(publicado hoy en ln, acá)
El mundo atraviesa una larga etapa de debacle
democrática que en nuestro país, como en otros, se agrava a partir de defectos
locales. La crisis a la que me refiero muestra contornos diversos, aunque se ha
tornado más visible a partir de algunas explosiones de hartazgo colectivo, de claros
parecidos de familia con la crisis argentina del 2001: manifestaciones de
“indignados” en Grecia o España; movimientos de protesta como los de “Occupy
Wall Street”; movilizaciones populares como las de Túnez, Egipto, Libia, Siria,
Yemen o Bahréin.
Las protestas de hoy tienen que ver, sin
dudas, con las promesas de ayer. En efecto, las democracias nacieron invocando
la utopía de la decisión y el control completos: todos resolviendo todo, todo
el tiempo. Tales promesas resultarían cruciales para dotar de legitimidad a las
nuevas organizaciones políticas, pero en sustancia mostrarían una vida efímera:
algunos tomarían prontamente el control sobre los asuntos de todos. Por ello es
que el cansancio democrático actual no debe verse como una muestra del fracaso
del sistema representativo, sino de su éxito. El sistema institucional nunca se
propuso asegurar el “gobierno del pueblo por el pueblo”, sino contener sus
peores riesgos: la amenaza que el poder de las mayorías imponía sobre el
desigual orden establecido. Las instituciones representativas se orientaron
entonces a separar, antes que a vincular, a los representantes con el pueblo. De
allí que se optara por un sistema político basado en “controles internos” (de
una rama del poder sobre las otras) más que “externos” (del pueblo sobre los representantes).
De allí, también, que se evitaran o desmontaran casi la totalidad de los
puentes existentes entre gobernantes y gobernados (cabildos locales; mandatos
imperativos; revocatoria de cargos; etc.) y el vínculo entre ambos quedara
reducido al del voto periódico: una sola oportunidad para expresarse, cada
varios años, sobre todos los asuntos. De este modo, la ciudadanía quedaba sometida
al chantaje que hoy vive: el pueblo no puede decir siquiera “esto sí, pero no
aquello.” No hay matices posibles: puede votar sólo por sí o por no, pero se le
exige racionalidad reflexiva y capacidad discriminatoria.
Los problemas de este estado de cosas son
numerosos, y ayudan a explicar los desencantos y hastíos propios del presente. Hacia
el pasado: representantes que, sin la mínima preocupación por los contenidos
del voto, se arrogan un respaldo completo hacia lo ya hecho. Hacia el futuro: representantes
que, sin tomar en cuenta los matices y reservas que conlleva cada voto, asumen
los votos propios como aval completo para lo que gusten imponernos.
En nuestro país, los años de kirchnerismo
han reproducido en buena medida los males democráticos propios de época, que
(es importante insistir sobre ello) lo trascienden como fenómeno político. De
todos modos, hay al menos tres elementos que el kirchnerismo “agregó” a la
generalizada debacle democrática, agravándola.
El primer elemento negativo adicionado
por el kirchnerismo tiene que ver con su sistemática destrucción de los
organismos de “control interno.” En efecto, una mayoría de países “compensan”
la crisis democrática que padecen (alimentada por la falta de controles
populares o “externos”), a partir de la adopción de fuertes sistemas de “control
interno”. Contra ellos, el kirchnerismo ha logrado, de un modo único en
democracia, el desmantelamiento o bloqueo de la totalidad de los órganos de “control
interno” existentes (desde la Inspección General de Justicia a la Fiscalía de
Investigaciones o la Oficina Anticorrupción). A ello ha sumado uno de los datos
más significativos del período, esto es, el monitoreo de la Justicia desde los
servicios de inteligencia del Estado (SI) –un hecho aberrante que la política
dominante ya toma como natural. La “guerra” que hoy se percibe entre ciertos
sectores de la justicia y el gobierno debe verse –al menos en buena medida-
como producto de ese desguazamiento de los “controles internos”, que ha
impedido el diálogo y la mutua ayuda entre los poderes: en la actualidad, cada
sector intuye que está peleando por no morir, y actúa en consecuencia.
