12 nov 2011

MdP














Se fue la semana y no comenté nada de mi breve pasaje por MdP y el festival de cine (que incluyó sfogliatellas en la fonte d’oro; cena con quintín-flavia que ya es un clásico; un poco de buen vino y cantidad de buen café de parado). No llegué a ver Estela (Verdades Verdaderas), sobre la Abuela de la Plaza Estela Carlotto, guionada por mi hermana y don J.Maestro, pero confío en que el producto final se alejó, afortunadamente, de lo que algunos quisieron –y muchos temimos- que fuera. Qué bueno eso, felicitaciones en ese caso (también a N. Gil Lavedra, el director).

Ví en cambio La Toma, peli colombiana sobre la toma y masacre en el palacio de justicia en Bogotá. Aunque como obra artística el film no destaca, como testimonio, y para quien no conocía o no recordaba demasiado sobre el tema (tema colombianamente descomunal), vale la pena.

Ví también Hors Satan, de Bruno Dumont, que ya me colmó el vaso: ok Bruno, tenés talento, ok, mirás un territorio y unos personajes que otros en tu país no miran. El problema es que a los dos minutos que salgo de una película de Dumont ya no me acuerdo de nada: para qué había ido a esa sala toda oscura?

Yendo a lo importante: This is not a film, del iraní Panahi, pasa a la historia no por su contenido (en este caso, una película auto-centrada y sin pinceladas de talento), sino por la heroica desesperación de su director, angustiado y ansioso de seguir filmando contra todo, que en su caso es mucho y gravísimo.

De lo mejor que ví (y no fue mucho), Las acacias, de P. Giorgelli, que me hacía acordar al Trapero de Mundo Grúa: personajes desclasados y un cariño que se va filtrando entre las grietas, hasta que al final la tierra seca se humedece de afecto. Bien esta vez, aunque no me animaría a decir cómo sigue la cosa.

Lo mejor: El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo (graduada de la notable escuela de cine de la Pompeu Fabra). Acá me detengo un poquito porque hay algo muy importante. Tatiana, salvadoreña-mexicana, filma en su país de origen, en el pueblito en el que naciera su abuela (Cinquera). Se trata de un pueblo, el lugar más pequeño, que en algún momento de la guerra salvadoreña fuera desmantelado -y parte de sus habitantes masacrados- por estar lleno de “subversivos.” El hecho es que luego de años, los antiguos pobladores sobrevivientes vuelven al pueblo, y comienzan a reconstruir lo que antes había: a partir de las piedras ruinosas que quedan en pie, a partir de los retazos de un tejido social deshecho. Tatiana –y me pongo de pie al decirlo- da una clase magistral, emocionante, talentosa, vital, entrañable, comprometida, de cómo acercarse a esos heroicos y a la vez modestísimos, invisibles pobladores: los protagonistas son ellos, y Tatiana (que no aparece en imagen, ni pregunta, ni pone su voz en off, ni explica, ni da lecciones cancheras desde la imagen) los escucha atenta. Y hay tanto tanto tanto que los pobladores dicen y tienen ganas de decir. Hay tanta increíble poesía, tanta asombrosa riqueza en los relatos de quienes van hablando, que uno se acomoda en su asiento y pide a los gritos, por dentro, por caridad, dénme la oportunidad de seguir escuchándolos: hablen más por favor! Todos menos uno de los que hablan son iletrados, todos han sido, de distintos modos, golpeados y violentados. Y ahí están, llenando la pantalla de dolorosas flores. Pero qué ejemplo que nos das, Tatiana! Pero qué lección! La mayoría de los documentalistas que conozco (aún, muchas veces, mi admirado Coutinho), se colocan ellos como protagonistas y desplazan a los empujones a los entrevistados, a los que usan como material de insumo (usan y enseguida tiran), a quienes más que preguntarles algo, explotan: quieren sacarles todo el jugo en cinco minutos: “tenés cinco minutos para contarme tu drama, apuráte y no me hagas perder el tiempo” –les dicen a sus entrevistados. Y cualquiera, en esas condiciones, muerto de miedo, lo que hace es repetir el sentido común, volver a lo ya dicho, tratar de ir a lo seguro –es decir, uno va a lo insoportable y falso, a lo que es completamente ajeno a uno- temiendo hacer papelones. Así, al final, cualquiera queda como bobo por el terror de aparecer como bobo frente al genial-cineasta-explotador. Tatiana, en cambio, va al lugar de los hechos y se instala allí durante meses para adentrarse en el tema, para conocer a los entrevistados, identificada con ellos. Y cuando llega el momento de escucharlos (es-cu-char-los), no pone stop, no pone el reloj a correr. Así, cualquiera de los que, puestos contra la pared, forzados a decir su vida y su drama mortal en cinco minutos, hubiera dicho una bobada, termina sacando fuera la belleza extraordinaria que cualquier alma tiene: los entrevistados hablan y hablan y va saliendo poesía, hablan y hablan y va destilando su hermosura la vida. Habla y habla la vieja señora, y recién allá lejos sabemos que le mataron a la hija y que quiso tantas veces matarse. Pero antes y después está la vida, y las bromas y el cigarrillo, y el mirar las plantas enamorada. Y habla y habla el sabio del pueblo, conocimiento amable en estado puro, bueno. El viejo que cuando todos iban al campo se quedaba a leer el único libro que tenía a mano: el Larrouse ilustrado, aprendiendo palabras que no sabía. Qué bueno Tatiana, qué lección que das!! Gracias por dejar, a nosotros también, escucharlos! Qué tesoros que hay en cada uno, cuando a uno lo dejan!

