Del amigo César Rodríguez, acá
Dentro del país, el presidente Santos se muestra comprometido con
los derechos de las víctimas y las instituciones que las protegen. Pero
su política exterior va en la dirección contraria. Lejos de las cámaras,
en reuniones a puerta cerrada, la canciller Holguín y otros
funcionarios se han vuelto aliados del esfuerzo de Rafael Correa, Hugo
Chávez y Daniel Ortega por recortar los poderes de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos y, con ello, los de la Corte y el
Sistema Interamericano en general. Con el apoyo de Colombia, los
caudillos están persiguiendo el sueño que tuviera Fujimori en los
noventa: acabar con los únicos organismos que han podido incomodar a los
gobiernos autoritarios y ofrecer un último recurso efectivo a las
víctimas de violaciones de derechos humanos.
Para ello, los países
contrarios a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
habían propuesto recortarle poderes esenciales. Entre las reformas está
acabar con la autonomía y la financiación de la Relatoría de Libertad de
Expresión, que ha documentado y denunciado la persecución contra los
medios en Ecuador, Venezuela y otros países. Se propone también impedir
que la CIDH resalte en sus informes a países con situaciones graves de
derechos humanos, como Colombia, o que expida medidas urgentes para
proteger a personas en riesgo inminente (medidas que tampoco parecen
gustarle a la canciller Holguín, aunque hayan salvado a cientos de
víctimas como los líderes desplazados que el presidente Santos celebra
ante las cámaras).
Hasta ahora las propuestas eran meras
sugerencias a la CIDH. Pero todo cambió la semana pasada en Bolivia. En
una cumbre a la que suelen asistir sólo cancilleres, el presidente
Correa llegó con todo para “poner en su sitio” a la “burocracia
internacional”, como dijo en la víspera. Y lo logró: gracias al apoyo,
entre otros, del gobierno colombiano, la asamblea de la OEA concluyó con
una resolución para concretar las reformas a la CIDH en un plazo de
seis meses. Por primera vez desde su creación, en 1959, la CIDH sería
reformada sin el consentimiento de sus miembros, como lo dijo The
Economist.
La contradicción del Gobierno colombiano raya en el
absurdo si se tiene en cuenta que acaba de hacer campaña exitosa para
elegir a Humberto Sierra como juez de la Corte Interamericana. Dado que
también son colombianos un miembro de la Comisión y la titular de la
Relatoría de Libertad de Expresión, que es el blanco principal de Correa
y sus aliados, somos el país que tiene la presencia más nutrida en los
órganos del Sistema Interamericano.
¿A quién le cabe en la cabeza
debilitar un sistema en el cual ha peleado para tener mayor
participación? ¿Cómo se entiende que el mismo Gobierno, que reivindica a
las víctimas y reconoce la responsabilidad del Estado en violaciones de
derechos humanos, quiera dejar sin piso a los órganos internacionales
cuyas sentencias y recomendaciones son la base jurídica de esas
políticas?
Quizá sea un asunto de coordinación: que las
problemáticas posiciones sobre el Sistema Interamericano de funcionarios
como la canciller Holguín o el defensor del Estado, Fernando Carrillo,
estén saliéndose del libreto presidencial. O puede que todo sea parte de
una estrategia deliberada, aunque dudo que el presidente-periodista
quiera pasar a la historia como artífice del entierro de la Relatoría de
Libertad de Expresión y de la CIDH en general.
Quedan seis meses
para saberlo. También para que los medios, la academia, la sociedad
civil y los sectores independientes en el Congreso hagan el control
social y político de la agenda internacional de derechos humanos. Y para
tratar de salvar el Sistema Interamericano.
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1 comentario:
Bolivia y Brasil también apoyan modificaciones al SIDH. Ojalá Argentina también se sume.
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