pequeños y grandes bigotes bajo su nariz. El shmoo tenía un único deseo: atender las necesidades de los seres humanos, y estaba bien equipado para hacerlo. Su piel podía transformarse en cualquier tipo de tejido, su carne era comestible, sus restos mortales se volvían duros como un ladrillo y podían utilizarse en la construcción, y sus bigotes tenían más usos de los que puedas imaginar. Si mirabas a un shmoo con hambre en tus ojos, este caía muerto embelesado porque tú lo deseabas, y al cocinarlo tenía tu sabor favorito. Como se multiplicaban rápidamente, había suficientes shmoos para todos.
Pero los capitalistas odiaban los shmoos, pues los shmoos proporcionaban todo lo que la gente necesitaba; ya nadie tenía que trabajar para los capitalistas, pues nadie precisaba ganar un salario para comprar las cosas que los capitalistas vendían. Y fue así que, mientras los shmoos se diseminaban por todo Estados Unidos, los capitalistas comenzaron a perder su poder. Entonces tomaron medidas drásticas. Hicieron que el gobierno le dijese al pueblo que el shmoo era anti-estadounidense. Estaba creando un caos, socavando el orden social. El presidente ordenó al FBI reunir a los shmoos y aniquilarlos. Entonces todo volvió a la normalidad. Pero un campesino, llamado Li’l Abner, logró salvar una hembra y un macho shmoo. Los trasladó a un valle lejano, donde esperaba que estuviesen a salvo. “Todavía no estamos listos para los shmoo”, suspiró Li’l Abner. Pero Li’l Abner estaba equivocado. Estaban listos para los shmoo. Eran los capitalistas los que no lo estaban. Los shmoo arruinaron su monopolio sobre los medios de subsistencia.
Algunos capitalistas defienden la posesión de los recursos que necesitamos para sobrevivir diciendo que los obtuvieron a través de su talento y esfuerzo. Pero todo aquello que los capitalistas poseen actualmente, es o estuvo hecho de algo que alguna vez no era propiedad privada de nadie. ¿Con qué derecho lo transformó alguien en propiedad privada?
No interesa el origen incierto, pueden decir los capitalistas. Sea lo que haya sido que inició el capitalismo, el sistema beneficia a la gente, por las siguientes razones. Las empresas capitalistas sobreviven sólo si ganan dinero, y ganan dinero sólo si predominan en la competencia contra otras empresas. Esto significa que tienen que ser eficientes. Si producen de manera incompetente, se desmoronan. Tienen que aprovechar al máximo cada oportunidad de mejorar sus instalaciones y técnicas, de manera que puedan producir abaratando lo suficiente para ganar el dinero necesario para poder continuar. No tienen la intención de satisfacer a la gente, pero no pueden obtener aquello a lo que apuntan –que es el dinero- a menos que puedan satisfacer personas y que sean mejores que las firmas rivales.
Entonces, productividad optimizada significa mayor rendimiento por cada unidad de trabajo, y eso significa que puedes hacer dos cosas distintas cuando la productividad aumenta. Una manera de utilizar la productividad mejorada es reducir la labor e incrementar el tiempo libre, al tiempo que se obtiene el mismo rendimiento anterior. Por otro lado, el rendimiento puede incrementarse si la labor se mantiene constante. Supongamos que el mayor rendimiento es algo bueno. Pero también es cierto que muchas personas no disfrutan aquello que deben hacer para ganarse la vida. Tan es así, que muchas personas no sólo se verían favorecidas por más bienes y servicios sino también por menos horas de trabajo y más largas vacaciones.
