19 abr 2014

Linchamientos y un ejercicio de empatía

Publicado en La Nación, acá, en respuesta a algunas notas aparecidas en ese diario sobre el tema de los linchamientos.



En los últimos día se publicaron muchas notas en relación con los recientes casos de “justicia por mano propia” y linchamientos. Una de ellas planteaba “el dilema de los vecinos asustados”, a partir del cual se nos invitaba a responder a la situación siguiente: si un grupo de “nuestros vecinos, al sentirse amenazado”, participase de un linchamiento, ¿qué haríamos nosotros? ¿Participaríamos también? Se nos sugería entonces: “Si contestáramos que no, ¿no nos estaríamos engañando?”

El ejercicio al que se nos convocaba tenía una virtud muy importante: proponernos un esfuerzo de empatía frente a una situación trágica, que incluye opciones morales que en circunstancias normales repudiaríamos. La virtud de la propuesta es la siguiente: nos ayuda a ver que personas que cometen un acto que en otro contexto calificaríamos de “monstruoso” pueden no ser monstruosas ellas mismas. Más bien, se nos sugiere, esas personas pueden parecerse mucho a nosotros mismos. No nos apuremos, entonces, a condenarlas sin más, sin pensar en el contexto, en la situación que han vivido, en lo que han sufrido, en las tensiones a las que se han visto sujetas. No nos apresuremos, tampoco, a calificarlas con términos condenatorios grandilocuentes: somos, tal vez, demasiado parecidos a ellas. No exijamos, sin más, “que se pudran en la cárcel”, como tantas veces se dice.

Ahora bien, ese mismo ejercicio de empatía que se nos proponía en relación con “los linchadores” –nuestros “vecinos asustados”- ¿no debería extenderse hacia todos aquellos que por distintas circunstancias cometen un delito? Pensemos, por caso, en la situación de la persona linchada, aquella que supuestamente había cometido una falta previa, gravísima o no. Frente a muchos de estos casos (ya que el crimen, como vemos, recorre todas las clases sociales), se nos podía haber presentado “el dilema de los pobres que atraviesan situaciones desesperadas”. Podría corresponder entonces la pregunta: “¿saldríamos a robar nosotros también, en una situación de desesperación, o frente al cuadro de nuestros hijos hambrientos? Si contestáramos que no, ¿no nos estaríamos engañando?” Recién ahora, con esta pintura más completa, el ejercicio de empatía propuesto podría ganar su verdadero sentido.

Cada uno sabrá qué aprende de este cuadro completo, qué cambia de sí mismo (en el mejor de los casos) una vez hecho el esfuerzo de ponerse en el lugar de víctimas y victimarios (cada uno sabrá, también, a quién llama cómo). En mi opinión, lo primero que debemos dejar en claro es que “entender” la motivación de las faltas cometidas por el otro, no es lo mismo que “justificar” el mal causado. Entender al otro es obviamente muy importante, entre otras cosas porque nos ayuda a reconocer que, frente a situaciones extremas, uno también podría haber optado por respuestas que habitualmente condenamos, desde el podio moral en el que solemos situarnos. Sin embargo, explicar o entender mejor no es lo mismo que justificar: acciones como las de golpear en patota, robar o matar no se justifican en casi ningún caso, y merecen ser reprochadas siempre por el Estado.

