Roberto Gargarella
Comienzo este breve escrito en memoria
del Dr. Enrique Petracchi, a través de una anécdota personal que refleja, en mi
opinión, el por qué del respeto intelectual y afecto que el juez supo ganarse dentro
de la comunidad jurídica. Pocos días después de la sentencia de la Corte
Suprema en la causa de la Ley de Medios, escribí algunos trabajos mostrando mis
acuerdos y desacuerdos con la decisión del tribunal. El primer texto que
publiqué sobre el tema circuló exclusivamente en las redes sociales, y en él
comenté por separado los distintos votos de los jueces, para detenerme luego,
con más detalle, sobre la opinión del Dr. Petracchi. Examiné su voto,
especialmente, teniendo en cuenta el nivel de “escrutinio estricto” que él
había escogido para fundar su fallo. En mi opinión, de la elección de dicho
“escrutinio estricto” debía derivar un fallo (parcialmente) diferente del que
finalmente firmara el magistrado. Aunque mi comentario había circulado de modo
azaroso y limitado -como suele ocurrir con los textos expuestos en las redes
sociales- sorpresivamente, y muy poco después de tal publicación, recibí una
carta de tres páginas, en mi cuenta de correo. Se trataba de una comunicación que
provenía del juez Petracchi. En su carta, el juez expresaba –como era habitual
en él- de modo cortés, preciso, y con buenos argumentos, por qué es que había
llegado a la conclusión a la que había llegado, partiendo de las premisas de
las que había partido. La anécdota sintetiza, en mi opinión, lo mejor de
Petracchi: en una situación en la que su salud ya daba muestras de fragilidad,
en medio de innumerables compromisos públicos y obligaciones personales, a él
le interesaba seguir discutiendo, aún frente a una opinión perdida en el
entramado de las redes sociales, y que no había trascendido mayormente. En silencio,
con perfil bajo, se preocupaba por mostrar que la razón apoyaba sus dichos. Y un
detalle más: a él no le interesó en absoluto, en ese intercambio, hacer pública
su opinión (tampoco me pidió, por tanto, que hiciera una aclaración sobre su
postura, o una corrección en relación con la mía). Le entusiasmaba,
simplemente, el desafío de los argumentos de alguien que de buena fe disentía
con él, aunque se tratase de una discusión llamada a mantenerse en el anonimato.
Lo que sugiere la anécdota, sobre su
disposición controversista, resulta, por lo demás, consistente con lo que
expresara Petracchi en ocasión de una extensa entrevista que le hiciéramos (según
entiendo, la última entrevista que concedió), desde la Revista Argentina de
Teoría Jurídica.[1]
Allí, el magistrado sostuvo que era habitual en él, luego de bosquejar una
opinión, dársela a leer a sus colaboradores para reunirlos luego bajo un pedido:
“ahora, disparen sobre el pianista.” Este compromiso franco con la discusión
aparece como el resultado de un
largo proceso de formación que Petracchi comenzara en el Colegio Nacional de
Buenos Aires; que continuara en su calidad de ayudante y discípulo de algunas
de las figuras jurídicas más influyentes de su tiempo (entre ellos,
particularmente, los profesores Ambrosio Gioja y Carlos Cossio); y que
profundizara en sus discusiones con los mejores juristas de su generación (muchos
de ellos agrupados entonces en SADAF, la Sociedad Argentina de Análisis
Filosófico). Más tarde, sería él quien ayudaría formar a una camada importante
de jóvenes juristas, que colaborarían con su trabajo como juez de la Corte (de
modo especial, Enrique Bianchi, pero también Hernán Gullco, Marcelo Ferrante, Irene
Valiente, Mario Magariños, Patricia Ziffer, Eduardo Baistrocchi, Guillermo
Garay, Raúl Lamuraglia, o María Eva Miljiker, entre muchos otros).
Petracchi se autodefinía como un “liberal
inglés”, un “liberal social”, un peronista de una sola línea (“la justicia
social”), y se mostraba orgulloso de la descripción que hacían algunos sobre su
carácter como magistrado: “un juez a la antigua,” “un juez pasado de moda.”