Las mejoras en la productividad posibilitan tanto un mayor rendimiento como un menor desgaste, o, por supuesto, una combinación de ambos. Pero el capitalismo se inclina a favor de la primera opción, mayor rendimiento, dado que la otra opción –menor desgaste- amenaza con sacrificar las ganancias relacionadas con un mayor rendimiento y mayores ventas. Cuando la eficiencia en la producción de una empresa mejora, esta no reduce la jornada laboral de sus empleados para producir la misma cantidad que antes. En su lugar, produce más bienes de los que ya venía produciendo, o, si ello no es posible, porque la demanda de lo que vende no aumenta, se deshace de parte de su fuerza laboral y busca una nueva línea de producción en la que invertir el dinero que en consecuencia se ahorra. Eventualmente, se crean nuevas fuentes de trabajo, y el rendimiento continúa incrementándose, aunque en el camino quede mucho desempleo y sufrimiento.
Ahora bien, la consecuencia del incremento en el rendimiento que el capitalismo favorece es el aumento del consumo. Y así obtenemos un interminable asedio de bienes de consumo, simplemente porque las empresas capitalistas están obstinadas en hacer dinero, y no en favorecer al consumo en sí.
No estoy atacando los bienes de consumo. Los bienes de consumo están bien. Pero el problema con el asedio de bienes en una sociedad capitalista es que siempre, la mayoría de nosotros, queremos más bienes de los que podemos obtener, dado que el sistema capitalista opera para asegurar que el deseo de la gente por tener más bienes no se satisfaga nunca.
Se supone que el capitalismo es hábil para satisfacer nuestras necesidades como consumidores. Pero las personas tienen necesidades que van más allá de su necesidad de consumir. Una de esas necesidades es la que tienen hombres y mujeres de desarrollar y ejercitar sus talentos. Cuando los talentos de las personas permanecen inutilizados, las personas no disfrutan el entusiasmo por la vida que viene con el florecimiento de sus facultades.
Ahora bien, las personas son capaces de desarrollarse sólo cuando obtienen una buena educación. Pero, en una sociedad capitalista, la educación se ve amenazada por aquellos que buscan ajustar la educación a las estrechas demandas del mercado laboral. Y algunos de ellos piensan que lo se necesita ahora para restaurar los beneficios de un capitalismo británico agonizante es un montón de mano de obra barata, no calificada, y concluyen que la educación debería apuntar al suministro de esa mano de obra.
El actual canciller de Exchequer, Nigel Lawson, dijo hace un par de años en un discurso que deberíamos pensar ahora en entrenar personas para trabajos que son, en sus propias palabras, “no tan poco técnicos en lo no técnico”. ¿Qué clase de educación es contemplada en esa atolondrada declaración? No es una que nutra los poderes creativos de los jóvenes y desarrolle sus capacidades plenamente. Nigel Lawson cree que es peligroso educar demasiado a los jóvenes, porque entonces producimos gente culta que es inapropiada para los trabajos de baja escala que el mercado les ofrecerá. Un funcionario del Departamento de Educación y Ciencia expresó algo similar recientemente. Dijo: “Estamos comenzando a crear aspiraciones que la sociedad no puede equiparar… Cuando los jóvenes… no pueden encontrar el empleo que coincide con sus habilidades y expectativas, entonces solamente estamos creando frustración con… consecuencias sociales perturbadoras. Tenemos que racionar… oportunidades educativas de manera tal que la sociedad pueda lidiar con el rendimiento de la educación… La gente debe educarse una vez más para saber cuál es su lugar.”
Lo que tenemos aquí es una política de educación deliberadamente restrictiva tal que las escuelas estatales puedan producir vendedores voluntariosos de un bajo grado de poder laboral. Es difícil imaginar un lineamiento menos democrático sobre la educación. Y notemos el hecho de que para preferir una distribución de oportunidades educativas más democrática no hay que creer que todos son exactamente igual de inteligentes: Nigel Lawson no está diciendo que gran parte de las personas son demasiado bobas como para beneficiarse de un alto nivel educativo. Es precisamente porque las personas tienen una buena respuesta hacia la educación que emerge el problema que a él lo preocupa.