De todos modos, aparece aquí una segunda precisión importante: contra lo que solemos pensar, no hay una sola forma posible del reproche. Reprochar no es lo mismo que castigar, y castigar no es lo mismo que encerrar a alguien. Lamentablemente, estamos demasiado acostumbrados, también, a pensar en esos términos: la inercia y la falta de reflexión nos llevan allí. Así, solemos asimilar a nuestros reclamos de “justicia” con reclamos por “cárcel,” para terminar pensando que se logra “más justicia” cuando aseguramos” “más años de cárcel” para un condenado (la condena perpetua sería entonces la justicia realizada: una locura). Pero ésta no es la idea. Mi sugerencia es que, frente a crímenes atroces (provocados ya sea por el linchador o por el linchado, sujetos a quienes comparo pero no equiparo moralmente) no permitamos nunca la impunidad (impunidad es lo contrario de justicia). La idea es que reclamemos una respuesta condenatoria fuerte, desde el Estado (y desde nosotros mismos) sabiendo que el Estado tiene muchas formas posibles de reprochar inconductas, y no una sola, y no necesariamente la peor de todas. Hay un debate que alguna vez deberemos dar, acerca de la diversidad de las formas posibles que puede asumir el reproche estatal. La presencia de estos casos trágicos, que incluyen tal vez a vecinos y conocidos nuestros (a quienes no consideramos asesinos, y que de repente vemos involucrados en acciones de violencia inesperada, extrema), puede ayudarnos a pensar en la tosquedad e impertinencia de la única respuesta que venimos reservando para quien comete una falta grave: la privación de la libertad. Por lo demás, estos casos trágicos (que tal vez culminan con nuestros “vecinos asustados” en la cárcel), pueden ayudarnos a enfrentar una verdad que conocemos pero que cotidianamente escondemos bajo la alfombra de nuestro sentido moral imperturbado: hace cientos de años que en nuestras cárceles se tortura y se veja, cada día, cada hora, a cada momento, y ése es un destino que no merece nadie; una afrenta imperdonable frente a cualquier sentido ético o religioso que preservemos íntimamente, dentro nuestro. No podemos seguir conviviendo con ello, ciegos frente a lo que allí ocurre, o mirando tales situaciones con un solo ojo, como solemos hacerlo.

Lamentablemente, sin embargo, la discusión pública sobre estas cuestiones se encuentra en estos días contaminada de la peor manera: hay jueces que confunden el respeto irrestricto por las garantías de todos, con la impunidad que promueven tranquilamente, desde sus cargos; hay jueces que revolean años de condena con una irresponsabilidad y falta de empatía simplemente inhumanas; hay un gobierno que no entiende la irritación social que causa la obscena impunidad que se garantiza a sí mismo, frente a la corrupción estructural que ha montado; hay opositores que juegan el juego del populismo penal, sin medir las consecuencias sociales trágicas del discurso violentista que promueven; hay medios privados que, respondiendo sólo a la lógica del dinero, lucran livianamente con el dolor irreparable de víctimas que han quedado con el alma desgarrada, para siempre; hay medios oficiales y para-oficiales que no entienden el daño que nos causan y se causan, con la mentira y el ocultamiento que practican a diario. Y sin embargo, por ello y a pesar de ello, necesitamos seguir pensando, necesitamos insistir en el valor de seguir discutiendo.

16 comentarios:

m a r t h a c. c. dijo...

Estimado Robero. Su postura me recuerda a aquella señora que vivía en una villa miseria y quería tener un “juego de living” pero no tenía un salón de estar para ese fin, pero era tan grande su ilusión que se lo compró igual y amontonó los sillones en un rincón de su casa y un día, una vela con la que se alumbraba incendió mesa cortinas, muebles con sillones y todo y todo el rancho donde vivía. Y se quedó sin rancho sin “living” sin sillones y sin nada. Es una historia real.
Veo a nuestra intelectualidad leguleya realmente fascinada por esas teorías tan modernas de abolición de la cárcel. Y la compran a como dé lugar. Sin tener espacio para poder aplicarla. Sueñan algún día con poder arreglar un espacio donde viven para poder lucir la nueva teoría tan moderna y tan vistosa en algún rinconcito al menos, a como dé lugar… ¿Porqué no nosotros? Aquí también se puede! Ya nos haremos lugar.
Yo digo que no hay espacio para aplicarla en un sentido muy claro: nuestros niveles de violencia como sociedad son demasiado elevados. Los de ellos, de los nórdicos y europeos también, sólo que ellos se han cuidado de dejarla fronteras afuera y no se les cae la cara de vergüenza cuando tienen que invadir aplastar o expulsar a cualquier país o ciudadano de otro país que vaya contra sus intereses.
Nuestro rancho-país tiene cárceles donde se tortura y se ofende la dignidad humana, bien dice usted. Nuestro rancho-país tiene condenas a cadena perpetua a menores. Tiene un sistema implacable que mete en el mismo lugar al asesino con el chico que robó y no lo hizo de modo violento. Nuestro rancho-país tiene impunidad para los corruptos y una cárcel durísima y brutal y criminalizante para los descuidistas y ladrones de tablets.
No me pida por favor empatía con un criminal . No se la voy a dar. No voy a participar en este ejercicio mental. Cuando quiera hablamos de tortura en las cárceles de sus condiciones inhumanas de su funcionamiento como mecanismo de exclusión social. Allí sí le presto toda mi colaboración y atención.
Sí le adelanto que no tengo ningún problema en meter a un criminal violento a la cárcel y privarlo de su libertad. En un lugar digno como corresponde a su condición humana. Eso es otro debate. Pero debatir eso en éstas condiciones de nuestras cárceles infames de nuestra persecución a la minoridad marginada me parece que está tan a destiempo.
Muchos saludos

julieta eme dijo...

