22 feb 2013

Dworkin 5: Waldron sobre Dworkin


Muy bonito recordatorio de Waldron, sobre Dworkin
http://chronicle.com/blogs/conversation/2013/02/19/remembering-ronald-dworkin/
(traducción de Tomás F.F., de Mar del Plata: mil gracias Tomás!)


Ronald Dworkin, quien murió en Londres el pasado jueves, fue un gigante  de la filosofía política y del derecho. Su muerte es una inmensa perdida para aquellos de nosotros dentro o cerca de esos campos –no solo para quienes estuvieron de acuerdo con su trabajo y quienes fueron inspirados por el, sino también para aquellos que encontraron sus ideas  desafiantes o incluso molestas.

Yo fui alumno de Ronnie desde 1978 hasta 1985 y colega suyo en la Universidad de Nueva York desde 2006, y he estado en ambos campos –inspirado por su teoría, estimulado por su concepción del derecho y la regla del derecho,  pero lo suficientemente desafortunado como para encontrarme en desacuerdo con él en algunas cuestiones sustanciales- persistentemente sobre la práctica del control judicial sobre la actividad legislativa, y, más recientemente, sobre la conveniencia de leyes contra el discurso de odio.

Siempre aprendí mucho de estos desacuerdos. Cuando era un alumno de postgrado en Oxford, solía llevarle papers sobre derecho y propiedad e igualdad, y me sentaba en su despacho del University College, escuchándolo desmembrar mis ideas. En esa época no era verdaderamente un desacuerdo, era aprender –aprender lo que era argumentar seriamente, aprender lo que significaba ser contestado como alguien con quien valía la pena discutir. Todo lo que he escrito lleva la impronta de aquellas rigurosas sesiones.

Dworkin también me enseño que la academia legal no tiene que ser algo solemne y pedante. Aprendí a valorar y retribuir la alegría y el buen humor de mi supervisor. Aprendí a escribir ligeramente bajo presión. Llegué al entendimiento de que era un privilegio que mis trabajos sean desmenuzados y tomados en serio.

Nuestros desacuerdos persistieron, pero los temas sobre los cuales versaban no fueron significativos en comparación con la magnitud del entendimiento que adquirí con la filosofía del derecho de Dworkin. Es difícil rastrear la manera en que uno es persuadido por la posición de otro- ciertamente una posición tan desafiante y multifacética como la teoría del derecho de Dworkin. Al principio fue suficientemente difícil asimilar las complejidades de su argumento, familiarizarse con un nuevo vocabulario –en el que “principios” significaba otra cosa distinta a “reglas” y en el cual “discreción” no era siempre el opuesto a “objetividad”.

H.L.A. Hart nos había dado en El concepto de derecho (1961) una buena visión general sobre los sistemas legales: clara, sutil, y elegante en su refinada separación entre juicio moral y juicio legal. Al principio parecía que Dworkin sólo estaba criticando algunas de las tesis de Hart –rechazaba la idea que cada sistema legal tuviera una regla maestra para reconocer qué normas eran normas legales y cuáles no; estaba en total desacuerdo con la tesis central del positivismo legal –todavía la visión dominante en filosofía del derecho- de que los argumentos legales no necesariamente involucran un juicio moral o argumentación moral; y mantuvo que existían respuestas correctas para los casos difíciles incluso cuando los jueces no estaban seguros de cómo encontrarlas. (En la visión de Hart, los jueces simplemente abandonaban la búsqueda y creaban nuevo derecho para los casos difíciles). Así que uno aprendió a sumergirse en estas disputas y tomar partido, discutiendo sobre ellas con amigos y colegas.

Pero gradualmente hubo también una sensación de que Dworkin estaba agregando un poco de color viviente al austero blanco y negro del positivismo legal y quizás incluso empezando a cambiar todo el juego de la teoría del derecho. En un homenaje que rendí en NYU en el año 2006, dije que Hart había aportado claras rutas, definido algunas grandes líneas y estructuras para pensar acerca del derecho y de los sistemas legales. Fue Dworkin quien trajo el paisaje a la vida, insistiendo en que los austeros caminos de Hart debían ser evaluados contra la práctica real de abogados y jueces.

Eso nos dio una teoría del derecho viva y, una vez que la tuvimos, pudimos ver cómo tomar seriamente formas de razonamiento legal que –para el desconcierto y confusión de positivistas, pragmáticos, y todo tipo de escépticos- tienen a abogados y jueces escarbando en los libros de derecho una y otra vez en búsqueda de respuestas legales a casos difíciles, en vez de admitir la derrota sólo porque no pueden encontrar un caso o texto que de exactamente en el clavo.

Y, repentinamente, uno se encontró en un paisaje completamente distinto. El derecho –la práctica del derecho y de la argumentación legal- era una cuestión de reflexión, no solamente de la aplicación predecible de normas y la arbitraria sustitución por otra cosa en lugar de normas legales cuando dichas normas fallaban en proveer una determinada respuesta. La regla del derecho –o legalidad, como Dworkin la llamaba- estaba basada en la enfocada aplicación de inteligencia moral ante problemas difíciles, y rendía crédito  a la capacidad de los ciudadanos y sus representantes legales para argumentar su punto a partir del entendimiento del papel de las normas legales –y del sistema legal en su totalidad- respecto de su posición.

La separación positivista de derecho y moral fue dejada largo atrás. El razonamiento legal era una forma de razonamiento moral. Ciertamente, una forma complicada de razonamiento moral. Aparejaba juicios acerca de la importancia moral que tiene la coherencia con leyes y decisiones pasadas con los que el razonamiento moral ordinario no se ocupa. Pero sin embargo era razonamiento moral –ese fue el crudo y sorprendente carácter de la contribución de Dworkin.

Estas proposiciones son lo suficientemente fácil de referenciar en el impreciso lenguaje de una memoria. Ronald Dworkin, en efecto, las descifró, y argumentó a favor de ellas de manera clara y elaborada. Muchos de sus oponentes continúan considerando a su pensamiento como si fuera tan solo una crítica de Hart. Pero algunos de nosotros lo hemos visto como algo nuevo en la teoría del derecho, y sabemos que hay importante trabajo para realizar en su despertar. Ésa es la manera en que espero honrar la memoria de Dworkin –avanzando su teoría en formas que puedan hacer justicia a la anchura y generosidad de su visión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que loco. Dworkin descubrió lo que Aristóteles y Sto. Tomás sabían hace siglos. Diego R.

Anónimo dijo...

Se fue un hombre de principios.