La mala suerte quiso que viera la peli de Tatiana pegada a dos bohemian paparruchadas. Una francesa, de Philippe Garrel, con quien rompimos relaciones definitivamente (ya retiramos al delegado y cerramos la embajada); y otra argentina, Graba, de Sergio Mazza. Así que el contraste fue aplastante: simplemente, lo verdadero contra lo falso; lo sentido frente a lo vacuo; el corazón (uy, Tatiana quebrando en llanto mientras presentaba la película), frente a la superficialidad creída del resto. Philippe está enamorado de su hijo, al que ya no soporto (con él también rompimos relaciones, pero hace rato), y se la pasa mostrando a jóvenes franceses super cool hablando tonterías y viviendo vite sprecate. Lo de Mazza es más serio: “somos artistas y nos filmamos, y como todo lo que hacemos se convierte en arte, nos largamos a filmar (sin saber a dónde vamos) y mientras vamos improvisando vamos ganando metros de arte”. Maestro: arte es otra cosa. Por suerte en la peli está Belén Blanco, así que de todos modos la vemos.

7 comentarios:

natalia sobrevilla dijo...

tengo muchas ganas de la peli de Tatiana, me la perdi en Lima y por aqui no ha llegado, esperemos llege pronto. Odie 'las acacias', me parecio tan lenta y pretenciosa, pero en general ha sido muy bien recibida, aqui en Londres gano premio. La que me gusto (pero tampoco tanto) fue la de las puertas y ventanas. Otra que esta muy buena es la peruana 'las malas intenciones' retrata el mundo en que creci a cabalidad, quizas por eso me gusto, pero sin duda en esta temporada la que mas me ha impactado es 'el estudiante' que tal estudio de la politica y la ambicion.
buenisima

rg dijo...

en serio lo de las acacias, mira vos. no me parecio nada pretenciosa, que raro

Anónimo dijo...

Roberto; que te pareció the tree of life de Malick ?

Guido Lichtman dijo...

RG, aún no vi la película sobre Estela de Carlotto, pero sería una buena idea organizar una mesa de debate de los familiares de los involucrados vinculados a la política (Ricardo Gil Lavedra, Remo Carlotto y vos)para hablar de la peli y de la política. Sería muy entretenido

Anónimo dijo...

Hoy ví que proyectaban en Córdoba "El lugar más pequeño" y me acordé de este post, y de cuánto te había gustado. Como la transitiva siempre me funciona con vos, fui sin dudar. Me pareció bellísima y muy conmovedora (la gente del Cineclub todavía me está persiguiendo para reclamarme por los daños causados a la alfombra de tanto llanto) y escribo aquí, donde corresponde, mi agradecimiento a vos por compartir cosas como ésta, que nunca defraudan. Un abrazo.

rg dijo...

que alegria¡¡¡

Anónimo dijo...

:)