hay un solo comentario hasta ahora, en el diario. pero obvio que en la nación no te iban a entender... de todos modos, en algún punto, comparto tu intento por hacer que te entiendan y publicar justamente ahí.

julieta eme dijo...

yo creo que, en el fondo, el abolicionismo es muy cristiano. es el amor al prójimo. y para amar al prójimo no tenés que esperar nada. no hace falta esperar nada. y el prójimo son todos. es el ladrón que roba para darle de comer a los hijos y es el asesino que cometió un crimen aberrante.

Anónimo dijo...

Los medios de comunicación globalizan y mundializan la política nacional. Todavía encuentran consistencia en viejas fórmulas que la comparan con la guerra entre Estados (¿cuál fue la última guerra precedida de una declaración entre naciones?) o con el nefasto destino latinoamericano de tener gobiernos corruptos. ¿Qué es un gobierno para nuestros problemas cotidianos sino un problema cotidiano más? Al menos los vecinos pueden individualizar a sus gobiernos: no hay estado, ¿dónde está la presidenta?... les falta el concepto pero tienen un micrófono cerca. La Economía todavía sigue saliendo indemne y señora de esta: ¡la única institución del mundo que sigue en pie en nuestras regiones! Inflación.

"¿Y la inseguridad?" Inflación, inflación. "¿Y la inseguridad?" Inflación, inflación, inflación. "¿Y la..." inflación, inflación, inflación, inflación, inflación, inflación, inflación. "Hay inflación porque se maneja mal la economía. Y hay inseguridad porque se piensa demasiado blanda, garantista y bien el derecho."

Si la economía se manejara bien y el derecho mal, estaríamos perfectos.

Mariano T. dijo...

Es imposible tener empatía para el que te pone un 38 en la cabeza para lo que sea, o al que tortura jubilados hasta la muerte, o al que viola una chica y la deja traumada de por vida (o directamente la asesina).
El cuentito de lo nenes que tienen hambre y el pápá sale a robar no es consistente con la realidad. La abrumadora mayoría de los asaltantes lo hace para gastarse la guita en ellos mismos. Y es mucho más rentable ser asaltante que ser albañil, y se trabaja infinitamente menos.

rg dijo...

mariano, lo mismo pasa con los linchamientos, es imposible tener empatia con 10 tipos pateándole la cara a alguien hasta dejarlo muerto. es decir, si querés que el ejercicio valga, tomalo en los dos casos: el artículo que yo criticaba se apoya en los "vecinos asustados" que corren al delincuente y recuperan lo robado. es la versión posible pero moderada del linchamiento, porque sabe que la extrema no la toma nadie. yo propongo el otro ejercicio: no con el que picanea al jubilado, sino con el tipo que robó el reloj y al que detiene g.romano ponele (uno de los casos más salientes de linchamientos)

Mariano T. dijo...

Tampoco tengo empatía con un linchador, es un caso de salvajismo no justificable. Lo único que se me ocurre es la transferencia simbólica de la bronca del tipo que una vez lo asaltó (con el componente de miedo y humillación que eso lleva), hacia el chorro recién apresado. Pero es poco racional.
Es diferente el caso del asaltado que le patea la cabeza a SU chorro después que la policía lo esposa.

julieta eme dijo...

RG, viste el documental 13 puertas? se dio en el bafici, si no me equivoco.

Juan Perón dijo...

RG cuales serían las otras maneras aplicables de "reproches del estado" , que no sea la cárcel, para que no haya impunidad?
Saludos

Anónimo dijo...

Alguien generoso y paciente debería responderle algo a julieta eme!!!!!

rg dijo...

no julieta, estoy lejos y he extraniado muchisimo al bafici, asi que no me lo recuerdes¡

Anónimo dijo...

Roberto, va a haber seminario en 2014?

Anónimo dijo...