Vivió intensamente sus más de 30 años en la Corte, y se esforzó por dejar en
claro tanto el orgullo que sentía por su trabajo en la (así la llamaba) “Corte
de Alfonsín”; como el pesar con que recordaba a la “Corte de Menem”. Durante la
entrevista que le hiciéramos, el juez describió con una causticidad extrema a
sus colegas más “alineados” con el gobierno menemista pero –piadoso al fin-
pidió luego que omitiéramos tales referencias. Por el contrario, su rostro se
iluminó al hablar del vínculo de republicano respeto que lo unía con el Presidente
Raúl Alfonsín, y sobre todo al hacer referencia a dos de sus colegas en la
Corte, por quien Petracchi mostraba un cariño entrañable: Genaro Carrió y Jorge
Bacqué. Para ellos reservó las palabras más afectuosas.
Lo recordaremos por sus votos, a veces
mayoritarios, y muchas veces -particularmente durante los años de la “Corte de
Menem”- en disidencia. Volveremos a citarlo por su opinión en “Sejean” (el
fallo que abriera el camino a la consagración del divorcio vincular en la
Argentina) –una opinión que inmediatamente escogió como su “favorita”, cuando
le pedimos que seleccionara alguna de entre las que había elaborado. Seguiremos
admirando los muchos fallos “liberales” que él también reivindicaría como distintivos
de la “Corte de Alfonsín”: los relativos a la libertad de prensa (“Ponzetti de
Balbín;” “Campillay;” “Costa”); los protectivos de las garantías individuales
(“Fiorentino,” sobre el allanamiento ilegal del domicilio); o los destinados a
asegurar la igualdad ante la ley (“Arenzón,” sobre la discriminación de una
persona por su escasa estatura).[2]
Lo extrañaremos por su voto en “Bazterrica,” o su disidencia en “Montalvo” (ocasiones
en donde Petracchi defendió una fuerte protección para la moral privada y la
autonomía personal, como nadie lo había hecho hasta entonces, en toda la
historia del máximo tribunal). Volveremos a leer, una y otra vez, su disidencia
en el caso sobre la Comunidad Homosexual Argentina, “CHA” (disidencia escrita
en buena medida en respuesta al muy conservador voto del juez Antonio Boggiano,
y en donde Petracchi sostuviera que cualquier invocación en nombre del “bien
común” debía encontrar su límite en los derechos constitucionales, y no a la
inversa, como sugería Boggiano en su voto). Recuperaremos, asimismo, su opinión
en el caso de la “Ley de Medios” (ley a la que consideró “obsoleta” e inútil
desde su nacimiento, pero en torno a la cual sostuvo, también: “diferente es la
pregunta acerca de si se ajusta o no a la Constitución”).
A la hora de mirar atrás, y revisar los
150 años de historia de la Corte Suprema, nos encontramos con una mezcla de
aciertos, errores, e imperdonables abusos por parte del tribunal principal. Tranquiliza
entonces saber que en nuestras reflexiones sobre esa historia amarga, siempre podremos
reservar un espacio para el afecto y el sentido orgullo. Hablaremos entonces
del legado que nos deja un amigo de lejos, Enrique Petracchi, ese jurista
noble.
[1] La entrevista completa
puede consultarse aquí: http://www.sigloxxieditores.com.ar/pdfs/entrevista_petracchi.pdf
[2] Petracchi se refirió a
estos fallos, por ejemplo, en la otra importante entrevista que concediera, en
este caso a la Revista Lecciones y Ensayos, y que puede encontrarse aquí: http://www.derecho.uba.ar/publicaciones/lye/pub_lye_entrevista_petracchi.php
2 comentarios:
Una ley que es considerada obsoleta e inutil nunca puede superar el test del escrutinio estricto. Esto es así porque no constituye un medio apto para lograr el fin buscado por el legislador. El voto de Petracchi en la ley de medios es auto-contradictorio.
Un hombre justo. En todos los ordenes de la vida, un trabajador incansable de perfil bajo pero haciendo grandes transformaciones. Eternamente agradecido.
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