14 abr 2012

Esko Mannikko

Viendo hoy el film sobre Olavi Virta, me acordé de las amorosas, crudas, muy duras fotos del finlandés Esko Mannikko. El recuerdo vino luego de ver al pobre Olavi Virta, sentado sobre su cama, contra una pared turquesa, ya empalidecida, algo descascarada, cruzada apenas por el cable e interruptor de una lámpara. Mannikko también fue experto en tomar imágenes de personas solas, posando delante de las paredes de sus casas venidas a menos. Hombres solos junto a paredes humedecidas y ahuecadas; marineros recién llegados de la pesca, encontrándose frente a la mesa vacía; leñadores en cabañas con maderas ajadas, vulnerables al frío, que los obligaban a dormir  con sus abrigos puestos; y también matrimonios cansados, posando junto a paredes adornadas con absolutamente todos -todos- los pequeños recuerdos coleccionados a lo largo de su vida. El trabajo de Mannikko me impresionó también  por otro dato: el tremendo respeto que mostraban sus fotos hacia las personas fotografiadas (contrastar, por caso, con el argentino Marcos López, talentoso sí, pero que siempre parece estar burlándose de sus fotografiados). Mannikko llegaba a un pueblo y se instalaba a vivir allí por semanas, hasta conocer a los pobladores, trabar amistad con ellos, ser uno más entre tantos.




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Che ningún comentario del 4-1 !!! Chau Coco y Chau Teo..

rg dijo...

lo cantè desde el primer minuto. fuera coco y no vuelvas nunca mas. pero me quedo con esko

Anónimo dijo...

Un buen día Kevin Carter, junto con un grupo de fotógrafos decidieron dedicar su vida a transmitir, mediante el poder de las mismas imágnes, postales del horror de la guerra, el hambre y la miseria en carne propia,con el fin de despertar conciencia de sus pares, dándole un nuevo significado a un oficio tan presuntamente fútil como lo podría ser un fotógrafo, un testigo mudo de la realidad. Su fotografía más famosa le otorgó el premio Pulitzer, dio vueltas alrededor del mundo, cubrienso su nombre de un reconocimiento que él comenzó a odiar hasta el límite de lo intolerable, una foto que puede considerarse la suma de lo inhumano: en primer plano un niño sudanés está doblado sobre la tierra, casi moribundo, a causa del hambre. Unos metros más allá, un buitre observa con serena impaciencia el desenlace del drama para iniciar el banquete. La culpa y la verguenza aumentaba en proporción a la celebridad del fotógrafo, a pesar de la aberración de a cual sus ojos eran testigos, no había podido soltar su cámara para socorrer al niño, y este acto de cobardía se había materializado en un premio Pulitzer y en la portada del Times. Unos meses después de obtener el premio abrumado por la culpa a la edad de 33 años Kevin Carter se suicidó conectando una manguera al caño de tubo de escape y aspirando los gases tóxicos. Días antes del terrible suceso había declarado con respecto a la foto del premio: "será la foto más importante de mi carrera, pero no quiero ni verla. La odio. La tragedia y la violencia son imágenes poderosas; por eso se pagan así. Pero algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el gatillo".
De fotografías y fotógrafos...