J.J. Moreso
Catedrático de Filosofía del Derecho y Rector de la
Universitat Pompeu Fabra
Esta mañana en
la ciudad de Londres ha muerto, aquejado de leucemia, Ronald Dworkin a la edad
de 81 años, el más reputado filósofo del derecho de su generación. Su último
libro, dedicado a una articulada defensa de la objetividad y de la unidad del
valor, llevaba como título Justice for
Hedgehogs (Justicia para erizos,
2011), una evocación clara de la división entre pensadores realizada por Isaiah
Berlin, que había sido su amigo, tomado como fundamento un verso del poeta
griego Arquíloco: ‘El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe sólo una, muy
grande’. Berlin defendía la pluralidad de los valores y le gustaba picotear en
todas las tradiciones intelectuales. Dworkin, en cambio, pensaba que los
valores pueden ensamblarse en una unidad que da sentido a nuestras vidas como
agentes morales.
Estudió
filosofía en Harvard y después Derecho en Oxford y en Harvard, como un
estudiante brillante. Fue letrado (clerk)
del conocido y gran juez norteamericano Learned Hand, ejerció de abogado en
Nueva York antes de incorporarse a la Law
School de la Universidad de Yale como profesor. En 1968 sucedió a H.L.A.
Hart en la cátedra de Jurisprudence
de la Universidad de Oxford. Posición que compaginaría con la de profesor en la
New York University por treinta años,
después de la jubilación cambiaría Oxford por el University College en Londres.
Sus primeros
trabajos, recogidos en Taking Rights
Seriously (Los derechos en serio,
1977) significaron una poderosa critica del positivismo jurídico tal como había
sido concebido por Hart. Determinar lo que el derecho requiere en cada
circunstancia no es sólo, según su concepción, una cuestión de cómo los
legisladores y los jueces han decidido regular una esfera de la vida en común
sino también una cuestión de cuál es la mejor teoría político-moral capaz de
dar cuenta de nuestra práctica jurídica, en especial de nuestra práctica
constitucional. El Derecho aspira a ser, en su teoría, la institucionalización
de la moralidad política. Esta concepción fue desarrollada en diversos
trabajos, entre los que pueden destacarse los libros A Matter of Principle (Una
cuestión de principios, 1985), Law’s
Empire (El Imperio del derecho, 1986),
Freedom’s Law (El derecho de la libertad, 1996)
o Justice in Robes (La justicia con toga, 2006).
Por otro lado,
sus contribuciones a la filosofía moral y a la filosofía política lo sitúan
también entre los más destacados filósofos prácticos de nuestro tiempo, por lo
que recibió el premio Holberg el año 2007. Sus reflexiones sobre la vida y la
muerte, sobre el aborto y la eutanasia en Life’s
Dominion (El dominio de la vida,
2003) significaron una contribución imperecedera a estas cuestiones
persistentes. Y su teoría filosófica de la igualdad, sobre la que reposa su
teoría de la justicia, está en permanente diálogo con las teorías de John
Rawls, Robert Nozick, Gerald Cohen o Amartya Sen, ahora recogida en Sovereign Virtue (La virtud soberana, 2000).
Su capacidad
permanente de diálogo fue un raso muy relevante de su personalidad. Era un
polemista brillante y sus artículos en New
York Review of Books lo hacían ampliamente conocido por la intelectualidad
anglosajona. Opinaba sobre las decisiones de la Corte Suprema (de la acción
afirmativa a la eutanasia o a la financiación de las campañas electorales) y
discutía las ideas de otros pensadores desde una posición que podemos denominar
como liberalismo igualitario.
Tuvimos la
fortuna de que en mayo de 2011 aceptara la invitación para participar en un
seminario sobre su libro Justice for
Hedgehogs, que se acababa de publicar entonces, en Barcelona, en la
Facultad de Derecho de la Universitat Pompeu Fabra (en la sala de grados que
lleva el nombre de Albert Calsamiglia, fallecido prematuramente, e introductor
de su pensamiento en España, con la publicación en la editorial Ariel el
año1984 de Los derechos en serio). Durante todo un día, en sesiones de
mañana y tarde, respondió con la brillantez y gentileza acostumbrada a una
decena de comentarios sobre su obra, elaborados por profesores de la
Universidad o de algún u otro modo vinculados a ella. Le gustó que, en la
presentación del seminario, me refiriera a un verso de Pablo Neruda incluido en
la Oda a Federico García Lorca que hoy, aunque oportuno, lamentablemente se
tiñe de tristeza: ‘y van volando al cielo los erizos’.
1 comentario:
Otra perdida importante de este año fue la de Stanley Cohen. No lo olvidemos
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