http://www.clarin.com/opinion/democracia-pluralismo-America_Latina-resultados_electorales_0_1247275295.html
En los
últimos meses, se sucedieron elecciones presidenciales muy importantes en
América Latina: sus resultados provocaron la euforia de muchos, quienes leyeron
a tales comicios como expresando la ratificación de un modelo. “Cuando el
pueblo habla, cuando las mayorías tienen la posibilidad de expresarse” –nos
dijeron- “entonces, queda en claro cuál es el rumbo que esas mayorías
prefieren, y cuál es el que rechazan.” Este tipo de afirmaciones generan cierta
incomodidad, pero no por el énfasis con que apoyan el derecho del pueblo a
expresarse, sino por la forma en que, de hecho, ayudan a restringir y negar esa
misma voluntad popular. Según diré, el principal problema de nuestras
democracias tiene que ver con el sistemático modo en que el poder (político,
económico) limita y evita la manifestación de la “voluntad deliberada del
pueblo” para arrogarse, en nombre de ese mismo pueblo, la toma de decisiones
que la mayoría rechaza.
Quiero
llegar a tal cuestión, pero antes necesito hacer algunas aclaraciones. En primer
lugar, y en lo personal, me alegro por algunos de los resultados que se alcanzaron
en las recientes elecciones latinoamericanas, y me entristezco por otros, pero
éstas no son –obviamente- las cuestiones que corresponde debatir en este
espacio: más bien, interesa llamar la atención sobre el modo en que nuestros sistemas
institucionales socavan básicas pretensiones democráticas. En segundo lugar, no
apoyaré mis afirmaciones siguientes en “cualquier” idea de democracia. Estaré
pensando, de forma más precisa, en una idea robusta de democracia, fundada en
la inclusión social y en el debate colectivo (al mismo tiempo, nunca afirmaría
que un sistema “deja de ser democrático” o “pasa a ser una dictadura” cuando no
es tan perfecto o lo suficientemente cercano al modelo que yo preferiría).
Las
aclaraciones anteriores ya nos permiten vislumbrar mejor la cuestión principal.
Por ejemplo, cuando nos apoyamos en una idea como la citada -un poco más
exigente sobre el significado de “democracia”- no salimos a decir, con el pecho
henchido, “finalmente habló el pueblo, ganó la democracia,” luego de una
elección presidencial cualquiera. Así, cuando Fernando Collor de Mello, Alberto
Fujimori, Carlos Menem o Álvaro Uribe, ganaron sus respetivas Presidencias, pudo
decirse, con razón, que ellos obtuvieron legítima y democráticamente su puesto.
Pero nada podía justificar en los que festejaban tales victorias que proclamasen
a viva voz, luego del comicio: “esto, y no otra cosa, es lo que el pueblo quería.”
Normalmente, el pueblo demanda y quiere decir muchas otras cosas, pero no se le
permite decir ninguna, o se le permiten decir muy pocas y de muy mal modo (i.e.,
en base de un entendimiento muy restringido de la democracia, se le pide hoy a
la ciudadanía, por caso, que “cree su propio partido político y gane las
elecciones,” cuando se opone de cualquier modo al gobierno de turno). No
resultaría extraño, por lo dicho, comprobar que el mismo pueblo que eligió y reeligió
como Presidente a X (tal vez, por desconfiar de aquellos que se le oponían),
hubiera rechazado, de tener la oportunidad, la corrupción estructural dominante;
o al Ministro tal o cual; o que se vacíe de recursos a los hospitales y las escuelas
públicas; o que se firmen tratados internacionales inmorales; o que el poder mienta
en todas sus expresiones públicas. Sin embargo, no sólo no se permite que el
pueblo se exprese sobre ninguna de tales cuestiones, sino que –lo que es mucho
peor- los gobernantes de turno y sus amanuenses actúan y escriben como si la
respuesta afirmativa a la única pregunta que se le formula al pueblo (a quién
prefiere como Presidente) amnistiara toda falta seria, cerrara todo espacio de crítica
genuina, e implicara el directo respaldo del pueblo a todas las restantes
políticas de gobierno: las pasadas y las por venir. Al complaciente oficialismo
corresponde decirle que, en lugar de hablar en nombre de un pueblo al que no
consulta nunca, y en vez de atribuirle al pueblo respuestas a preguntas que nunca
le formularon, le permitan que hable –de distintas formas y por distintos
medios- y recupere así el protagonismo que hoy le siguen negando. En tal
sentido, no corresponde considerar que los mayores niveles de desigualad o la
inédita pobreza que hoy caracterizan a América Latina resultan una
manifestación de lo que la voluntad democrática regional quiere sino, por el
contrario, una clara, repudiable expresión del modo en que se amordaza y limita
a esa misma voluntad democrática del pueblo.
2 comentarios:
RG, pregunto de buena fe, cuáles son las razones que vos intuís llevaron a las actuales administraciones latinoamericanas a ser reelegidas?
Esteban
es que el punto es: si vos le preguntas a mucha gente, durante el menemismo, si prefiere votar a este presidente siendo que la opcion es que te quedes con una deuda infinita de los planes en dolares en los que te metiste, capaz decis "y bueno, si." pero el problema esta ahi en la preguna, y en que no te pregunten mil otras cosas , y en que no te permitan cuestionar institucinalmente mil otras. finalmente, los "incumbents" ganan a costa de vaciar de contenido a la democracia
Publicar un comentario