Estoy en Italia haciendo tiempo entre dos seminarios, así que no me queda otra que aguantar. Italia es demasiado, y me gana por (casi) todos los costados. Llevo apenas unas horas por acá, y ya estoy desbordado. Es que hay más vida en un día italiano que en un año en los Estados Unidos. Para decir lo mismo de otra manera: mientras el anglosajón tira la papa entera sobre el agua hirviendo (y luego se la come semicruda), el italiano con esa misma papa hace gnocchis. Simplemente incomparable. Van breves apuntes de mis primeras horas, porque ya exceden el cuaderno de notas.
Arranco por el sur extremo, en Sicilia. Estoy en una ciudad costera, una plaza atractiva, el día soleado. Un siciliano escéptico, típicamente disconforme, pasa al lado mío mientras comenta, quejoso, mirando a la hermosa fuente: “Je, e la fontana non funziona...” Es la primera frase que escucho en Sicilia, y es lapidaria (además, el tipo dice "e", o sea que ya venía enumerando cosas que funcionan mal).
Prefiero no almorzar, y en cambio me voy a tomar el primero de los incontables cafés que voy a tomar en el día (los italianos no tienen cafetales, pero tienen y hacen el mejor café del mundo). Entro a un bar del que salen 3 jóvenes, que han tomado lo suyo. Los tres se despiden del mozo diciendo lo mismo, con el mismo tono, cada uno un instante apenas después del otro: “Ciao Caetano”. “Ciao Caetano.” “Ciao Caetano.”
Subo al autobús y el chofer empieza a burlarse sutilmente de todos nosotros, desconocidos turistas. Aparece un caucásico con su bonita mujer. El chofer se niega a venderle un ticket y manda al caucásico a comprar el pasaje correspondiente a un par de cuadras de allí. Mientras el caucásico se baja, el chofer enciende el motor y riendo para sus adentros dice, para quienes lo rodean (todos extranjeros que no entienden italiano) “y ahora, nos llevamos a la señora”.
Un cura se despide con caricias y sospechosos besos de dos monaguillos, menores de edad. Uno de los chicos se esconde del otro y le dice al cura, en voz baja, “Signore," le he traído "un piccolo presente.” Glup.
Una rusa, exaltada y de abultado coraje, va parando locales, les da su cámara y les pide que le saquen una foto, mientras ella va posando con los brazos hacia arriba (¿?) contra cualquier piedra del siglo xv con la que se encuentra. Los italianos le siguen el juego, siempre con el facón en la cintura. Al italiano no se lo encuentra distraído en ningún área. Primero hace foul, y luego se tira al piso y hace que la amarilla se la pongan a uno.
Tanto la estación de tren como la de autobús, muy cerca la una de la otra, aparecen muy degradadas. Se ven autobuses que llegan y se van, llenos con rumanos; africanos con televisores desarmados; y formas de sexualidad muy decadentes. Italia en (con) los estratos bajos es crudelísima.
Esas caras, esas caras, esas caras. Les sacaría fotos todo el día. Sería lo único que haría en todo el día. Y para colmo la gente habla como Massimo Troissi en “Che ora é?”. Yo también hablo así, claro.
Acabo de salir del bar “La Sapienza,” y enseguida entro en el bar “Il professore.”
Los italianos, está comprobado, son los reyes Midas de la gastronomía. Todo lo que cocinan lo transforman en oro, todo lo que toman es una delicia.
5 comentarios:
Io credo che gli argentini (in particolari, gli porteñi) discendono dagli italiani piuttosto che dalla Spagna. La nostra cultura, la nostra politica, ... anche il giustizialismo ...
Anch'io la penso cosí.
Più cronache della città.Per favore. Osvaldo.
Crónica que llena el alma
"abultado coraje": bueníchimo!; qué ganas de conocer!
muy linda crónica.
Sí sí, son unos monstruos en gastronomía.
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