En segundo lugar, algunos países
“compensan” el poder discrecional que ha ganado para sí el poder político –que
quita sentido a la democracia- con un poder económico distribuido más
igualitariamente. El kirchnerismo, en cambio, ayudó a concentrar y
extranjerizar la economía y –lo que es más importante- tejió fuertes redes de
negocios con los operadores más poderosos del área (minería, petróleo, gas). De
este modo, la desigualdad política resultó funcional a la desigualdad económica
existente. Otra vez, sin embargo, este proceso de cambio acelerado por el kirchnerismo
no le resultó por completo favorable, por lo que el gobierno, a su pesar, sólo
consiguió ventajosos negocios con una significativa pero no completa sección de
los grupos económicos dominantes. Nuevamente, esta “victoria incompleta” explica
algunas de las tensiones económicas reinantes, y el hecho –paradójico para
algunos- de un kirchnerismo enfrentado a la vez que cómplice del poder
económico concentrado.
En tercer lugar, el kirchnerismo operó
como pocos otros sobre el “aparato ideológico” de la democracia (por ejemplo, a
través de la persecución política y el control económico sobre los medios de
comunicación), llenando la escena pública de voces tiernamente complacientes
hacia el gobierno. De todas formas, por tercera vez, el control oficial de este
terreno no fue completo, lo cual redundó en la actual polarización de la escena
comunicacional: vivimos hoy, entonces, entre angelicales loas y temerarios
ataques contra el gobierno.
En definitiva, la debacle democrática que
es propia de la época aparece agravada en nuestro país, por los modos en que el
kirchnerismo quebrantó tres remedios capaces de moderarla: la presencia de
órganos de control independientes; una economía más igualitaria; y una
comunicación no concentrada ni sometida al dinero.
La descripción anterior, sin embargo,
contrasta notablemente con la pintura que suele presentar el oficialismo sobre
este tiempo: el gobierno no habla de un “ocaso” sino, por el contrario, de un
“reverdecer” democrático que habría tenido lugar con la llegada del
kirchnerismo. Más allá de la exactitud o no de la afirmación (el “renacer” de
la política, en todo caso, parece más vinculado con el estallido del 2001), cabría
responder a la misma de al menos dos maneras. Ante todo, es muy posible que muchos
jóvenes se hayan vuelto a entusiasmar con la política democrática, viendo el
modo en que el (primer) kirchnerismo “combatía” contra sectores de enorme
capacidad extorsiva (una justicia conservadora; grupos económicos dispuestos a
todo en defensa de sus intereses; medios de comunicación orientados sólo a la
ganancia). Sin embargo, el relato anterior merece, al menos, dos correcciones. El
primer problema es que dicho relato niega, oculta o deja de lado el modo en que
aquellos “combates” se orientaron primariamente a la creación de males de signo
opuesto: una justicia adicta; un nuevo polo de poder económico, tan ineficiente
y corrupto como los existentes; y medios de comunicación impúdicamente
alineados con el gobierno. En segundo lugar, y lo que es más importante, ese “renacimiento”
de la política habría quedado otra vez hundido dentro de la lógica definitoria de
este tiempo: proclamación de derechos (“más participación”, “más derechos
sociales”), sin la consecuente transferencia de poder institucional, necesaria
para garantizar la vida y estabilidad de tales derechos. Lo dicho encuentra
expresiones particularmente dolorosas (por caso, la Ley Antiterrorista es ley,
pero no la Asignación Universal). Pero el punto es más amplio: el hecho es que la
movilización política no ha sido acompañada de mayor poder decisorio en manos
del pueblo; ni de mayor control popular sobre los agentes de gobierno; ni de cambios
destinados a atender y respetar la voluntad democrática invocada (i.e.,
consultas obligatorias a las poblaciones locales, frente a la explotación
minera). Hemos perdido tanto democracia política como económica.
4 comentarios:
Muy interesante el artículo pero ésto es de último momento y una gran victoria para las instituciones: http://www.lanacion.com.ar/1758776-la-justicia-suspendio-la-designacion-de-18-fiscales-afines-al-kirchnerismo-que-habia-firmado-alejandra-gils-carbo
La buena foto, ¿es en Río de Janeiro?
Hu! ser armó un mini debate en los comentarios de la Nota en Nación. Encima el diario cerró los posibilidad de seguir.
Triste pero cierto, en las sociedades occidentales cada vez estamos perdiendo más democracia y mal ganando mal gobierno. Desgraciadamente, unas instituciones corruptas y mal gobernadas pueden llevar a una democracia de "palo". Muy interesante el libro ensayo sobre la ceguera de Saramago. Si puedes pegarle un vistazo te lo recomiendo.
Un saludo
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