En las cárceles de Argentina y en la mayoría de los países de la región se maltrata a los prisioneros y en muchos casos se los somete a tratamientos vejatorios diversos, incluso la tortura en sus diferentes modos. Este es un dato de la realidad y del mismo se cuelgan muchos juristas para entender la pena de prisión como una afrenta aun más grave que el crimen. En consecuencia, se universaliza una tipologia criminal por la cual la pena de prisión no se justifica ni siquiera para los delitos más horrendos. Desde este planteo, lo jurídico y lo moral parecen entrar en colisión inexorablemente, quedando eliminado el primero ante el falso ideal postulado por el segundo. Sin embargo, un análisis menos dogmático y más profundo permitiría descubrir que tal colisión es inexistente y que el falso planteo Derecho/Moral en realidad está subrogando al planteo Derecho/Política. Que las cárceles deben ser dignas y los prisioneros no deben ser maltratados ni torturados, quién puede hoy contestarlo. Es obvio que el Estado debe garantizarlo, chocolate por la noticia! El hecho que las cárceles sigan siendo (pese a ese deber constitucional en contrario) lugares de vejación no puede ser un fundamento suficiente para justificar la impunidad (no aplicación de la pena, en su caso la pena de prisión)sino para reclamar con energía la responsabilidad pública para que el Estado garantice que las cárceles sean lo que la Constitución manda que sean y los agentes públicos hagan lo que deben hacer para que así sea. De lo contrario, en lugar de debatir las condiciones de las cárceles y las responsabilidades públicas implicadas se debaten teorías travestidas de moral como la abolición de las penas de prisión, lo cual es una trampa epistemológica mediante la cual se oculta la impunidad (la falta de castigo legítimo al crimen): es un travestimento intelectual que se autosatisface con el conocimiento puro o la construcción de una teoría básica, ensimismada en el logos, sin buscar pasar al conocimiento comprometido con la praxis (no para eludir el problema, estampillándolo con destinación hacia la moral subjetiva u otros destinos utópicos agraciados por milagros superadores de los conflictos), para afrontar el problema real con una respuesta interesada e inmediata. Dicho de otra forma, algunos teóricos del derecho se quedan empantanados en las formulaciones abstractas de los tipos ideales y de esa manera dejan de abordar los problemas reales y rechazan reconocerlos desde los tipos empíricos, que son los que ponen a los problemas frente a frente con las necesidades y responsabilidades del aquí y ahora a fin de superarlos (los problemas) y de exigir la rendición de cuentas (a los responsables). Ese desinterés por actuar sobre el problema y ocultarlo en la teorízación del mismo sin comprometer una acción positiva eficaz es lo que desde décadas esta degradando las condiciones de convivencia entre los argentinos. De esta manera nunca tendremos una pena adecuada, aplicada por un juez adecuado, que ordene castigar los incumplimientos constitucionales de los gobernantes y agentes públicos. En consecuencia, la sociedad y los ciudadanos seguirán entendiendo que no les queda otra que arreglarse como puedan, que es la manera más eficaz para seguir profundizando la desarticulación existente entre la sociedad y el Estado, hasta que un día, ya sin otras alternativas, nuestros apetitos y empatías carnívoras encontrarán satisfacción en las prácticas caníbales de unos y otros. Saluti fratelli!!

Anónimo dijo...

martha cc te olvidaste las comas?

Carlota dijo...

Sobre el tema de las cárceles digo que las autoridades no deben disponer de nuestros impuestos y sobre todo de la libertad de la que nos despojamos para ser gobernados, para conducir a sus empleados a torturar a los presos. (¿Se los indican, se los permiten, se los enseñan?)¿No es ese un crimen de lesa humanidad?
Con respecto al código en cuestión pienso que este es un momento de tan tremenda criminalidad,que la vida ha cambiado brutalmente, y no se sabe qué hacer.¿No sería mejor estudiar este fenómeno para parar la violencia, hacer un registro de los delitos para poder analizar, entender qué pasa y proponer remedios? Carlota

Anónimo dijo...

Me indigné en el 3er párr y dejé de leer. No se puede justficar ni entender a quienes hicieron un linchamiento, porque su conducta es exactamente igual a la de cualquier otro que cometió un delito. Yo fui victima de robo en 3 ocasiones, de un abuso sexual simple y de una violación, y no ando por la vida atacando a ladrones y delincuentes sexuales, porque yo me convertiria en alguien como ellos. Enttonces, que mi vecino lo haga, sin importar lo que haya vivido, pero especialemente que lo haga solo porque le indigna la inseguridad, no lo justifica. Saludos. F.A.I.