Hay mucho talento en casi todos los seres humanos, pero muchas en personas permanece sin desarrollar, dado que no tienen la libertad de hacerlo. A través de la historia sólo una acomodada minoría ha disfrutado de esa libertad suficiente, sobre las espaldas de la desgastada mayoría. Ahora bien, sin embargo, tenemos una formidable tecnología que podría ser utilizada para reducir los empleos no deseados al lugar más insignificante de la vida. Pero el capitalismo no utiliza esa tecnología en forma liberadora. Continúa aprisionando gente en trabajos insatisfactorios, y rehuye a la posibilidad de proveer la educación enriquecedora que la tecnología que ha creado posibilita.
¿Es posible crear una sociedd que vaya más allá del trato desigual que el capitalismo impone? Muchos dirían que la idea de una sociedad así es un sueño iluso. Dirían que siempre ha habido desigualdad de una forma o de otra y que siempre la habrá. Pero yo creo que esa lectura de la historia es demasiado pesimista. En realidad hay mucha menos desigualdad ahora que hace, digamos, 100 años. En aquél entonces, sólo unos pocos radicalizados proponían que todos deberían tener derecho al voto. Otros pensaban que esa era una idea peligrosa, y muchos la consideraban poco realista. Aún así hoy en día tenemos el voto. Somos una democracia política. Pero no somos una democracia económica. No compartimos nuestros recursos materiales, y mucha gente en este país verían eso como una idea poco realista. Sin embargo, pienso que llegará el momento de esa idea. La sociedad no estará siempre dividida entre aquellos que controlan los recursos y aquellos que sólo tienen su fuerza de trabajo para vender. Pero será necesaria mucha reflexión para resolver el diseño de un régimen de economía democrática, y será necesaria mucha lucha, contra privilegios y poder, para llevarlo a cabo. Los obstáculos hacia una democracia económica son considerables. Pero así como ahora nadie defendería la esclavitud, creo que llegará el día en que nadie será capaz de defender una forma de sociedad en la que la minoría saque provecho de la posesión de la mayoría.
Fuente: World Socialist Review, vol. 1, no. 3, Summer 1987, pp. 3-4.
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2 comentarios:
Me parece que el último párrafo del artículo es lo más positivo del texto. Es evidente que gracias a numerosos pensadores que denunciaron/denuncian las injusticias sociales se ha podido avanzar bastante, aunque nunca será suficiente y sería ilusorio pensar en llegar a una armonía social universal. Aunque no hay que bajar la guardia y pensar, como hace Cohen, en que hoy nadie defendería la esclavitud, resulta equivocado, Me parece que la esclavitud existe en gran parte del mundo, aunque por supuesto nadie utilizaría ese término para referirse a esas situaciones. El trabajo en fábricas cerradas, con trabajadores que viven en las mismas, como existe en China y otros países, es una prueba de ello.-
Eduardo.-
Hoy todavía se defiende filosóficamente que tenemos un derecho moral a vendernos como esclavos si la transacción es mutuamente beneficiosa, consentida y no daña a terceros:
“Judith Thomson believes that no rights are intrinsically inalienable. Indeed and, pace Mill, she maintains that one has the right to sell oneself into slavery if one could give valid consent to do so. At the same time, and as a practical matter, she thinks it unlikely that anyone would actually voluntarily and knowingly consent to be enslaved, and so a “person who seems to be selling such a right is likely to be either not doing so freely or not doing so wittingly or both.” Thus, Thomson maintains that it may be best to treat some rights as inalienable on epistemological grounds even if, as a matter of fundamental principle, they are not inalienable.” (Wertheimer 2010:280)
Todo el problema para los bienestaristas éticos es encontrar las condiciones empíricas apropiadas que hagan racional venderse a uno mismo (no hay que ir hasta Malawi para encontrar condiciones empíricas apropiadas).
Abrazo
Nacho
Ref.
Wertheimer, Alan. Rethinking the Ethics of Clinical Research: Widening the Lens. Oxford University Press US, 2010.
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